El mantra de que la ultraderecha crece por los errores de un gobierno con respecto a los sectores populares establece una relación causa-efecto errónea. Una relación lineal que no da cuenta de la génesis mundial de las ultraderechas.
Las ultraderechas mundiales pertenecen al orden de dominación del neoliberalismo, que, a diferencia del capitalismo industrial, ha disuelto progresivamente la institucionalidad liberal y su legitimidad y desde hace tiempo necesita de la producción de subjetividades como átomos de valor.
Desde hace años estos dispositivos se perfeccionan en las capturas de las almas y en su producción como subjetividades variadas, que si hubiera que traducirlas diríamos que son seres que gozan de profesar su incredulidad, que odian a los políticos que ven como parásitos, y que están hartos de sus propias vidas y desprecian el entusiasmo que suscita que algo cambie. En definitiva ni la vida comunitaria ni la política les presta ningún anclaje. Por ello es fácil constatar que en sus opiniones van a la deriva de tal modo que en un mismo discurso ingresan términos absolutamente contradictorios.
Las ultraderechas constituyen una agenda para curvar el espacio político con su religión de mercado en el tiempo en que las políticas de Emancipación se enfrentan permanentemente a sus fracturas.
Mientras tanto proliferan en distintos segmentos de la población distintos tipos de humores sociales cada vez más violentos que los gobiernos que rigen las naciones que están atravesadas por la experiencia psicótica y angustiante de la hiperinflación deberían atender con urgencia. Porque la hiperinflación es la consumación del nihilismo en el seno de la comunidad.
Por ello estos humores, al no estar regidos por ningún principio ético-político, son propicios al trabajo de la pulsión de muerte en sus distintas variantes de agresividad mortífera. Dicho en términos más radicales, se vive la época donde el pueblo está ausente o no es confiable en cuanto a la defensa de sus intereses. Especialmente cuando ya funciona como dato central de nuestra civilización que el Capitalismo no tiene salida salvo la destrucción del mundo o que se lo considera si se lo orienta debidamente el mejor sistema de todos en el servicio de los bienes. Declaración que las izquierdas critican incesantemente pero no encuentran una solución a la misma.
En este horizonte el pueblo que conocimos no existe o existe en sus gloriosos fragmentos. Hasta que no haya una experiencia política que lo constituya. Y hoy por hoy ningún partido político de izquierda o nacional y popular tiene la suficiente capacidad instituyente para generarlo.
Tal vez una movilización de los sectores ligados a lo nacional y popular junto a las izquierdas y los auténticos demócratas además de no ceder en sus exigencias al gobierno, debería tal vez organizar un frente de lucha contra esas ultraderechas que como ellas mismas admiten, van a destruir, si se les permite, toda la vida de lo popular.