La cuarta temporada era el estreno más esperado de la plataforma de streaming, y pulverizó todos los récords, la serie acumula casi 300 millones de horas de visionado, se ha posicionado en el primer lugar de los contenidos más vistos en 82 países.
Además de la cuestión del terror que han remarcado los críticos, sin espoilear, lo que llama la atención es el personaje principal que ya ha salvado el planeta con sus poderes extraordinarios en otras temporadas pero que en esta se trata de una chica que recibe bullyng tanto en la tierra, por sus compañeros de secundaria, como en la escuela para seres extraordinarios que conduce su padre, que ha llamado a sus hijos por número. A ella le ha tocado el Once.
Once tiene muchos problemas psicológicos, miente, esconde, se aguanta todas las burlas hasta que no da más y su ataque de ira finalmente es el único acto que salvará o no (no salió la última temporada) a los seres humanos. Dependemos de una chica que ha recibido y recibe bullyng, una heroína que recibe acoso escolar, insidiosas palabras, miradas, frases, múltiples exclusiones y discriminaciones.
Según la Unesco, uno de cada tres chiques son acosados o sienten que fueron víctimas de bullying. Si vamos a la Argentina, los datos aportados empeoran, siete de cada diez niñez y adolescentes aducen haber sentido bullying y en este caso se agrega el cyberbullying, el acoso realizado en redes sociales y juegos multijugadores on line. Por el porcentaje implicado no es un tema que deba pasarse por alto, pocas cuestiones dentro del área de la salud mental son tan extensas y, al mismo tiempo, con múltiples implicancias tanto escolares, psicológicas, sociales; y con el agregado final de que se trata de una cuestión dialéctica: acosadores y acosados, víctimas y victimarios.
La preocupación como padres y madres, como sociedad se vuelve mayúscula: ¿qué acontece a les niñez y adolescentes para confesar que se han sentido acosados, vulnerados? Por momentos sostienen que el acoso fue de arriba para abajo, pero en muchos otros, el acoso lo describen como horizontal. Pero por donde venga, ese sentir tiene consecuencias en la vida cotidiana, con indicadores clínicos reconocibles: chiques con cambios de ánimos que pasan del retraimiento a la ira, con pesadillas recurrentes, síndrome de culpabilización y aparición de enormes vergüenzas y angustias. Todo eso siente Once, en la que depositamos las únicas esperanzas de salvación del planeta.
Las preguntas se multiplican y se atoran en la garganta, ¿algo ha cambiado en estos últimos años, con la llegada de las redes sociales y los juegos en consola conectados en tiempo real, para el empeoramiento de este malestar? ¿Los superhéroes de la niñez de otras generaciones no recibían bullying como los superhéroes actuales?
Las diferencias epocales son evidentes, muchas cuestiones han cambiado, ahora se conoce un sinnúmero de derechos que en la juventud de otras generaciones, por ejemplo sus padres y madres, se desconocían. Los derechos de les niñes y adolescentes han cobrado una dimensión novedosa, como así también la adolescencia se ha alargado hasta cerca de los treinta años.
El tema del bullyng siempre reaparece como tema recurrente en Estados Unidos cuando algún desquiciado saca su arsenal de armas semiautomáticas y dispara contra desprotegidos escolares como fue el último caso de Salvador en una escuela en Texas. Dicen que había recibido bullyng y que por eso se había retraído tanto a jugar a juegos de guerra en su habitación tantas y tantas horas. Debe ser entonces un tema para reflexionar si tanto la posible salvadora del planeta como el adolescente que produjo la segunda peor matanza de la historia de Estados Unidos pasaron por lo mismo.
Muchos especialistas psi sostienen que no habría que enfatizar tanto la detección de casos de bullying porque se asemejan a las profesías autocumplidoras, “si lo buscás lo encontrás”, y que se magnifica dándole el centro del trono, otra vez, no ya a los bebés (a baby, the majestic) sino a la niñez/adolescencia que no termina nunca, que los conflictos son propios de la vida, que no se puede ahorrar toda la crudeza, llena de discriminaciones y exclusiones que, por otro lado, cada vez son más cotidianas.
Otros especialistas están en oposición a esta tesitura y sostienen que hay que concientizar desde la primera socialización, la segunda y la tercera acerca de este flagelo que tendrá consecuencias duraderas no sólo en los individuos que la padecen sino en la misma sociedad plagada de haters, odiadores seriales que tienen en las redes sociales el lugar ideal para descargar lo que han vivido o lo que han hecho vivir a otros y otras.
Las preguntas y las posiciones se multiplican, ¿hemos vivido nosotros mismos, otras generaciones, situaciones de acoso que ahora nos llevan a que, sin haberlas identificado, reencontremos una vida llena de miedos y problemas y que lo hayamos, quizás sin quererlo, transmitido a nuestros hijos? ¿Eran distintas las situaciones de acoso que se vivían antes? ¿Son las redes sociales parte del problema o conllevan las posibilidades de concientización como parte integrante de la solución?
Más allá de las preguntas que necesitan respuestas, ya se conmemora un día internacional del bullying, y la intolerancia en la sociedad es preocupante tomando en cuenta que ya superamos los ocho mil millones de personas y que está explotando del lado de los más jóvenes que son llamados así no sólo por su “inmadurez fisiológica, psicológica, jurídica” sino por ser el tiempo de mayor vulnerabilidad.
Las redes sociales tuvieron como uno de sus principales objetivos la horizontalización de las informaciones, pero sus resultados han sido múltiples. El saber se ha expandido por todos lados pero se ha producido una homogeneización que lleva a quienes no estén cortados por la misma tijera sean acosados. La Unesco sostiene que se trata de un treinta por ciento y ¿qué pasa con el otro setenta por ciento? Concentrados en sus múltiples pantallas, postean sus historias esperando que les lluevan los likes, pero ¡no llegan! o llegan de manera incomparablemente menor que a otres, ya holgadamente considerados “influencers”. Y le caen algunos comentarios desagradables, y el chico/a comienza a deprimirse. Se comienza a sentir acosado, paranoico, siente que le hacen bullying. La cultura del like y la punteocracia es eminentemente “bullyingnera”. El problema del bullying es que no puede ser pensado sólo en el plano de la singularidad, de tal chico o de tal chica sino de la necesidad de reflexionar acerca de cómo está el planeta. Intentar reconocer qué de los comentarios, mandamientos, palabras, discursos de los otros y otras en este planeta quiero repetir o sentirme parte. Quizás así Once tenga una oportunidad de salvarnos, no como una simple descarga de ira sino consciente de la responsabilidad que le toca.
Martín Smud es psicoanalista y escritor.