Desde Londres
Boris Johnson continúa, aunque nadie sabe por cuánto tiempo. Una ajustada mayoría de parlamentarios conservadores respaldaron al primer ministro en un voto de confianza en su liderazgo que mantuvo en vilo al Reino Unido. De los 359 legisladores que conforman la bancada, 211 se pronunciaron a favor de Johnson mientras que 148 votaron por su remoción. Con un 40% de los diputados conservadores en contra, la envergadura de la rebelión dejó malherido al primer ministro, pato rengo con más de dos años de mandato por delante.
Los conservadores postergaron la hora de la verdad con el gesto dubitativo del que está por clavar la daga y la retira a último momento ante la visión anticipada de la sangre que va a derramar. El vendaval de seis meses ininterrumpidos de escándalo por el Partygate, el abucheo el viernes a la llegada del primer ministro a la catedral de Saint Paul por el jubileo de la reina Isabel II no bastaron para ese ademán decisivo exigido por Macbeth, el más famoso regicida de Shakespeare: “si vas a cometer el acto, házlo rápido”. Si en febrero a Johnson lo salvó la guerra con Ucrania, ahora fue el miedo y la inercia conservadora en un sistema parlamentarista.
El interminable escándalo del Party Gate
El domingo a la noche se supo que Graham Brady, jefe del grupo 1922 (diputados conservadores sin cargos en el gobierno), había recibido al menos 54 cartas de legisladores manifestándole que deseaban la renuncia del primer ministro. En el reglamento interno cuando un 15% de la bancada da ese paso se somete el futuro del líder al frente del partido (y por ende, del ejecutivo) a la votación de todos los diputados conservadores.
El anuncio de Brady no fue una sorpresa totalmente inesperada. El Partygate, que comenzó con revelaciones periodísticas hace seis meses, había golpeado duramente al primer ministro y a los conservadores tanto en las encuestas como en las recientes elecciones municipales.
El intento de cerrar el caso el mes pasado con el veredicto de la Scotland Yard sobre 15 de las fiestas investigadas – a nivel periodístico se llegaron a denunciar más de 100 eventos sociales durante los distintos períodos de confinamiento - resultó un boomerang que dejó más groggy aún al gobierno y salpicó de paso a la policía británica.
La policía metropolitana solo multó a Johnson con 50 libras por una de las cinco reuniones en las que había participado: unos días más tarde se publicó una foto del primer ministro brindando alegremente en otra de las fiestas. La credibilidad de la Scotland Yard cayó en picada y motivó un pedido de investigación parlamentaria de su conducta.
A pesar de esta clara prueba de que Johnson podía arrastrar al abismo a su partido y a algunas famosas instituciones británicas, la aritmética del poder jugó anoche a su favor.
Las reglas del juego
Las reglas internas del Partido requieren que la mitad más uno, en este caso, 180 diputados votaran contra el primer ministro para que este perdiera el liderazgo de los Conservadores y su cargo en el ejecutivo.
En el sistema parlamentarista británico todas las funciones políticas del gobierno tienen que ser ocupadas por parlamentarios, desde los ministros hasta los subsecretarios de estado: unos 160 diputados forman parte del gobierno. Un voto en contra equivale a una virtual renuncia a sus puestos.
Si a este viento a favor del primer ministro se le suma el factor Brexit, el miedo y un puñado exiguo de votos leales se explica que, como un gato de siete vidas, Johnson haya vuelto a salvar su pellejo. Pero la envergadura de la rebelión será su talón de Aquiles de ahora en adelante.
El Titanic
Uno de los ejemplos más impactantes de la falta de apoyo de Johnson en amplios sectores del partido parlamentario es la crítica de uno de sus más leales aliados, el ex secretario del Tesoro, Jesse Norman.
El diputado condenó la conducta de Johnson en el Partygate y le añadió otras políticas “profundamente erróneas” como la que se seguía con el protocolo de Irlanda del Norte en relación al Brexit, la de envío de refugiados a Ruanda o la privatización del Canal 4. Norman señaló que no volvería a formar parte de su gobierno bajo ninguna circunstancia.
Otro importante diputado, que se proyecta como sucesor de Johnson, el ex ministro de salud Jeremy Hunt instó abiertamente a sus colegas a votar en contra. “Los conservadores saben en su corazón que no le están dando a los británicos el liderazgo que necesitan y merecen. No estamos ofreciendo integridad, competencia y la visión que se necesitan para relanzar la nación”, dijo Hunt antes de la votación.
Entre los que votaron en contra se encuentra el líder de los conservadores en Escocia, Douglas Ross, que justificó su posición diciendo que había escuchado con “toda claridad” la voz de la gente hastiada del escándalo y la conducta del primer ministro.
Un mensaje de última hora
En la previa a la votación que comenzó a las 1800 hora local, el primer ministro se dirigió a sus diputados para convencerlos que él seguía siendo un ganador tal como lo había demostrado tanto en las elecciones a alcalde de Londres como en las nacionales de 2019.
Johnson reivindicó su apoyo a Ucrania y prometió un ambicioso programa de desregulación, reducción impositiva y viviendas sociales para combatir el alza del costo de la vida que ha aumentado el número de hogares que depende de los centros de alimentos gratis para cubrir sus necesidades. “No nos podemos lanzar ahora a una lucha fratricida que va a abrir las puertas para que los laborista lleguen al poder”, dijo Johnson a sus diputados.
El mensaje puede haber arrimado algunos votos, pero no convenció a muchos. Un ex ministro pro-Brexit, Steve Baker, dijo que aunque el primer ministro había presentado argumentos sólidos y él calculaba que iba a ganar, votaría en contra.
Una encuesta de la web del Partido Conservador, conocida poco antes de la votación, sugirió que un 55% de los activistas y miembros del partido querían que los diputados votaran en contra de Johnson: solo un 41% estaba a favor del primer ministro.
¿Cómo sigue la película?
El resultado es el que más conviene a la oposición porque aun sobreviviendo, Johnson ha perdido autoridad, está por los suelos en todas las encuestas, partidarias o nacionales, y no puede mantener unido a su propio partido.
El 23 de junio hay dos elecciones de renovación de escaños. En Tiverton and Honiton, una localidad que siempre vota a los conservadores, los liberal demócratas corren con ventaja. La votación en Wakefield, norte del país, tiene todavía más peso simbólico. En las elecciones nacionales de 2019 Johnson consiguió convencer a buena parte de la clase trabajadora laborista del norte de Inglaterra que los conservadores representaban sus intereses. Hoy nadie da un centavo por las chances de los tories de retener su escaño en esta emblemática circunscripción electoral.
En el sistema parlamentario británico derrotas de este tipo ponen en tela de juicio la supervivencia de los 359 diputados que tienen que luchar por su reelección a nivel local, en muchos casos con mayorías exiguas, en medio de un desbarajuste nacional. Las reglas internas partidarias parecerían darle un margen de maniobra a Johnson porque establecen que los legisladores deben esperar un año antes de someter al primer ministro a un nuevo voto de confianza. Pero esta regla quedó en entredicho con la predecesora de Johnson en el cargo, Theresa May.
En diciembre de 2018 May ganó la votación interna entre sus parlamentarios por un margen superior al de Boris Johnson esta noche: 200 votos contra 117. Seis meses más tarde tuvo que renunciar a su cargo ante la amenaza de un nuevo voto. “Si el comité 1922 que representa a los parlamentarios recibe suficientes cartas exigiendo un nuevo voto, no importa cuánto tiempo haya pasado, habrá un nuevo voto”, señaló en el dominical The Observer Tim Bale, profesor de política de la Queen Mary Universidad de Londres en un artículo el domingo.