RRR             7 puntos

RRR (Rise Roar Revolt); India, 2022

Dirección y guion: S.S. Rajamouli.

Duración: 187 minutos.

Intérpretes: Ram Charan, N.T. Rama Rao Jr., Ajay Devgn, Alia Bhatt, Olivia Morris.

Estreno en Netflix.

Revolucionarios indios hubo muchos, aunque Mahatma Gandhi, el rebelde pacifista, logró llevarse todos los laureles. RRR, superproducción india de corte popular, lleva al terreno de la fantasía la vida de dos líderes independentistas, Alluri Sitarama Raju y Komaram Bheem, que en la realidad nunca llegaron a conocerse. Es que no hay prácticamente nada en la película de S.S. Rajamouli que tenga algún punto de contacto con la veracidad histórica (o las posibilidades físicas del cuerpo humano). Ejemplar transparente de las bondades y limitaciones del cine masivo de la India, esta saga de tres horas se convirtió en un enorme éxito en su país, la mayor factoría de cine del mundo. No se trata de una producción made in Bollywood, el nombre de fantasía de la poderosa industria cinematográfica de Mumbai, sino de Tollywood, asentada en la región de Calcuta conocida como Tollygunge. Es una pena que la versión que puede verse en Netflix sea la doblada al hindi –la lengua más hablada en el subcontinente– y no la original en idioma telugu: más allá de que el espectador local difícilmente pueda diferenciar ambos idiomas, el doblaje molesta y suena falso.

Corren los años 20 y RRR, que ostenta su título en tipografía elefantiásica recién a los 40 minutos de proyección, presenta tres instancias de la vida en la India bajo el yugo británico. En un pequeño pueblo rural, una niña experta en el canto y los tatuajes de henna es “comprada” a la fuerza y trasladada a la gran ciudad. Su madre intenta impedirlo, pero un fuerte golpe en la cabeza propinado por un soldado la deja fuera de circulación (gastar en ella una bala sería un auténtico desperdicio, según afirma el villano de turno, el mandamás del Imperio en el estado de Delhi). En paralelo, Bheem es enviado por su gente a rescatar a la pequeña, actuando de incógnito, mientras que Raju es reconvertido por el guion en un oficial de la policía que ha traicionado sus raíces para servir obedientemente. En la primera escena de acción de un film repleto de golpes, explosiones y luchas con toda clase de armas, Raju demuestra ser una suerte de terminator humano, capaz de derribar a varias docenas de hombres dispuestos a matarlo a golpes durante una manifestación.

En tres horas ocurren muchísimas cosas, pero el centro de gravitación del relato, más allá del enfrentamiento entre el pueblo sometido y la potencia extranjera, descansa en la férrea amistad entre Bheem y Raju (las estrellas Ram Charan y N.T. Rama Rao, respectivamente), cada uno de ellos desconocedor de la verdadera identidad del otro. Inevitablemente, la caída de las máscaras los llevará a enfrentarse, nueva iteración de un clásico del cine popular indio: la lucha entre hermanos, en sus vertientes simbólicas o sanguíneas, que tiene uno de sus puntos altos en el clásico de los años 60 Gunga Jumna, del realizador Nitin Bose. En RRR están presentes todos los ingredientes idiosincráticos de Bollywood y otras industrias del cine indio: el tono melodramático, los rasgos de candor, la subtrama romántica y, por supuesto, los números musicales, que aquí no son tantos, pero cuando llegan impactan con fiereza.

Pero el largometraje de Rajamouli ofrece algo (mucho) más, llevando al límite las posibilidades de la fantasía histórica, sin apoyarse en la ironía o el sarcasmo. Cada secuencia de gran espectáculo regala imágenes imposibles: un entrenamiento en la selva culmina con el choque en el aire de un lobo y un tigre, el salvataje de un niño a punto de quemarse vivo se transforma en un acto de acrobacia imposible, la avanzada rebelde en el bastión inglés incluye animales salvajes y suelta de fuegos de artificio y el rescate final de los amigos –convertidos en enemigos y de vuelta a empezar– los convierte en una especie de transformer doble de carne y hueso. Sin llegar a las glorias de Lagaan, nominada al Oscar en 2001, RRR es un torrente de colores, música, súper acción y falta absoluta de miedo al ridículo. Se lo toma tal y como es, y se disfruta, o se lo deja.