“Conocer bien a alguien equivale a haberle amado y odiado, sucesivamente. Amar y odiar equivale a experimentar con pasión el ser de un ser”
J. D. Nasio
Tanto el amor como el odio son sentimientos muy primitivos, muy básicos en la constitución del psiquismo y, por esa misma razón, pueden ser altamente contaminados por diferentes circunstancias por la que transcurre la vida de un individuo, y que no siempre provienen de la pareja de turno. Pero en esta oportunidad me referiré a algunas de las formas en que este sentimiento suele desplegarse en la vida amorosa de las parejas.
A primera vista, tanto el amor como el odio son dos sentimientos fundamentales que hasta podríamos llamarlos complementarios.
Cada pareja deberá lidiar con esos dos sentimientos tan básicos (además de otros...) y encontrar los modos y tiempos para poder vehiculizarlos. Hay culturalmente dispositivos simbólicos que prescriben y prohíben las maneras de expresión de dichos sentimientos. En ese sentido, les da un marco de contención, y el odio, por ejemplo, puede llegar a quedar despojado de su contenido destructivo. (No es lo mismo cortar una comunicación telefónica en una discusión, que golpear al otro, o insultarlo.)
En la clínica con parejas se comprueba constantemente la aparición del odio hacia el otro, que puede provenir de diferentes circunstancias: celos, desaprobaciones reiteradas, ataque a la autoestima del partenaire, sentimientos de sentirse dominado y/o controlado por el otro, etc.
Uno de los tantos males del “amor romántico”, que prevalece aun en gran parte del mundo, es hacer creer a las parejas que se puede convivir en un constante o casi permanente clima de armonía, donde fluya la corriente amorosa de manera ininterrumpida, creando, de esa manera, una expectativa falsa que luego se traduce en frustración y malestar al no poder cumplir con ese ideal. Lo corriente es que se llega a sentir no sólo odio sino también dolor.
Hasta podríamos llegar a afirmar la necesidad de un “odio funcional” en las parejas. Es que, a través de él, sin que los participantes sean muy conscientes de ello, logran diferenciarse, adquieren autonomía. Este odio funcional es también el encargado de producir, de tanto en tanto, distanciamientos, que suelen ser muy necesarios y beneficiosos para la supervivencia vincular. Las parejas denominadas “simbióticas” sufren, precisamente, si perciben ese distanciamiento, y es por ello que podemos señalar un empobrecimiento vincular.
El odio tal vez está más cerca del deseo que el amor. Cuando se desea y el objeto de deseo se rehúsa, sobreviene el odio. Pero también la distancia que genera el odio con el objeto amado favorece la emergencia del deseo. Parece paradojal, pero es necesario muchas veces, que se produzca ese intervalo, esa “hiancia”. Del desencuentro al encuentro hay un resurgimiento del deseo. Por eso muchas parejas incrementan más su deseo en la reconciliación de una pelea cotidiana. Otras, usan la pelea como mecanismo constante para luego producir buenos encuentros sexuales.
Entre dichos y frases...
El odio es el caudillo del cambio. Mientras que el amor es el patrono de la estabilidad. Del odio al amor hay un paso, del amor al odio un instante. El amor y el odio no son ciegos, sino que están cegados por el fuego que llevan dentro... No se odia mientras se menosprecia. No se odia más que al igual o al superior.
Friedrich Nietzsche
El hombre que ha perdido la aptitud de borrar sus odios está viejo, irreparablemente.
José Ingenieros
Se está acabado, se es un muerto en vida, no cuando se deja de amar, sino de odiar. El odio conserva: en él, en su química, reside el “misterio” de la vida. Por algo es el mejor tónico nunca encontrado, tolerado además por cualquier organismo, por débil que sea.
Cioran
L’ “hainamoration” (Lacan). ¡¡Te amo de la manera más repugnante, te odio hermosa y deliciosamente!! El más grande amor acaba en el odio.
Borges decía: “No nos unió el amor sino el espanto, será por eso que la quiero tanto”.
Soledad. Perdí la luz de tus ojos, dejé de mirarlos al amanecer. En vano mi mano recorre tu espacio en la cama y sólo encuentra el frío de tu ausencia en las sábanas. Te odio cuando no estás. El onceavo mandamiento: odiarás a tu prójimo como a ti mismo.
Mara Echeverría
El odio en psicoanálisis
Para el psicoanálisis, el odio es una pasión del sujeto que busca la destrucción de su objeto. Pero hay una diferencia fundamental entre el odio como desvelamiento del saber y el odio como rechazo del ser. El primero puede dar lugar a la lucidez que hace progresar el saber, mientras que el segundo apunta ciegamente a la destrucción del otro. Lacan hablaba de las tres pasiones del ser: amor, odio e ignorancia. Para S. Freud el odio es un hecho clínico fundamental. De él esboza el origen psíquico y las consecuencias sociales. Junto con el amor, las llama “las fuerzas maestras desplegadas por el yo en su lucha con el mundo externo, a fin de afirmarse, conservarse y sobrevivir”.
El sujeto odia, detesta y persigue, con la intención de destruir a todos los objetos que son para él una fuente de displacer, inclusive las figuras familiares más cercanas (padre, madre, hermanos…). La relación con el mundo exterior extraño, que aporta excitaciones, está marcada entonces por este odio primordial. Forman parte de esa exterioridad extraña todos los objetos sexuales cuya presencia o ausencia el sujeto al principio no domina. La obligación convencional de amar al prójimo provoca la represión de los pensamientos de odio y, a menudo, suele reaparecer disfrazado en los sueños como la muerte de seres queridos.
No nos olvidemos que para Freud el odio al padre está en el origen de la ley simbólica de la interdicción, es decir, del lazo social. Freud insiste también en la tendencia natural del hombre a la maldad, la agresión, la crueldad y la destrucción, que viene del odio primordial y tiene incidencias sociales desastrosas. Pues el hombre satisface su aspiración al goce a expensas de su prójimo, eludiendo las interdicciones. Explota sin resarcir, utiliza sexualmente, se apropia de los bienes, humilla, martiriza y mata. Como debe renunciar a satisfacer plenamente esta agresividad en sociedad, le encuentra un exutorio en los conflictos tribales o nacionalistas.
Lacan destaca, sobre todo, la dimensión imaginaria del odio según dos registros distintos: el odio celoso y el odio del ser. El hermano, la hermana y más en general toda persona rival son objeto del odio celoso. En el paranoico permanece este odio de la imagen del otro sin acceder al deseo. Es el doble, el perseguidor que conviene eliminar. Todos, de alguna manera, atravesamos alguna vez en nuestra vida momentos en donde deberíamos eliminar a nuestro “competidor”.
En su otra vertiente, el odio tiene un lazo profundo con el deseo de saber. Para Freud, nuestro placer y nuestro displacer dependen en efecto del conocimiento que tenemos de algo real tanto más odiado cuanto que es desconocido. Lo real es entonces sobrestimado por la amenaza que representa. El odio participa así de la inventiva del deseo de saber.
La alternancia de odio y amor... esa “enamorodiación”
“El odio es, en su relación con el objeto, más antiguo que el amor.”
S. Freud
El odio puede ser un sentimiento lúcido. Es una emoción causada por todo aquello que incita al alma a separarse de lo que puede resultar perjudicial. Descartes decía que todas las pasiones pueden ser provocadas en nosotros, sin que nos percatemos en absoluto de si el objeto que las causa es bueno o malo. Pero cuando una cosa nos parece buena con respecto a nosotros, es decir, conveniente para nosotros, eso nos hace tener amor por ella; y cuando nos parece mala o perjudicial, eso nos excita al odio. Algo parecido decía B. Spinoza.
Y además, podría afirmarse que habría dos clases de odio: una especie referida a las cosas malas y otra a las feas, esta última puede llamarse horror o aversión.
“El primer dolor despierta el primer odio”. Así como el niño ama a quienes les deparan placer, odia a quienes tratan de impedírselo. La sustracción de placer se transforma en dolor, y éste, en odio. Para W. Stekel, seguidor de Freud, si bien a primera vista el amor constituye la fuerza central de la existencia, el odio es en realidad el motor de todo acaecer. Se dice “No hay amor sin odio”, frase más fácil de entender que “No hay odio sin amor”.
La ambivalencia ha sido otra vertiente de acceso a la comprensión de este sentimiento. La mudanza de la pulsión en su contrario se da en la transposición del amor en odio, que con frecuencia se presentan dirigidos al mismo objeto en forma simultánea. Este concepto fue elaborado por E. Bleuler y retomado luego por K. Abraham y por S. Freud. Bleuler consideró la ambivalencia en tres terrenos. Volitivo: por ejemplo, el individuo quiere al mismo tiempo comer y no comer; intelectual: el individuo enuncia simultáneamente una proposición y su contraria; afectivo: ama y odia en un mismo movimiento a la misma persona. Considera la ambivalencia como uno de los síntomas cardinales de la esquizofrenia, pero reconoce la existencia de una ambivalencia “normal”. Decía Bleuler que “el sujeto normal siente dos almas en su pecho: teme un acontecimiento y lo anhela al mismo tiempo”. Se podría decir, también, que es un conflicto motivacional que se produce cuando el sujeto es simultáneamente atraído y repelido por la misma meta o deseo. Para M. Klein, era la descripción de un fenómeno evolutivo del desarrollo, que permite al niño comenzar a captar lo contradictorio y a estructurar los procesos de simbolización. Es un proceso de integración de lo bueno y lo malo en un solo objeto.
La ambivalencia se descubre, sobre todo, en determinadas enfermedades (psicosis, neurosis obsesiva), así como en ciertos estados (celos, duelo); y caracteriza algunas fases de la evolución de la libido, en las que coexisten amor y destrucción del objeto (fases sádico-oral y sádico-anal).
El odio puede adquirir un carácter erótico, garantizando la continuidad del vínculo amoroso. También hay odio en la ruptura amorosa: desde el lugar donde estaba el goce, en eso que fue perdido, parte el odio. Un odio intenso luego de un amor intenso. Un amor al cual se le deniega la satisfacción y se torna en odio. De esto no se salva ni el más grande amor. Freud también observa en el sentimiento de culpa, la expresión de un conflicto, de una lucha entre Eros y la pulsión de destrucción.
Lacan habló del amor y el odio, como de la ignorancia, diciendo que se trataba de las pasiones del ser, lo que quiere decir que son afectos efectos de la falta de ser. Ha desarrollado la idea de que el amor, el odio, la ignorancia, surgen, son afectos generados por la falta de ser que el sujeto percibe en sí mismo.
Como bien resume C. Soler: el amor es una relación al Otro no como simple lugar del lenguaje, pero el Otro marcado con una falta también. Es decir que el amor se instaura en una relación de una falta a otra falta. La falta de ser del sujeto y la falta de ser del Otro. El sujeto se establece entonces por esa carencia: el deseo vaga entre los objetos, sin alcanzar un objeto último que lo colme. Ser sujeto supone, por tanto, vivir en una falta constante, en una hiancia (hiancia: brecha, abertura, grieta, orificio...)
En cuanto al odio, no hay que pensarlo como si fuera la contracara del amor, hay un odio que va junto con el amor, (sería odio-enamoramiento, u odioenamoración). Es una mezcla de amor-odio, en cuanto el amor decepciona, desilusiona. Pero Lacan siempre ha sostenido que el odio, el odio verdadero, no es el revés del amor. Nos señala: “el verdadero amor desemboca en el odio” Eso no dice que el odio es la otra cara del amor, eso dice que el odio es el sucesor del amor, no es lo mismo.
Si la relación de sujeto a sujeto mueve al amor, la relación de ser a ser conduce al odio porque se dirige al goce. Su goce (el del otro/a) nos excluye, nos deja afuera. Cuando entra en escena el goce de cada uno, se rompe toda ilusión de compañía. Y además, el odio es un sentimiento más estable y radical que el amor porque no depende de un discurso que lo sostenga. Por esa razón Lacan creó el neologismo odioenamoramiento, para indicar ese punto crucial de reversibilidad del amor en odio que transforma al partenaire en algo insoportable. Todo aquello que en algún momento anterior nos fascinaba de la otra persona, puede tornarse en insufrible y odiado.
Ocurre, a veces, que odiamos a aquel que amamos cuando se nos ha convertido en algo necesario, y ese sentimiento de dependencia vital nos lleva inevitablemente hacia el odio.
En las religiones también podemos apreciar esa mezcla entre el odio y el amor. A pesar de que declamen como valor supremo al amor, la crueldad y la intolerancia está siempre lista a aparecer frente a aquellos que no compartan esa creencia (fe) que aglutina. Además la historia tiene infinitos ejemplos de odio y muerte en nombre de la “defensa religiosa” e implantación de un credo.
Sería injusto cerrar este artículo sin referirme al binomio amor y misoginia que prevalece en todas las culturas patriarcales, que ha ocasionado la opresión de la mujer y a veces hasta la muerte de ellas, de esas mismas que alguna vez vieron en su victimario al “amor de su vida”.
“...millones de mujeres maltratadas por posesión y expropiación, por amor o por celos, torturadas y sometidas a violencia sexual, física, psicológica, económica o patrimonial en su casa, en la calle, en su comunidad, en torno de su escuela o su trabajo”.
Con mucha agudeza, Carmen Gallano compara el odio al otro sexo con el odio racista, el que no tolera la diferencia, al inmigrante, a lo extranjero.
Quizás en la pareja humana, la extrañeza del goce del otro, en su radical diferencia, sea la puerta que abra la instalación del odio por el otro.
* Psicólogo psicoanalista. Autor de Amores y Parejas en el Siglo XXI. Ed. Letra Viva.