La extrema derecha global asume una doble condición, desconcertante por cierto: es un cambalache y avanza. Frente a una izquierda o centro izquierda acomplejada, a la defensiva, liberalizada, las fuerzas más reaccionarias crecen en su autoestima y encarnan, para millones de personas en todo el mundo, una ilusoria idea de "progreso". En sus amplias reden conviven la Biblia y el calefón: los hay globalifóbicos, anti musulmanes, euroescépticos, xenófobos, anti derechos de las minorías sexuales, pro LGTB, ultra católicos, cristianos evangelistas, anti establishment, veneradores de la liberalización total de la economía, etc. La tendencia mayoritaria refleja un cambio de paradigma respecto de la extrema derecha clásica: la cuestión racial va perdiendo peso frente a las más diversas formas de la llamada "batalla cultural".
Un libro de reciente publicación reúne una serie de ensayos y entrevistas que tienen como protagonistas a intelectuales como Judith Butler, Chantal Mouffe, Alain Badiou, Alvaro García Linera, Noam Chomsky, entre otros. Se llama Neofascismo, un nombre que es poco preciso para definir el amplísimo arco de la extrema derecha actual, pero sirve para ofrecerle al lector un marco de inteligibilidad. Un punto de partida. Decir de Bolsonaro que es un "neofacho" puede ser una inexactitud en términos de teoría política, pero casi todo el mundo entiende de qué se está hablando.
El campo de referencia del libro publicado por el sello Capital Intelectual privilegia los procesos vividos en diversos países de Europa, pero también refleja las emergencias de las nuevas derechas en América, desde las encarnadas por Donald Trump y Jair Bolsonaro hasta la embrionaria figura de Javier Milei. Las alusiones de ciertos autores a partidos para nosotros lejanísimos como Ley y Justicia en Polonia y Fidesz en Hungría, ambos empoderados en la defensa de los "valores tradicionales", son interesantes para pensar las diferencias con los procesos que se vislumbran en la Argentina, donde, según Gabriel Vommaro, "la derecha radical no se presenta como abanderada de la religión" y, por eso, en ese terreno, "no hay elementos para hablar de un avance conservador en la Argentina".
Ezequiel Ipar, investigador del Conicet, hace hincapié en el componente "moral" que ocupa el lugar de viejas reivindicaciones doctrinarias de la derecha criolla: "Milei colocó en un segundo plano los detalles del ajuste fiscal y pasó a ofrecer una justificación moral de la necesidad de terminar con la casta política". El líder de La libertad avanza representa de un modo muy directo, según Ipar, "el llamado a una rebelión de masas contra la igualdad".
Un anticomunismo visceral recorre sin excepción a estos nuevos cruzados de la derecha global. Se trata, quizás, de la única auténtica coincidencia entre todos ellos y del principal puente con la derecha vieja y dura. Una sobreactuación reaccionaria si se tiene en cuenta de que alientan el anticomunismo "en un mundo sin (casi) comunistas", como apunta acertadamente Pablo Stefanoni en el prólogo del libro.
Las caracterizaciones son tan múltiples y complejas como el fenómeno que emerge. El filósofo húngaro Miklós Tamás denomina "posfascismo" a estos brotes cada vez más sólidos. El historiador italiano Steven Forti habla de una "extrema derecha 2.0.", por su capacidad para desplegar su propaganda a partir de las nuevas tecnologías.
Chantal Mouffe se manifiesta en contra de clasificar a los partidos populistas de derecha como "extrema derecha" o "neofascista". La autora de La paradoja democrática reivindica el papel central de "los afectos" en la construcción de las identidades políticas colectivas. "Para diseñar una respuesta propiamente política -escribe-, debemos darnos cuenta de que la única manera de luchar contra el populismo de derecha es dar una formulación progresista a las demandas democráticas que están expresando con un lenguaje xenófobo". Según la académica belga, "esto supone reconocer la existencia de un núcleo democrático en esas demandas y la posibilidad, a través de un discurso diferente, de articularlas en una dimensión emancipadora". Mouffe propone un "movimiento populista de izquierda" que confronte con lo que ella llama la "post-democracia".
El pensador francés Alain Badiou, en tanto, inscribe la cuestión en términos psicoanalíticos: define al fascismo como una "subjetividad reactiva", intracapitalista. Una reacción nihilista contra aquello que era su objeto de deseo: "Al fascizarse, el decepcionado del deseo de Occidente se vuelve el enemigo de Occidente porque, en realidad, su deseo de Occidente no se satisface. Ese fascismo organiza una pusión agresiva, nihilista y destructora porque se constituye a partir de una represión íntima y negativa del deseo de Occidente". Badiou apunta, en otro orden, que se le llama "radicalización" a lo que es una pura y simple "regresión".
Un aspecto curioso de varios de estos partidos y/o movimientos políticos es su autopercepción del lugar que ocupan frente al Sistema: se consideran luchadores antiestablishment, representantes de una entidad superior, el Pueblo, oprimido por las élites. Disienten en la identificación de estas élites, que pueden ser financieras o --en la mayoría de los casos-- culturales. Eric Dupin, periodista y escritor francés, analiza con lucidez el desplazamiento discursivo de Marine Le Pen, quien, para atacar la mundialización se vale de Franklin Roosvelt, Karl Marx y Gilles Lipovetsky, entre otros. "La mundialización es una alianza entre el consumismo y el materialismo para sacar al Hombre de la Historia y precipitarlo hacia eso que Gilles Lipovetsky denomina 'la era del vacío'." (palabras de Marine que jamás hubiese pronunciado su padre Jean-Marie).
Según Dupin, Le Pen hace un esfuerzo por argumentar desde una perspectiva social y "adopta alegremente declaraciones del bando contrario". La dirigente francesa pone énfasis en la "situación de competencia con todos los trabajadores de otros países" como causa del infortunio de los asalariados franceses, menciona ciertas "deslocalizaciones a domicilio" y agita la "horrenda máscara de la esclavitud moderna".
Alvaro García Linera, entrevistado por José Natanson, se refiere a la radicalización de las fuerzas conservadoras: "El contraoleaje conservador que se inicia en 2014-2015 no es un neoliberalismo triunfante, bonachón, optimista, como podía ser el de los 90. Es un neoliberalismo rabioso". Pero a la vez señala que ese contraoleaje se presenta solo como defensor de "un mundo en retroceso". Y por eso, destaca, "es un neoliberalismo cansado, con signos de decrepitud".
Al referirse al fenómeno que significó la irrupción de Donald Trump, la teórica estadounidense Judith Butler, en entrevista con Christian Salmon, se mostró menos optimista que el político e intelectual boliviano: "los trabajadores se identifican con Trump: logró triunfar sobre el sistema. Por ejemplo, su habilidad a la hora de manejar su deuda para no pagar impuestos. Clinton se equivocó al pensar que la gente común que paga sus impuestos se vería escandalizada por este hecho. Porque en realidad lo admiran por no haber pagado". Y deslizó una idea tan interesante como temible: "Trump 'liberó' al odio del 'yugo' de los movimientos sociales y discursos públicos que condenan el racismo; con Trump, uno puede odiar en 'libertad'". El lingüista y politólogo Noam Chomsky traza, precisamente, un perfil de estos "odiadores libres": "Creen que les han arrebatado su país y que pronto los blancos serán minoría". El filósofo Jacques Ranciere, en tanto, alude a una emoción que subyace a todas las demás: "no hay nada misterioso en la pasión a la que apela Trump, es la pasión por la desigualdad, la pasión que permite tanto a ricos como a pobres hallar una multitud de personas inferiores sobre las que deben mantener a cualquier precio su superioridad".
El "caso húngaro" despierta debates en Europa. El filósofo G.M. Tamás señala que "más que racista a la antigua, la derecha húngara se opone sobre todo a subsidiar a los pobres, a dar ayuda a los desocupados, comparados con los gitanos (lo cual es, por otro lado, totalmente discutible), y a todos los elementos 'improductivos' de la sociedad, que se designan como 'inactivos', englobando en esta categoría a los jubilados". Eso se traduce en la eliminación de subsidios para las artes, la arqueología, la investigación".
Sobre la emergencia del partido Vox en España, el periodista Antonio Maestre sostiene que "la crisis independentista en Cataluña fue el detonante necesario para que Vox tuviera la oportunidad de aparecer en el panorama electoral con fuerza relevante". Sin embargo, imagina un techo para sus aspiraciones electorales: "sus políticas destinadas a los más ricos y un discurso ultracatólico han imposibilitado por ahora que su mensaje logre impregnar al votante de izquierda, como sí consiguió el Frente Nacional en Francia".
André Singer, catedrático de la Universidad de San Pablo y ex secretario de prensa de la administración de Lula, apunta que fue la audacia lo que le permitió a Jair Bolsonaro lanzar su cabalgata protofascista. En otros tiempos, a nadie se le hubiese ocurrido decir: "Quiero (...) que el pueblo tome las armas. ¡Es la única manera de que ningún hijo de puta (...) pueda imponer una dictadura aquí!", refiriéndose a las diferentes medidas de confinamiento que se tomaron en la Argentina y en su país.
Por último, el capítulo dedicado a la situación en Polonia da cuenta del aparente sinsentido que gobierna a estos movimientos: crece la xenofobia en un país prácticamente sin inmigrantes. De paradojas como estas nace uno de los desafíos globales y locales: interpretar la irracionalidad para poder combatirla.