La autoestima futbolística del país futbolero quedó muy alta luego de la incursión por Europa de la Selección Argentina. La marcha triunfal por Londres y Pamplona adquirió características históricas: nunca un equipo argentino había podido emerger ganador del estadio de Wembley, uno de los templos máximos del fútbol mundial. Y Lionel Messi, con sus cinco goles ante Estonia, igualó un record que llevaba 80 años de vigencia y se alineó junto con Juan Marvezy y José Manuel Moreno, los otros jugadores que marcaron esa cantidad de tantos jugando para el seleccionado de nuestro país. Desde ese punto de vista, la gira ha sido inolvidable.

Pero superada la excitación por los éxitos y los muy buenos rendimientos, convendría pisar el freno y no ser más optimistas de lo que demanda el momento. Faltan cinco meses y medio para que comience el Mundial de Qatar. Y más allá de las inevitables especulaciones, resulta aventurado sostener con tanta anticipación que la Argentina es candidata sólo porque apabulló al actual campeón de Europa (en verdad, una Italia eliminada de la Copa del Mundo y que jugó sin cuatro de sus titulares) y a un equipo como Estonia que recorre el cuarto nivel del fútbol de ese continente.

Es cierto que fueron muy auspiciosas las señales que el equipo de Lionel Scaloni entregó en ambos partidos. Y que no es poca cosa haber podido ganarle a Italia como se le ganó en tiempos en los que Europa predomina sobre Sudamerica a nivel de equipos y seleccionados. En todo caso, la última ventana de actividad previa al Mundial, prevista entre el 19 y el 27 de septiembre, dará una pauta más aproximada de como habrán de llegar los 32 seleccionados participantes.

La lupa puesta a 60 días del comienzo de la Copa de Qatar permitirá ver con mayor nitidez lo que puede llegar a pasar a la hora de la máxima competencia. La experiencia demuestra que equipos que en la previa todos daban como candidatos (por ejemplo Francia y Argentina en el Mundial 2002), se cayeron en picada a la hora de revalidarse. Y que, por el contrario, seleccionados por los que nadie daba nada, terminaron abrazando la gloria eterna o quedando muy cerca de ella: la Argentina campeona de México '86 y Croacia finalista impensada de Rusia 2018 son la mejor demostración del riesgo que implica suponer sin bases firmes. O como mero acto de voluntarismo. 

Por eso, está bien ilusionarse con hacer un gran Mundial que sería llegar entre los cuatro primeros. Y está mal creer que eso es lo mínimo a lo que se debe aspirar. Y que de ahí para abajo, todo será fracaso. Lionel Scaloni ha logrado perfilar un equipo competitivo y que dá la impresión de que nadie podrá llevárselo por delante. Para llegar a ser campeón del mundo, se necesita otra mística y otra química. Todavía es temprano para saber si eso que no se compra pero se fabrica, está o no está.