En un hueco del árbol con las piernas colgando estaba el Payaso. Todo de bordó con un chalequito azul se bamboleaba levemente, como haciendo tiempo, mirando hacia el horizonte. Lo distinguí entre las hojas. Al principio pensé que era el Coki De Bernardi, un animal, un maniquí, o simplemente un escalador haciendo sus primeras artes. Me detuvo con un grito.

-¡Ey, Anófeles!

-¿Cómo dijo?- le contesté.

-Usted es un mosquito perdulario, sobre esta tierra infectada por los hombres de mala voluntad.

-¡Y usted es un Polifemo idiota que se cree que tiene visión dual!-. Le retruqué como en una réplica sofista. 

-Así pasa con estos intelectuales, hablan entre ellos y entre ellos se entienden y una que es un ama de casa se queda afuera (una vecina acompañada de otra con un carrito de compras).

-Mi hijo dice que hay que matarlos a todos, y no le falta razón-, dijo otra.

-¿Su hijo el gendarme? 

-No, el abogado.

-Ah, qué bueno, entre los dos podrían hacer una buena dupla: uno los enjuicia y el otro los fusila. 

Festejan el acierto. 

-Risas destempladas como el hierro cuando no corta-, sentenció el Payaso.

-Risas que evocan las bocas negras del horror- repliqué yo. 

Un conservacionista que pasaba increpó al Payaso: -Deje de moverse que va a quebrar esa rama de eucaliptus abrigus fortis en extinción.

-Mejor amoneste a los peces que se vuelven locos con tanta propaganda salvacionista pero que usted termina comiéndoselos, amoneste a los reyes que viven y destruyen nuestra sociedad, amoneste a los amonestados, amonéstese. 

El conservacionista se fue del brazo de una rubia opulenta fumando en pipa.

-Ahí van los enamorados de la Muerte, echando aire viciado-, susurré yo.

-Enamorados del vil metal y el cielo aúlico-, rubricó el payaso. 

El Payaso actúa y vive como si este mundo no le perteneciera y estuviera en él como si fuera un pájaro, un recién venido del espacio, un pez, un ente. Se da el lujo de hablar y opinar con libertad sobre cualquier tópico, total él no tiene culpa alguna ni nada que ver.

-A este mundo árido le hacen falta plantas, muchas plantas. El mendocino es un tipo cerrado por la cercanía de las montañas, pero si por ellos fueran se independizarían de todos y vivirían en un país modelo, con ovnis, vinos y escarapelas. ¡Ay, Dios que no estás en la Tierra! ¿Cómo puede valer un kilo de yerba lo que valen dos almuerzos para niños hambrientos? Ah… si esta tierra fuese dominada por los vikingos otro sapo cantaría. 

Y así. Hay que seguirlo. Yo hago lo que puedo porque alguna de sus frases después me sirven para el diario. Él se queja. Como si adivinase lo que pienso. 

-Usted es un impostor que complota contra la libertad, es un esclavista de las palabras que vende al mejor postor, señor literaturizante, que viene de litera es decir, la camita colgante donde apoliyan los marineros y los genios como yo. Je, deme una banana y le devuelvo una fundición, deme un orégano y le regalo una novia virgen otomana, deme un camello y desclavo al Nazareno, deme un Cristo y le doy un ángel que ataje para la Selección de Los Desvalidos y los Tristes. A propósito, convídeme un cigarrillo. 

Le armo uno y justo pasa un móvil de la Policía. 

-¿Qué tiene ahí?-, me alerta el cabo mirando la bolsita de tabaco. 

El Payaso no se inmuta. Desde lo alto le increpa -Díganme agente, ¿Su madre nunca visitó California donde los hippies bailaban con los tambores y la luna? ¿Tiene que andar eligiendo las víctimas de este holocausto de drogas del sol en vez de ocuparse de ella ya viejita y anciana? Eh, dígame señor que tributamos para usted ¿Tiene necesidad de programarse como un león cuando en su corazón anida un puerco? Eh, dígame, dígame.

El agente del orden desconoce las leyes fantásticas que rigen en la zona donde reina el Payaso. Yo trato de interceder.

-Déjelo, está loco, y esto es tabaco, mire, huela. 

-No lo olfatee, señor del orden que luego va a estar drogado de independencia, salud y fraternidad y va a tener que quemar el uniforme con su alma adentro ¡No lo haga!.

-Bájese, lo voy a tener que detener. Grita el morocho; se acerca el otro y entre los dos lo conminan a descender. Suena el tercero de Argentina. Pero el Payaso ya ha saltado de rama en rama y se encuentra lejos en dos árboles más allá hasta casi desaparecer entre la vegetación. Los tipos me miran incrédulo.

-¿Usted lo conoce? 

 Yo no soy delator por ende esgrimo la retórica payasesca. 

 -¿Quien conoce a quien en esta sociedad? ¿Quién reconoce como suyo el espejo giratorio donde nos miramos? ¿Quién será capaz de tirar la primera almeja para la foca? ¿Quién de nosotros tiene el alma limpia y el culo primoroso? 

En la comisaría me sacuden un poco y repentinamente deciden raparme. Con la cabeza afeitada parezco el Dalai Lama. Agradezco, me miro en una chapa: me queda mejor. El Payaso ahora convertido en un abogado de primera línea, salvo por el pantalón bordó se ha provisto de un maletín, pelo engominado y unos lentes culos de botella que lo hacen equivocarse de puerta esgrimiendo los altos poderes de la ley viene a sacarme.

-Quiero libre al reo inmediatamente, soy su abogado defensor y como tal le exijo total renuencia a su encarcelamiento. 

Temo por mi vida. Una palabra de más y seremos acusados de subversivos, drogadictos, espías chilenos y vaya a saberse que otros males. El Payaso sonríe y finge enojarse. Habla en voz baja con el sumariante y veo que se sonríe. Le acaba de contar un chiste. El de la suegra y el delfín seguramente. El agente viene a sacarme.

-Puede irse-, y me palmea la espalda como si hubiese atajado un penal. 

Ya en la calle el Payaso me da un empujoncito se trepa al 35/9 que pasa lento y desde el pescante alcanza a gritarme.

-¡Los únicos privilegiados serán los enanos sin circo, los graneros del mundo se terminaron, los gigantes piden agua porque están cagados de sed, date cuenta Caperucito, date cuenta que sos carne de caníbales y empezá ahora mismo a dejar de ser canario para ser águila caucásica, petimetre, chauchón, mequetrefe, chitrulo, zonzito, cambón, pedazo de roca en el universo! 

Su voz se pierde en el tráfico y yo elijo tomar un café. La moza, quien me desconoce me oferta que me vaya. 

-Aquí no se pide, por favor retírese.

Muestro mi credencial de periodista y se ríe. Se cubre la boca, tiene frío y le inspiro contagio.

-Son todos iguales de mentirosos, espere que le doy algo para comer pero prométame que después se va. Y, literalmente pega un brinco y desaparece tragada por el capitalismo y otros ismos. La miro y lo confirmo: me enamoré. La pediré en matrimonio porque la reconocí como a la legítima Virgen Otomana, siempre y cuando me asegure que su dote sea buena. El Payaso nos habrá de casar bajo un cielo de diamantes y charutos para todos en bandeja de plata, mientras suene Brillante sobre el Mic y que lo toque el Coqui con Punto G.

 

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