Garra 6 puntos
Hustle; Estados Unidos, 2022
Dirección: Jeremiah Zagar.
Guion: Taylor Materne y Will Fetters.
Duración: 118 minutos.
Intérpretes: Adam Sandler, Queen Latifah, Ben Foster, Robert Duvall, Lyon Beckwith y Juancho Hernangomez
Estreno en Netflix.
Adam Sandler es un fanático confeso de los deportes que ha incluido disciplinas con pelotas en varias de sus películas, como el golf en Happy Gilmore (1995) y el futbol americano en El aguador (1998) y Golpe bajo: el juego final (2005). En la flamante Garra, que acaba de desembarcar en la plataforma Netflix, el deporte vuelve al centro de la escena, en este caso con Sandler interpretando a un menospreciado aspirante a director técnico de básquet que se gana la vida como buscador de talentos para los Philadelphia 76ers de la NBA. Menosprecio es un término nodal de su filmografía, pues sus criaturas acostumbran a lidiar con las miradas de reojo de su entorno, y Garra no es excepción. La diferencia es que, si esas miradas suelen operar como disparadores cómicos, aquí tiñen de una tonalidad amarga un relato más deudor del cine deportivo clásico que del humor infantiloide, explosivo e inocentón que volvió famoso al actor con cara de huevo.
Aquellos que esperen las monerías explosivas, los ataques de ira y la lengua hiriente del arquetípico personaje sandleriano, más vale que pasen de largo, porque su trabajo en la película de Jeremiah Zagar tiene una impronta doliente y frustrada que lo acerca a sus papeles en Embriagado de amor (2002), Los Meyerowitz: la familia no se elige (2017) y Diamantes en bruto (2019). Porque Stanley Sugerman es un hombre quebrado emocionalmente que supo ser una promesa del básquet hasta que una lesión lo obligó a retirarse. Desde entonces, intenta lidiar con un mundo en el que le cuesta encajar y donde el maltrato de terceros está a la orden del día. En especial, el propinado por un flamante presidente del club (Ben Foster) que desconfía de sus condiciones técnicas para ocupar la banca y, a cambio, lo tiene dando vueltas por el mundo buscando jugadores que difícilmente terminen contratados. Hasta que encuentra a uno distinto, uno que hace cosas que nunca ha visto, en un pequeño pueblo español.
Ese muchacho se llama Bo Cruz y lo interpreta el madrileño Juancho Hernangomez, que en la vida real integra la plantilla de los Utah Jazz y es una fija de su selección nacional. No es el único jugador profesional en el elenco. Por el contrario, hay alrededor de una docena de ellos, además de técnicos, ejecutivos y glorias del pasado, la mayoría haciendo de sí mismos u ocupando roles secundarios. Bondades de contar con el beneplácito absoluto de la NBA y con la compañía de la superestrella de Los Ángeles Lakers LeBron James como productora asociada. La buena noticia es que esas apariciones no están subrayadas ni tampoco buscan a toda costa –como en el mundo Marvel- el “ay, mirá quién es”, sino que se enlazan a una trama propulsada por los intentos de Stanley de colocar a Cruz en la élite del básquet.
Los problemas son varios: la reticencia inicial de Cruz, su carácter volátil, la falta de depuración de su técnica, la lejanía con su familia. Problemas que el reclutador sorteará a fuerza de entrenamientos intensos y la progresiva construcción de un vínculo profesor-alumno. ¿Un veterano adoptando un “hijo” deportivo al que llevará hasta sus límites físicos y psicológicos? Los ecos de la saga Rocky, en especial de las dos Creed, resuenan con fuerza a lo largo de las casi dos horas de una película que se sabe carente de todo atisbo de originalidad. Una carencia que, como las fábulas proletarias del boxeador de Filadelfia, suple con corazón, humanidad, amabilidad y una creencia absoluta en la fórmula narrativa de descenso y posterior encumbramiento. Una fórmula que no por trajinada pierde su eficiencia.