Junio trae siempre un malestar para nosotrxs: a las empresas les agarra el boom del rainbow-washing. En la mayoría de los casos, el interés por la visibilidad y el bienestar de las personas LGBTIQ+ dura hasta el último día del mes. El resto del año, toda política cis-heterosexista queda rebatida bajo el argumento “ah, pero en junio…”.
Esta discordancia no parece, sin embargo, desalentar algunos de nuestros consumos. Si el uso y abuso de nuestras imágenes sigue siendo moneda corriente durante el Pride Month —vale aclarar que esto se da en el marco de la conmemoración internacional de la revuelta de Stonewall, pero casi nunca en noviembre cuando se celebra la Marcha del Orgullo de Buenos Aires—, es porque una parte considerable de nuestra “comunidad”, aun si lo critica, se mantiene permeable al rainbow-washing. Las comillas son de mala, y es que en contradicciones de este tipo, me parece, está el peligro para cualquier intención de “comunidad” que queramos reivindicar.
Los consumos culturales
Más que nuestras decisiones comerciales, me inquietan las que tomamos en relación con los productos culturales y nuestras posturas políticas. Seguimos en la redes a un montón de personas cuyos discursos nos hacen mal pero no dejamos de prestarles atención; a veces el hate watching da más vida de la que drena. Criticamos las condiciones —a esta altura, conocidas por todxs— en las que el GCBA lleva a cabo sus iniciativas culturales, pero estamos en primera fila a la hora de participar de sus convocatorias y espectáculos.
Cierto café de Palermo sufre un incidente que tiene pinta de ataque de odio; el dueño aprovecha la cámara para posar junto a la torta insignia del lugar, nos la vende, se la compramos, ¿quién se acerca a mirar la situación de sus empleadxs, a escuchar lo que tienen para decir sobre ese café y ese dueño? Nos negamos a reconocer los hilos de las cosas para justificar nuestro contacto con ellas, del mismo modo que nos negamos a reconocer la explotación de la mano de obra que cose nuestros buzos. “Ah, pero en junio…”.
Estamos en el horno
Sucede en todos los niveles. Un reconocido medio de comunicación habilitó a fines de mayo la publicación de una columna transfóbica titulada “Fiasco del Censo no binario”. El mismo medio anunció el 1° de junio que va a tener una sección LGBTIQ+. Todxs nos quedamos tan sorpresa como Jacqueline Dutrá en su momento.
Un dato no menor es que ese medio, en lo que va del año, sacó ya cinco notas sobre Agustín Laje. El politólogo, que ahora también es una suerte de rockstar facho internacional, es uno de los principales opositores a nuestra —comillas, comillas— “ideología de género”. Con un discurso que no resiste complejidades, Laje instala la regla de que LGBT = zurdx = kirchnerista = resentidx social. Más aún, insiste con que se avecina una batalla cultural en la que nosotrxs, lxs resentidxs de la ideología de género, seremos los orcos.
Su último libro, con el cual llenó uno de los eventos más convocantes de la reciente FILBA, se titula La batalla cultural: reflexiones críticas para una nueva derecha. Yo estoy de acuerdo con Agustín, pero soy un poquito más dramática: la batalla cultural ya empezó y estamos, algunxs sin querer, tomando posiciones.
The system works
Es verdad que, como dice Elvira en Esperando la Carroza, “vivimos en un país independiente, soberano, con libertad de expresión, sin censura y blablablá”. De ahí que en la Feria del Libro, el evento “cultural” por antonomasia, hayan convivido Javier Milei y Camila Sosa Villada, o que el éxito del Espacio de Diversidad Sexual y Cultura haya tenido parangón con el de la propuesta de hacer un “recorrido libertario” a través de los pabellones. Del mismo modo, podría argumentarse que la coexistencia en un mismo medio de comunicación entre los discursos de odio y una sección de noticias LGBTIQ+ es solo otra prueba de que ¡el sistema funciona, yeay!
Por fortuna, el sistema es tan amable que nos concede —la ilusión de— una libertad sobre cuya base podemos leer, compartir y defender lo que se nos cante. Por desgracia, es más difícil comprar prendas que no hayan sido cosidas por manos explotadas: no abundan ni tienen tanta publicidad. Al final del día, el sistema descansa tranquilo sobre la sensación de mayoría que se construye para sí mismo. En el contexto de una batalla cultural, construir esa sensación es fundamental para las partes. Las tretas abundan y debemos exponerlas.
Habitar la contradicción
No tengo duda de que la sección LGBTIQ+ del medio Innombrable va a estar llena de notas interesantes y dignas de compartir. Quizás nuestra gracia esté en leerlas como parte de un todo, en no eximirlas de la contradicción que las funda y las impregna. Matar a lxs mensajerxs no es una opción; al fin y al cabo, todxs somos laburantes. Cada unx verá finalmente cómo va a habitar su propia contradicción cuando las papas quemen. Mientras tanto, nuestra mira tiene que estar en las sombras que hay detrás, para que la próxima vez que apuntalen el discurso de odio no puedan decir “ah, pero tenemos una sección cuir…”, ni creer que estamos de su lado solo porque leemos sus notas. No lo estamos ni lo estaremos.