“Ahora hay trompetas hasta en la cancha”, dice Hugo Lobo, quien señala como pionera a la tribuna de Mandiyú de Corrientes, la cuál se valía de talentos del carnaval local. El propio Lobo se animó a meter su caño en las gradas de Atlanta, el equipo que tiñe su cuore. “Hasta que me cansé de romperme la trompa para tocarles a mil nucas y perderme el partido.” Sin embargo, encontró mejor forma de conjugar amor, pasión y conciencia solidaria a través de la orquesta Vamos Los Pibes, que tiene sede en el club de Villa Crespo pero que recibe a una cuarentena de chicos de diversas latitudes.

“Somos ocho profes, todos de onda, y laburamos mucho con colegios o comunas que nos mandan pibes con problemas de conducta o aprendizaje, que acá mejoran un montón. El que me dio una mano fue Julio Winitzky, un tipo de Atlanta que soñó con ver esto hecho realidad y que lamentablemente falleció”, cuenta Hugo. Además de la escuela de música, el lugar funciona como merendero gracias a la colaboración de anónimos interesados. Dice el bohemio vientista que le contó la idea a varios músicos aunque “muy pocos se coparon”. Entre la exigua lista figuran Jorge Serrano o los Kapanga, quienes donaron instrumentos.

Hace poco, Hugo Lobo afirmó que no se sentía parte de la escena rockera criolla. Y, lejos de esquivar el asunto, tira más pimienta a la mesa: “Todos venimos del mismo lugar y pasamos por lo mismo: empezamos soñando, tocando para diez personas y vendiéndoles entradas a nuestros primos o tías. Pero llega un momento en el que la gente parece que se transforma en algo que no tiene que ver con ese origen. Tipos que ganan mucha plata, hasta el límite de lo ridículo… y se convierten en una mentira. No me veo identificado con esos caretas”.

Entre las cosas que más lo indignan se incluye una a la vista de cualquiera: “No podés renegar del abrazo de un chabón al que le gusta lo que hacés. Si te emocionaba cuando te iban a ver quince tipos y uno te compraba un demo, ¿cómo te olvidaste de eso? Son unos pelotudos… o unos hijos de puta. Antes les daban la mano a todos y ahora sólo al contador que les hace zafar los impuestos”.

El estímulo comenzó como una lectura del derrame bien entendida: “Me empecé a sentir en falta el día que pude darme un gusto de más. Y no era porque me sobraran cosas y no supiera donde tirarlas sino porque vi que se podía hacer algo con eso. Porque hay gente que toca una vez por mes y en su tiempo libre se va de vacaciones a Sudáfrica o se hace la paja en su casa. Yo prefiero usar eso para fomentar esta cosa tan linda que es la música con chicos que lo necesitan, pibes que no tienen padres, a los que les va como el orto en el colegio, o que un día no comen. No hay nada más emocionante que ver el progreso de un pibe, su cara cuando toca y lo aplauden, o a sus padres orgullosos. Si no te pasa nada con eso, sos de mentira”.