“Acá vienen los aviones. ¡Son aviones norteamericanos!” Los melómanos, y los no tan jóvenes, seguro reconocen estos versos, que son del rarísimo éxito de Laurie Anderson con voz sintetizada titulado “O Superman”. Esta canción, si es que lo es --traten de cantarla en la ducha--, dio lugar a su álbum debut, Big Science.
Anderson ha dicho que la canción está relacionada directamente con la Operación Eagle Claw, una misión militar de rescate fallida, con un helicóptero estrellado incluido. Esta catástrofe demostró que el Superman de la industria militar estadounidense no era invencible, y que la automatización y la electrónica mencionadas en la canción no siempre ganarían. El helicóptero estrellado, dijo Anderson, fue su inspiración inicial para el tema, o pieza de performance. Cuando “O Superman” se convirtió en un éxito, primero en Reino Unido y después en todos lados, Anderson se declaró sorprendida. ¿Cuáles eran las probabilidades?
Uno siempre recuerda lo que estaba haciendo durante ciertos momentos claves de su vida. Esos momentos son diferentes para todos. Algunos de mis momentos están relacionados con tragedias públicas: cuando Kennedy fue asesinado, yo trabajaba en una compañía de estudios de mercado del centro de Toronto. Durante el 9/11 estaba en el aeropuerto de Toronto, a punto de volar hacia Nueva York. Algunos de mis momentos han sido relacionados con el clima: presenciando huracanes, atrapada en tormentas de nieve. Y otros han sido musicales. Tenía cuatro años y estaba tratando, sin lograrlo, de ponerle la ropa a mi oso de peluche cuando escuché por primera vez “Maizry Doats” en la radio. “Blue Moon” llegó a mí cantada por una banda en vivo, en la pista de un baile de la secundaria. Bob Dylan se me reveló en 1964, con su pelo enrulado y su armónica, desde un escenario de Boston junto a una descalza Joan Baez.
Corte a 1981. El tiempo ha pasado. Soy mayor y no es ninguna sorpresa. Lo que sí es una sorpresa, o lo habría sido para mí en 1964, es que tengo una pareja y un hijo, sin mencionar dos gatos y una casa. Ronald Reagan acaba de ser electo presidente, y el amanecer que está prometiendo para Estados Unidos va a ser muy diferente que el new age de los hippies y el feminismo que estuvimos viviendo durante los ’70. La derecha religiosa crece como fuerza política.
Ya tenía la idea para El cuento de la criada, y estaba decidiendo si debía o no escribirla. ¿No sería algo muy exagerado? Si hubiera conocido entonces a Laurie Anderson, me habría dicho: “No hay nada que pueda ser considerado una exageración”.
1981, entonces. Teníamos prendida la radio mientras preparábamos la cena cuando un sonido extraño llegó pulsando con las ondas sonoras. “¿Qué es eso?”. No era el tipo de música, o siquiera sonido, que normalmente suena en la radio. Ni en ningún otro lado. Lo más parecido era cuando eramos adolescentes y, en los tiempos de las bandejas y los vinilos, poníamos un disco de 45 revoluciones en 33 para divertirnos. Una soprano podía convertirse en un gruñido de barítono parecido a un zombie, y generalmente lo era.
Lo que acababa de escuchar, sin embargo, no era divertido. “Esta es tu madre”, decía una voz cantarina con acento del medio oeste desde un contestador automático. “¿Estas volviendo a casa?” Pero no es tu madre. Es “la mano, la mano que quita”. Es un concepto. Es algo que sale de una película de ciencia ficción, como en Invasion of the Body Snatchers: parece humano pero no lo es, algo que es al mismo tiempo escalofriante y siniestro. Peor aún, es tu única esperanza ahora que Mamá, Papá y Dios y la justicia y la fuerza no han podido hacer nada.
“Esa cosa” que me sorprendió era “O Superman”. Como pueden ver, nunca me olvidé. No se parecía a ninguna otra cosa, y Laurie Anderson no se parece a nadie, tampoco. O a nadie que normalmente pudiera considerarse como un músico pop. Hasta ese primer simple existoso era una artista de vanguardia y performance, una inventora con estudios en artes visuales, que había colaborado con artistas como ella, como William Burroughs o John Cage. Los 70 --recordados no sólo por las corbatas anchas, abrigos largos y botas altas, sino también por la segunda ola activa del feminismo-- fue un periodo de gran energía para los eventos de performance. Eran efímeros por naturaleza, y enfatizaban el proceso más que el producto. Sus orígenes se remontaban al dadaísmo, en la adolescencia del siglo XX; al Group Zero de los ’50 y a Fluxus, activo en los ’60 y ’70.
El gran proyecto de Anderson en Big Science fue un examen crítico y ansioso de Estados Unidos, aunque no exactamente realizado desde afuera. Nació en 1947, y por tanto tenía diez años en 1957, edad suficiente para ser testigo de la aparición de los nuevos objetos que inundaron los hogares norteamericanos durante esa década; quince en 1962, un periodo muy activo del movimiento de los derechos civiles; y veinte en 1967, cuando el descontento en las universidades y las protestas en contra de la guerra de Vietnam estaban al máximo. Romper las normas, para alguien de su edad, debe haber parecido algo normal.
Pero aunque Nueva York se convirtió en su base cultural, no era una chica de una gran ciudad. Creció en Illinois, el corazón del corazón de Norteamérica. Era una refugiada, no de afuera sino desde dentro: de un país de mamá y la tarta de manzana, un Estados Unidos del pasado que estaba siendo rápidamente trasformado por los inventos materiales, y por las autopistas, los shoppings, los cajeros automáticos citados en Big Science como sitios de interés en camino a la ciudad. ¿En qué iban a usar las excavadoras ahora? ¿La idolatría de los estadounidenses por la tecnología estaba por arrasar con su país? Y, de manera más amplia, ¿en qué consiste nuestra humanidad?
Mientras el siglo 20 se ha transformado en el 21, mientras las consecuencias de la destrucción del mundo natural se hacen evidentes de manera devastadora, mientras lo análogo es rebasado por lo digital, mientras las posibilidades de la vigilancia se incrementan de forma exponencial, y mientras los medios online se aproximan a la inclemente mente colectiva del Borg de Viaje a las Estrellas, las muestras ansiosas e inquietantes de Anderson toman el aura de lo profético. ¿Ya no querés ser un ser humano? ¿Sos uno en este momento? ¿Qué significa serlo? ¿O deberías simplemente dejar que tu falsa madre te abrace con sus largos brazos electrónicos y petroquímicos?
Big Science nunca había sido tan pertinente como ahora. Escúchenlo. Enfrenten las preguntas urgentes. Sientan el escalofrío.