Dos mujeres están juntas frente al espejo, una tiene los ojos cerrados, la otra la está maquillando. Un rubor compacto empapado de confesiones eróticas, dichosas y de las otras, aviva el color de las palabras. Una ceremonia secreta descifrada a través de una oración: “mi cara solo la toca Dottie”. Quien dijo esa oración pudo ser Judy Garland, Marlene Dietrich, Mae West, Clara Blow, Barbara Stanwyck o Carole Lombard. Todas pudieron decirla, todas la dijeron.
Dorothy (Dottie, Dot) fue maquilladora en Hollywood cuando en Hollywood las mujeres no maquillaban o lo hacían a escondidas y por supuesto, sin aparecer en los créditos. Maquillar caras era cosa de hombres. Después de muchos años de resistencia el sindicato finalmente reconoció su trabajo, lo hizo con objeciones y obligado porque Dietrich, West y Blondell amenazaban con boicotear las películas si no lo hacía.
“Nuevamente me han informado que hay un movimiento para expulsarme del Sindicato por el delito de ser Mujer”, escribió Dorothy en febrero de 1942; veinte años después, a principios de los años sesenta, el estatuto aun sostenía que "los solicitantes del oficio de maquillador debían ser hombres". Un mojón de privilegios y monopolio masculino que sigue cuestionando si el peinado de la princesa Leia, los icónicos cinnamon buns, fue una creación de la peluquera Patricia McDermott (que no aparece en los créditos de la primera película y que fue quien lo ideó según Carrie Fisher) o de George Lucas. Un mundo con cimientos de sombra donde el vino de la victoria regurgita en gargantas rancias.
En 1920 Dorothy le dijo adiós a su Chicago natal y llegó a Los Ángeles con su mamá -que quería abrir una panadería-, tenían trescientos dólares. Antes de descubrir que era buena delineando ojos ajenos fue extra en el cine mudo, actriz y bailarina. En 1930, durante el rodaje de Follow Thru de Lloyd Corrigan, Dorothy maquilló improvisadamente a Nancy Carroll, Carroll quedó encantada con su nueva cara y pidió que solo Dottie lo hiciera a partir de ese momento. Después, solo se corrió la voz.
“Dottie depiló las cejas de Dietrich en líneas elevadas únicas, el trazo blanco debajo de sus ojos los hizo parecer más grandes, el plateado en su nariz, disminuía su curva.” Trabajó en Paramount, en Universal y en MGM donde conoció a Judy Garland. Según cuenta la leyenda que la industria alimenta, Judy y Dot (que se convirtió en su maquilladora con contrato de exclusividad) se hicieron amigas de inmediato: “estuve con Judy un cuarto de siglo y si ella no estaba en mi casa o yo en la de ella, o al teléfono, siempre sabía lo que estaba haciendo. Pocas personas significaron más para mí en mi vida que Judy Garland”.
Una foto de ellas juntas frente al espejo aparece en la tapa de la autobiografía de Dorothy: About Face, The Life and Times of Dottie Ponedel: Make -Up Artist to the Stars, publicada después de su muerte y editada por su sobrina, Meredith Ponedel, y Danny Miller. Una esclerosis múltiple le arrancó de las manos lápices y paletas de colores cuando cumplió cincuenta años. Vivía en Beverly Hills, en la casa que se había comprado gracias al contrato con Paramount que le había conseguido Marlene Dietrich. Dicen que el ángel azul, que había comido solo remolachas durante la guerra y para quien un cigarrillo siempre era un lujo, le había regalado un auto nuevo cuando vio que tenía uno roto y que Gary Cooper le dio las llaves, dicen también que Dottie, la chica a quien “los maquilladores odiaban a muerte”, sabía guardar secretos.