El maestro Juan Carlos Distéfano (1933) sigue produciendo obra y de eso en parte da cuenta la exposición “La memoria residual”, que se presenta en estos días en el Museo Nacional de Bellas Artes, con curaduría de María Teresa Constantin.

Se trata de un muestra en la que se pone el acento en la relación entre la obra de Distéfano y sus fuentes y genealogías: la historia de la pintura europea y, como aclara la curadora, en el texto de presentación: “un núcleo muy preciso de pintores argentinos”.

En un breve recuento del “núcleo preciso” de citas y homenajes a ciertos pintores argentinos, Distéfano evoca en sus obras a sus admirados Víctor Cúnsolo (en la escultura “El chico de la Boca”, de 2007); a Fortunato Lacámera (en “Solitario Solidario”, de 2010-2012); a Spilimbergo (en “Emma Traviesa”, de 2015); a Policastro (en “Cosmé Tura en los pagos de Don Enrique”, 2019) y a Gómez Cornet (en “La Urpila en Buenos Aires”, de 2009-2010).

Las piezas más recientes de la exposición son, por una parte: “Cosme Tura…” (2019), en donde además de la cita homenaje mencionada más arriba hay otra evocación explícita, al pintor del quattrocento italiano, Cosimo Tura. Por la otra, “La necesidad del arco iris” (2020-2022), es muy reciente, porque fue finalizada por el escultor poco antes de esta exposición. Aquí evoca la obra emblemática de Hieronimus Bosch, aunque con la prevenciones, temores y oscuridades que Distéfano suele incluir en sus esculturas.

Lo primero que llama la atención en la muestra, en relación con la mayor parte de las exposiciones de esculturas, es que muchas piezas no tienen bases. Y esta es una decisión programática de Distéfano, que suele decir: “las bases siempre me molestaron porque suelen ser inventos de los museos”.

La ausencia de bases en muchas de las obras que a priori la convención museística colocaría, genera un desafío, porque especialmente cuando se trata de esculturas pequeñas o medianas son una convención muy arraigada que los visitantes esperan ver, para tener las piezas a una altura cercana a los ojos. Sin embargo, la distribución en el espacio de la sala -fuera del ordenamiento cronológico- y el hecho de que no haya bases en muchas piezas, la muestra adquiere la intimidad buscada, logrando  que los visitantes, al recorrerla, inclinarse y agacharse, se tuteen con las obras en un itinerario que familiariza las obras con el público. Y al mismo tiempo genera extrañamiento, como dato punzante de todo aquello que resulta familiar y cercano y de pronto sorprende.

La exposición, que no deja de ser una muestra “de cámara” (por su buscada intimidad, en contraposición a los gestos más abarcadores y sinfónicos) no sólo exhibe las obras terminadas del artista, sino que, en algunos casos, va dando cuenta del nacimiento de la idea, el desarrollo y realización, a través de dibujos preliminares y estudios, que tienen un valor autónomo e independiente. Esto permite al visitante aproximarse al proceso creativo y complejo del artista.

El núcleo reflexivo de la obra de Distéfano, en especial de la mayor parte de sus esculturas realizadas en poliéster reforzado, es la idea y la figura del cuerpo humano: la evocación de cuerpos muchas veces tensados hasta el límite. El artista modela y modula la idea de un cuerpo en estado de máxima tensión y esas tensiones parecen ser el resultado de los padecimientos y violencias que se ha ejercido sobre los cuerpos a través de la historia, especialmente de la violenta historia argentina.

Las texturas y torsiones de los cuerpos en estas obras suponen distintos abordajes del volumen, que convergen en una especie de narrativa visual.

Cada pieza tiene su recorrido, su marcha, su ritmo. Es posible intuir, al menos en parte, cómo el artista se da tiempo a sí mismo y el modo en que les da tiempo a los materiales, formas, transparencias, opacidades, texturas y colores, para que se expresen.

Si fuera posible esbozar una idea general que actuara como metáfora de la producción escultórica de Distéfano, podría pensarse en la idea de gravedad. Porque la gravedad es un vector físico de atracción gracias al cual los cuerpos tienden a estar ligados a la Tierra. Los personajes que toman forma, volumen, textura y color en estas obras, lo hacen a través de distintos tipos de tensiones y desequilibrios, como si padecieran un tira y afloje en sus posturas y torsiones. Buena parte de la obra de Distéfano está construida como reflexión sobre la gravedad de la violencia sobre los cuerpos. En la muestra es posible comprender, entre otras cosas, el recorrido de una parábola ética, que se planta contra esa violencia y reflexiona sobre el dolor, tanto el dolor universal como el dolor geolocalizado: el dolor argentino, por las dictaduras y la marginación social.

Para dar un ejemplo, en el impresionante conjunto escultórico de nueve piezas que lleva el título de “Kinderspelen” (de 2003/06), basado en un cuadro de Brueghel, los juegos infantiles anticipan la violencia adulta.

La curadora define esta muestra antológica como “una exposición íntima, donde se exhiben hilos de la memoria, imágenes latentes. Aquello que fue atesorado y retenido desde sus tempranos viajes a Europa y de la amada Italia (memoria también de sus orígenes), un modo de estar en el mundo y los desgarros que produce. Y, siempre, el consuelo del arte”.

La exposición “Juan Carlos Distéfano. La memoria residual” sigue en el Museo Nacional de Bellas Artes, Avenida del Libertador 1473, hasta fines de julio.