Hay temporada alta y temporada baja de fake news. Cuando se acerca alguna elección, siempre recrudecen. Estas palabras en inglés que suelen ser mal traducidas como “noticias falsas” tuvieron tal desarrollo que fueron elegidas en 2017 como la expresión del año a nivel mundial. Se trata de una infección virtual del cuerpo social difícil de controlar, que tuvo y tiene consecuencias en la gobernabilidad tanto política como humana del mundo. En la política se visibilizan estas consecuencias: en las últimas décadas las elecciones de muchos candidatos elegidos a lo largo del planeta estuvieron inclinadas, mancilladas, ensuciadas por campañas sistemáticas de fake news que no apelan a enaltecer las cualidades de un candidato sino a defenestrar con calumnias al rival.
Horacio González sostuvo en Página 12 (7 de marzo del 2019) que “la ética de la responsabilidad y la ética de la convicción ya no tienen ningún empleo real para definir la acción política. El neoliberalismo las malgastó y aniquiló. Hizo trizas la idea de Habermas de que en el espacio público triunfa siempre 'el mejor argumento'".
¿Y cómo las aniquiló? El desarrollo de las tecnologías de la información llevó a la dispersión de las noticias y esto tuvo consecuencias positivas como negativas (Chul Han, La topología de la violencia, 2016); por un lado, que la información dejara de ir de una dirección de arriba hacia abajo,y se moviera en forma horizontal, cambiando el acceso a la información pero por otro lado: su utilización para fines políticos dejó entrever una faceta endeble y peligrosa, el enorme poder de fuego aparentemente horizontal pero pagado por alguna corporación o partido político. Las fake news se han transformado en una amenaza hasta ser consideradas un cáncer del tejido social.
Esta “horizontalidad” se lleva adelante dentro de corporaciones que han sido acusadas (y condenadas con pruebas) de manipulación de la información a la que acceden. Estas unidades de negocios manejadas fundamentalmente en la actualidad por Google (YouTube) y Facebook (Instagram) brindan un servicio aparentemente gratuito que tienen entre sus funciones primordiales la de compartir informaciones y emociones. El poder de estas corporaciones tiene su centro en el imperio norteamericano, que sostiene una visión del mundo neoliberal conservador.
Aceptan y estimulan la función de los trolls que llevan adelante gran parte de las fake news pues benefician sus intereses: la de producir escándalos variados que llamen la atención y que produzcan millones de “compartir” en masa llamados viralización. Ese compartir atenta contra la verdad, sus mensajes no tienen autoría, simplemente es un dedo que pasa por el botón de share que se dispara al infinito.
Se creyó en algún momento que la llegada de las redes sociales podrían multiplicar, al crecer los internautas interesados, la exposición de diferentes puntos de vista y ponerle límites a la primacía de los medios hegemónicos, pero no fue así, siguen estando y peor, se creó una nueva modalidad de información que dinamita el control de la información, diversificando de manera exponencial y tras el velo del anonimato las necesarias fuentes de noticias. La idea de compartir, loable, finalmente se volvió un negocio, la práctica de la viralización --donde lo que importa es la cantidad de millones de veces que se comparte más que el contenido de la información--. Se entró en una nueva era donde la fuente de la información no es importante, donde lo que se enfatiza es la reproducción del “compartir”.
No se trata de cuestionar el compartir sino la viralización, no de noticias falsas, sino de “noticias falseadas”. Una forma de hacer política que está teniendo consecuencias en el mundo. Argentina ha sido un campo de estudio donde jamás Macri hubiera podido llegar al gobierno y producir semejante latrocinio de la vida de la mayoría de la población sin un arsenal bien planificado de trolls, noticias falseadas y la complicidad de gran parte de los integrantes del Poder Judicial.
Noticias falseadas (y no falsas) pues no se trata de la relación entre lo verdadero y lo falso sino del hundimiento del otro mediante la calumnia, más allá de que sea verdadero o falso. Se trata de una denostación fraudulenta con poder persuasivo con la potencia de la viralización que se esconde tras el anonimato, sin chequear ninguna fuente confiable ni conocida.
Hoy, muchos sujetos están desilusionados de las redes sociales (y de mensajería) porque se ha vuelto, en forma manifiesta, la forma en que las noticias falseadas se reproducen. Las redes, como se esperaba, no tienen esa condición aleatoria, expresiva y singular, dejando ver la temible aparición del trabajo de los trolls, del calumniador profesional. En una época donde los trabajos cambian bajo el signo de la virtualidad, estos nuevos trabajadores “independientes” tienen un patrón que esconde su identidad pero que todos saben quién es. Este “nuevo trabajo” apunta a denostaciones sin importar la verdad/falsedad, acosando a todo tipo de personas pero, sobre todo, a candidatos con oportunidades de llegar a algún tipo de dirección y gestión de poder.
Si Enrique Pichon-Rivière viviera seguramente hubiera analizado la función en los grupos del llamado troll: es alguien que se las pasa de listo y que no le importa tanto obstaculizar la tarea sino hacer saltar por los aires la misma condición de interlocución y de vínculo grupal. Su intención es confundir, provocar e irritar a los participantes de la discusión con el fin de que terminen enfrentándose entre sí. Es el verdadero aspecto del cínico posmoderno.
¿Cómo defendernos de los trolls profesionales cuando muchos de nosotros replicamos su manera de actuar, convirtiéndonos por muchos momentos también en trolls amateurs, y encima sin cobrar un peso?
Las fake news no son noticias falsas sino falseadas. La diferencia es notable. Por ejemplo, en la vida cotidiana, si uno se equivoca lo primero que puede decir es “mala mía”, podría haber dicho otra cosa pero “me equivoqué” y dije algo que no es verdad y me puedo “retractar”. Lo falso implica la verdad, la verdad implica la posibilidad de equivocarse, en cambio lo falseado es lo inescrupuloso, lo que no se puede dialectizar, la obscenidad de saber que estamos construyendo no solamente una mentira sino una calumnia. En filosofía y el campo jurídico se diferencia lo culposo de lo doloso, la culpa es inherente al que habla y la posibilidad de no decir toda la verdad en el discurso pero contando con el deseo de ceñirla; en cambio, lo doloso quiere destruir al otro por sobre toda verdad posible, no le interesa la perspectiva de la verdad/falsedad, lo que interesa son las consecuencias, y la consecuencia es la calumnia.
No hay defensa fácil frente a la calumnia. Es lo peor que un ser humano, además de la tortura, puede resistir. Sólo le quedará la fortaleza ética y anímica. No se puede huir. Los victimarios hacen “lo peor” detrás del anonimato. Primero noticias falseadas y luego el trabajo se simplifica, el buscador de los buscadores replica la calumnia y no se la puede bajar de los primeros lugares en internet. El calumniado sufre, se podrá esmerar en “hacer” buenas noticias para que baje la calumnia de los primeros lugares pero si alguien pone dinero en las redes vuelve a subir al pole position.
Los objetivos son evidentes: lograr que pocos saquen la cabeza y quieran lanzarse a la carrera política porque van a tener que soportar las calumnias salvo que tengan blindaje mediático y para eso hay que coincidir con la ideología de los medios hegemónicos y redes de comunicación.
Las noticias falseadas son una práctica más antigua de lo que se piensa pero el uso sistemático como un arma poderosa por su velocidad, cobertura y bajo costo tuvo que esperar hasta comienzos del siglo XXI. En la antigüedad se llamaba lapidación, y llevó a que Cristo la enfrentara y espetara a la masa el famoso “quien estuviera libre de pecados que tirara la primera piedra”. Cristo llevó adelante una apelación a la gente pero hoy frente al anonimato de la red, las noticias falseadas te lapidan y no hay Cristo que detenga el compartir. La palabra más amorosa se convierte en la profusión del veneno, pasa a sangre y ya no hay nada que hacer sino esperar la “muerte social”. Se alimenta de la gente que quiere decir algo, compartir por las posibilidades que les dan las redes “horizontalizadas” pero muchas veces y sin saberlo, nos volvemos engranajes de un sistema conservador y caníbal.