Es domingo a la tarde y hace unos cuantos días que en Santiago del Estero no sale el sol. El frío otoñal fue la razón por la que la Municipalidad de la Capital decidió trasladar el recital de Liliana Herrero al patio cerrado del Palacio Municipal. Allí, se fue amuchando la gente en sillas, en el piso y también parados.
Rodolfo Legname anunció a Liliana Herrero por el micrófono, pero ella no iba hacer su aparición acompasada con el anuncio, ya que estaba abrazando y agradeciendo a Los Luna, el dúo fraternal de bandoneón y guitarra que compartió minutos antes una exquisita selección musical que fue desde los hermanos Toledo a Piazzolla pasando por el litoral y deteniendo a todos en una zamba titulada Ella es Azul, cuyo estribillo remataba “Ni oro, ni poder, ni privilegios, solo música hasta el mismo fin”.
Liliana subió al escenario junto a Pedro Rossi y fue abrazada por un caluroso aplauso. El puntapié inicial fue una vidala titulada Imposible, luego rememoró a su autor el teniente Juan Carlos Franco Páez -alguna vez aparcero de Yupanqui, defensor de oficio del anarquista Severino Di Giovanni-, quien ante una existencial pregunta supo responder “yo no sé de vida, yo se de vidalas”.
En este tiempo, Herrero es todo lo que sucede cuando la artista hace del escenario un espacio de absoluta intimidad, el hilo de su voz un lazo fuerte amarrado con su público. Sin perder el rigor ni su calidad interpretativa, pero sin dejar de evidenciar sus dudas: “¿estoy bien?”, preguntó a Rossi en medio de una canción, quien asintió sonriente y entonces siguió el correntoso curso de la melodía.
El repertorio se fue desgranando de manera espontánea y varias veces conjeturó en voz alta sobre la conveniencia o no de cantar algunas canciones. Antes de tomar el camino de su amigo Fito Páez, previno al público sobre su personal abordaje de la obra del rosarino y remarcó que las críticas que recibió y se escribieron al respecto la tienen absolutamente sin cuidado.
Más adelante recordaría con ternura que la única crítica que realmente le importó fue la de su nieta Rita, quien le había dicho con la irreverencia adolescente, “Ay, abuela, vos folclorizas todo”. Antes de iniciar Giros pidió que apagaran la luz que la enfocaba directamente y la encandilaba. Atinadamente, la luz que se encendió fue la del público. Así fue que reafirmó con su canto y su mano extendida “dar media vuelta y ver qué pasa allá afuera”. Mariposa tecknicolor tuvo el cierre coral del público y entonces el bis de “hoy solo te vuelvo a ver, hoy solo te vuelvo a ver” regresó naturalmente al cauce de la versión original.
Disparó Abre como una plegaria. Como un rezo, abrió el caudal de su voz para que entremos todos allí, Liliana agitando sus brazos, levantando sus hombros, mirando al público que estaba al frente y en el balcón de arriba inquietante. Consideró que era muy arriesgado atreverse a “Dejarlas partir”, pero quebró la duda recordando a Horacio con todo el peso de su nombre y se arrojó a la música recordándose a sí misma debo dejarlo partir. Esa fulanita entrerriana saltó y creó una versión única allí, y a todos se les empañaron los ojos.
Adelantó “vamos a cantar dos, Falú y Dávalos”, como quien alude a pinturas inolvidables. Fue primero con Golondrinas, y allí hubo un lugar para la improvisación. Cambió la copla del inicio por unos versos de la Canción del que no hace nada, de Leguizamón-Castilla, “me va tapando los ojos la eternidad”, y su compañero Rossi encontró rápido el vuelo preciso de aquellas coplas. Más tarde vendría Canción del Jangadero y a flor de agua fue sangrando la canción.
Su voz tendida en la intemperie de un duelo, su instrumento compartido generosamente, desnudo, elevando las memorias históricas de la música Argentina. Liliana achina sus ojos para sonreír y parpadea sus ojos vidriosos como quien quiere descifrar todo lo que flota en esa comunión inexplicable que sucede en sus recitales.
“Quiero mencionar a dos artistas fundamentales” dijo y pidió un aplauso para Juan Saveedra y Carlos Marrodan.
Unas canciones después invito a Marrodán para que toque Por Seguir, canción de su autoría junto con Raúl Carnota. Liliana con Pedro Rossi se pusieron a un costado para ser dos espectadores más. Marrodán tomó el micrófono y antes de cantar señaló a una de las mujeres más importantes de la música Argentina para remarcar: “Esa mujer chiquita que ven ahí, es inmensa por dentro”. Nuevamente, la sucesión de aplausos. Después, Liliana le preguntaría al autor del Salitral “¿es Por seguir o es Para seguir? “Es por Seguir, Negro, es eso lo que tengo que hacer yo, seguir”. Una complicidad emocionada entre ambos se sostuvo por un momento en silencio.
Para la Chacarera de las Piedras pidió aplausos mínimos, ya que la iba a cantar con un tono de voz bajo. “No soy arengadora. No es mi propósito y elijo no estar a donde no tengo que estar” dijo.
Sonó y resonó en la sala, con cierta intermitencia, un “pip” como un metrónomo municipal o una alarma mal apagada. De a ratos parecía una gota, por otros un grillo, solidariamente todos parecían hacerlo enmudecer.
La Oración del Remanso fue un río coral. Para abrir las compuertas de esa correntada inolvidable dijo que creía en el canto colectivo, en ese poder único e inquebrantable que tienen las voces juntas. “No hay con qué darle...no hay con qué darle. Al canto colectivo y las multitudes afinan...“
Liliana agradeció especialmente a Diego Gómez, quien la supo convocar hace casi 20 años por primera vez a Santiago en el anfiteatro del Colegio Centenario. Aquel recital con Diego Rolón en la guitarra fue la presentación del disco Confesiones del Viento. De allá hasta aquí pasaron recitales en el Teatro 25 de Mayo con Juan Falú, en el Teatro del Pueblo presentando Litoral, y ante cada una de sus llegadas, un amor que se fue multiplicando.
Hojeando el atril sobre el final, sostuvo: “El alazán es una canción luctuosa y quizás no deba cantarla”. Su vacilación duró unos segundos hasta que se propuso la interpretación de aquella obra de Yupanqui. Como un canto de entereza, una forma de decir, señoras y señores aquí sigo. Aquí estoy y también puedo preguntarme: “Oscuro lazo de niebla, Te pialo junto al barranco, ¿Cómo fue que no lo viste, qué estrella estabas buscando?”.
Fueron agradecidos los aplausos sostenidos para una cantora que compartió su alma en el escenario, que gritó ¡viva la patria! y elevó su brazo con los dedos en V.
Así pasó por Santiago, una vez más, esa mujer río, fiel a su tempestad, que nos permitió naufragar con ella durante casi dos horas.