“Quiero arder / quiero arder / en el espejo de tu alma me quiero ver”, canta Julieta Laso con su voz de versos rabiosos y sabiduría profunda en el “Pregón” que abre Cabeza negra. Es su cuarto disco solista y lo presentará este sábado a las 20 en el Teatro Margarita Xirgú (Chacabuco 875). En ese Pregón inicial, mientras resuena un bombo legüero del norte ancestral, Laso también advierte que “para insultar a la vida ya estamos grandes”. 

Esa intensidad, ese tono, se refleja en el resto del disco. Cabeza negra es una síntesis impecable de la propia Laso. Lleva el sonido y la cadencia del norte que habita tanto como la rítmica tanguera que la identifica. Lo curioso es que, si los discos anteriores se percibían como profundamente tangueros teniendo –paradójicamente- muy pocos tangos, este se escucha como muy norteño mientras canta sobre una fila de bandoneones que ejecuta la música porteña.

La idea del sonido, cuenta a Página/12 la cantante, surgió de su viejo compañero de la Fernández Fierro, el contrabajista Yuri Venturín, que aquí oficia de productor artístico. Venturín le propuso probar una formación con cuatro fueyes y un contrabajo que apoyara los graves. “Después apareció lo de sumar la caja en algunos temas, nos encantó y la desarrollamos bastante”, cuenta Laso. 

Más allá del tema de apertura, que escribió ella, el resto del repertorio fue fruto del compromiso en común y los recorridos por paisajes formativos. Así suenan versiones del Tape Rubín, Tomi Lebrero, Luciana Mocchi, Lele Angeli, Violeta Parra, Fito Páez, Horacio Guaraní, Zitarrosa y Alejandro Guyot, entre otros. “Creo que son canciones con contenido político importante y nosotros queríamos que hubiera composiciones nuevas y viejas. Así llegamos a este repertorio que me tiene muy feliz”, plantea.

-¿Cómo fue pensar políticamente las canciones? ¿Qué querías plantear?

-No es una cuestión de ideas en la lírica, es de interpretación. Cuando hago “Canto de nadie” pienso en las mujeres a las que nos tratan de humillar, y que resistimos, porque la humillación duele más cuando pudiste defenderte y no te animaste. Pero cuando la diferencia de poder es inmensa, no es humillación, es otra cosa. Es la guerra, pero la guerra de guerrilla. La que no puede ir de frente, sino la que ataca por atrás. Cuando la diferencia de poder es brutal, atacar por atrás es lícito. Las mujeres no tenemos que ser heroínas, eso es para los giles. Tenemos que salvarnos, y después vemos. Con “Fuga de ausencias”, en cambio, lo que yo llamo político, y capaz me estoy equivocando con esa palabra, es que cuando canto esa canción me inflamo de algo épico, la fuerza de gente obligada a migrar a las ciudades, alejarse de sus pueblos, de sus territorios. Guyot escribió esa canción inspirado en Caballo en el Salitral, de Antonio Di Benedetto. El cuento es sobre un caballo que se asusta en una tormenta y se termina perdiendo y muriendo de sed en un salitral, y en sus huesos un pájaro arma el nido. Pero él escribió la canción pensando en un hombre que va a morir solo. Las composiciones que elegimos no tienen esas miserias del amor a la que nos acostumbra la pasión berreta. Son palabras para salir en jet al espacio.

Cabeza negra supuso un cambio de equipo total para Laso. No sólo cambió productor artístico, también a sus músicos. Más allá de Venturín en el contrabajo (y algunas percusiones), el bombo legüero de Diego Fariza, Laso trabajó con mayoría de contrabajistas mujeres: Sofía Calvet, Milagros Caliva, Ayelén Pais, Natsuki Nishiara, Matilde Vitullo y Victoria Gauna. El único varón al fueye fue Manuel Barrios. “Es un disco dramático, telúrico. Que es un disco audaz y en el que escuchás sonidos que conocés de nuestro territorio pero que se unen de una forma un tanto rara, que de alguna manera me hacen pensar que encontramos un sonido”, reflexiona. “Me gusta cambiar, irme de un lado al otro para no aburrirme de mí misma. Me hace bien para despabilarme”.

-El drama es omnipresente en tu obra, pero este lo describís como "telúrico", cosa que no hacías con La Caldera, que grabaste ya viviendo en Salta. ¿Pesa distinto en este tu vida allá?

-En este disco buscamos claramente una sonoridad que te lleve a lo telúrico y que en el sonido general del disco se perciban la caja y el bombo. Esa sonoridad inevitablemente te lleva a otras zonas de la música. Vivir en Salta me cambia cada vez más. Ahora veo la televisión y no puedo creer que una zona tan chica del país se lleve todas las noticias. Es como haber vivido en una burbuja.

-¿Y el bandoneón qué rol juega en ese sonido?

-Cuando probamos la formación pensamos que el bandoneón, que es un instrumento muy importante de nuestra cultura y tiene un potencial enorme, estaba desaprovechado. Y pensamos en explorarlo en forma de orquesta, no como solista acompañando a una cantora. Entonces partimos de la idea del orquesta y el contrabajo reforzando los graves y complementándolos.

-Abrís con "Pregón", que es un tema tuyo y establece de movida el tono del disco, predispone la oreja a todo lo que hablamos hasta ahora. ¿Cómo surgió? ¿Qué encontraste en ella?

-Escribí este pregón muy temprano, lo que significa que era terriblemente tarde. Y cuando se lo mostré a Yuri con esa timidez de muerte con que uno muestra las cosas que escribe, me dijo que le gustaba para abrir el disco. La vio. En la pandemia grabé muchos pregones, creo que es el género para mi.

-¿Por qué sentís que es el género para vos?

-Cuando era chica en el mercado había una chica de mi edad, más o menos 11 o 12 años, que pregonaba las verduras de estación. Mándarinas… manda, manda, mandarinas. Es el tipo de letras que me hacen sentir capaz de vivir. En Zama grabé los pregones de los que venden pescados: Surubiiiiii, pacuuuu, sabalooooo.