Todo empieza con un desajuste cognitivo. TopGun: Maverick es por supuesto una secuela, estrenada treinta y seis años después de la original. Pero cuando se lo ve aparecer a Tom Cruise, el cerebro salta como ante un pozo de aire. Un deja vu en el que algún detalle no cuaja. Está por cumplir los 60 y parece de 35. ¿Esto que se ve en la pantalla no será la vieja película remasterizada? Un desconcierto de segundos que se explica gracias a la tecnología médica y audiovisual, y seguramente a esa vida saludable, impoluta, aquella de la que sólo se pueden dar el lujo en el universo particular que es el showbiz.
Maverik, el piloto top y rebelde de la Armada norteamericana, no es ese héroe con pretensiones, y con preguntas sobre la vida, la muerte, la salud mental, el tiempo y el espacio, como lo fue más tarde el Cruise de Vanilla Sky o Magnolia, sino un galán de los años 80 trasplantado a un clima de época completamente distinto. Y parece una locura, compartida entre la estrella y la producción, pensar que a esta altura del siglo puede seguir resultando atractiva esa pose de canchero. Del bonito que como tal se permite ser osado. Del que se las sabe todas. Eso que transmite apenas en el gesto de ajustarse los anteojos tornasolados, calzarse la campera emblemática y empujar su vehículo muy por arriba de las velocidades acordadas.
No hay signos del paso del tiempo en la cara del actor, que ahora interpreta a un maestro de vuelo sin canas camuflado entre sus alumnos, con quienes comparte los mismos abdominales y los mismos chistes. Se sabe que el sello de Cruise es el de hacer él mismo, en la medida de lo humana y legalmente posible, sus propias acrobacias, sin trucos. Contra la lógica del streaming y del cine de descarte y bajo presupuesto de las plataformas, arriesga literalmente su vida en nombre de la ficción. Sorprende entonces que al actor famoso por no querer dobles no le hagan ruido otro tipo de reemplazos. Y es que a los pocos minutos de empezada la película nos damos cuenta de que falta alguien: Kelly McGillis, su partenaire romántica, que hoy tiene 64 años.
McGillis hacía de una instructora muy poco profesional que le daba forma a la trama de amor -desdibujada pero funcional- en esta película de guerra. Pero para la secuela no la llamaron ni por obligación ni por nobleza. Tom Cruise y su productor directamente la reemplazaron por Jennifer Connelly, algo más joven, más flaca, y menos arrugada que McGillis. Y si bien Connelly no había estado en la original, en pocas pinceladas de guión se le dibujó un romance con el piloto, que para que los números cierren debería haber ocurrido en algún momento entre 1986 y el presente de la película.
La carrera de McGillis, los chismes y su salida del clóset bi
En 1986, Kelly McGillis tenía 29 años y se convirtió en un ícono sexual, sentada detrás del galán inmaduro, en la ruta, con el pelo al aire y al ritmo de Take my breath away. Su carrera parecía que estaba por tomar impulso en Hollywood, pero se retiró del cine industrial y se dedicó al teatro y a películas independientes, varias de temática lgbti. Desde los 90 hasta el presente el periodismo chimentero, más que en los devenires de su carrera, se concentró en debatir sobre su ser o no ser lesbiana o bisexual, hasta que en 2009 celebraron haberle arrancado ”la confesión”, poco antes de que se casara con la empresaria musical Melanie Leis.
Sobre la experiencia en el rodaje de Top Gun, McGuillis declaró hace más de diez años: “Tuve que hacerlo porque había firmado un contrato de dos películas con Paramount, después de Witness. Leí el guión de Top Gun y pensé: ‘Esto no es Medea’. Sin embargo, la pasé muy bien haciéndolo. Me la pasé ‘cubriendo’ a Tom en esas famosas fotos promocionales, porque yo era demasiado alta, le llevaba bastante. Tuve que pasarme agachada toda la película”. Y, no, Top Gun, no será Eurípides, pero fue la película que la hizo famosa. Y si bien no es un trabajo por el que le guste en particular ser recordada, es casi increíble que no la hayan llamado para preguntarle aunque sea si no tenía ganas de figurar de algún modo en la secuela.
Nadie le pide a Top gun 2 que sea lo que no es, ni que cumpla con ninguna deconstrucción. Ni que se eleve. Porque así, tal como es, sin ninguna mirada introspectiva sobre las atrocidades que se cometen en nombre de la bandera de ese país y al interior de la Armada, Top Gun es una gran película de acción y hace lo que tiene que hacer: romper la taquilla, entretener a la hinchada. Todo lo que una porción del gran público puede desear en clave de soft porn militar.
La inquietud de si una película así -"un western con aviones", o lisa y llanamente, "un spot publicitario para Estados Unidos"- puede hoy cautivar al mundo, queda para otro capítulo. Pero por lo menos vale para este espacio la pregunta de si no será mucho lo que le hicieron a McGillis. Ni una mención en el guión, ni un guiño de parte de algún otro personaje, ni un paneo que dure lo que un pestañeo. Como si nunca hubiera estado ahí. Y todo porque tuvo el atrevimiento de aquello que Cruise combate con todas sus armas: ponerse vieja.