“Zurdos hijos de puta, tiemblen”. El eslogan con sintaxis de amenaza es provocador, radicalizado e intensa y superficialmente político. Nada hay en él que no dé cuenta de una mirada del mundo definida y precisa, ideológica y parcial, como todas las demás. Sin embargo, no son pocos los títulos de notas o artículos en los que una pretendida “antipolítica” acompaña al nombre del autor de la frase de marras, el economista Javier Milei, ni tampoco escasean expresiones del sentido común que sitúan en una vecindad semántica a las “nuevas derechas” con el “fin de las ideologías”, conceptos que circulan desde hace varias décadas.

Tradicionalmente preocupadas por las agendas progresistas, las ciencias sociales vuelven hoy su mirada sobre estas concepciones y desnudan lo encarnizadamente ideológico y político de las derechas resignificadas y la importancia de su estudio en el ámbito académico.

La escalada electoral del partido ultraderechista Vox en España, los ya tres años de Jair Bolsonaro en el gobierno de Brasil, el ingreso de José Antonio Kast y de Marine Le Pen a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Chile y Francia, respectivamente, y la experiencia de Donald Trump en los Estados Unidos dan cuenta de un escenario internacional que tiene a esta posición como protagonista y del que Argentina no queda excluida.

Desde el espacio universitario, varias líneas de investigación sugieren estudiar en profundidad a las expresiones políticas más conservadoras de nuestro país e interpretar la gramática de su comunicación.

A Martín Vicente, investigador de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (UNICEN), le interesa poner en discusión la idea ya devenida en máxima de que “al fascismo no se lo discute, se lo destruye”. A pocos meses de cumplirse cien años de la Marcha sobre Roma –la toma del poder en Italia por parte de Benito Mussolini–, Vicente propone no sólo discutir el fascismo, sino estudiarlo: “Con empatía. Hay que ubicarse en el lugar del otro para entender la tradición desde la que piensa, qué valores defiende y evitar verlos con un sentido de extrañamiento”.

Según el investigador del Instituto de Geografía, Historia y Ciencias Sociales (IGEHCS, CONICET-UNICEN), la trayectoria de las doctrinas de derecha en Argentina está escindida en dos corrientes: una liberal conservadora, políticamente republicana, capitalista y elitista; otra nacionalista reaccionaria, autoritaria en lo político, corporativista en lo económico y censora en lo cultural. Ambas tienen una impronta católica y si bien tuvieron momentos de enfrentamiento, durante otros –por lo general sangrientos para el país– se abroquelaron y coaligaron en función de objetivos comunes.

Martín Vicente.

Luego de la última dictadura militar, las derechas ponen fin a su dinámica tutelar sobre el Estado y la constante intercalación entre democracia y autoritarismo que marcó gran parte del siglo XX y, en consonancia con todo el arco político nacional, “aprenden” a ser democráticas.

Los alzamientos carapintadas y el surgimiento del Movimiento por la Dignidad y la Independencia (MODIN) son vistos por Vicente como el canto de cisne de una derecha que comienza a ser hegemonizada por la tendencia liberal, que captura todo el capital político del campo conservador y lo traduce al idioma universal del neoliberalismo, la nueva lengua común del espacio político institucional partidario de comienzos de los noventa.

“El PRO surge en base a este lenguaje y además le adosa un vocabulario basado en criterios eficientistas, empresariales y luego, con la participación de (el publicista Jaime) Durán Barba y de Marcos Peña a la vanguardia de la estética del partido, valores propios de la teoría de los afectos. Esto se ve muy claro en las transformaciones de color amarillo, con un tono cada vez más empático hasta desembocar en el multicolor, en donde todos tienen lugar”, explicó Vicente al Suplemento Universidad.

Cuando Mauricio Macri asumió la presidencia en 2015, algo empezó a crecer a su derecha; una oposición de la oposición que le exigía al partido del presidente “ser más enfáticamente derechista, más anti K y la aplicación de una serie de medidas que el gobierno con su llamado ‘gradualismo’ no parecía estar dispuesto a aplicar”, detalló el autor de De la refundación al ocaso. Los intelectuales liberal-conservadores ante la última dictadura.

Se trataba de un sector que veía en el kirchnerismo al fantasma del populismo de izquierda y que se organizaba en torno al economista José Luis Espert y al exoficial Juan José Gómez Centurión. Era un movimiento juvenil, con enclave en Capital Federal y de alta presencia masculina, que buscaba llevar a la política partidaria a Milei, deseo finalmente consumado en la coalición La Libertad Avanza.

La campaña del actual diputado, hecha megáfono en mano, agitando multitudes e insultando a los sectores progresistas, fue para Vicente “la campaña más ideológica de las últimas décadas de nuestro país”.

El corrimiento por derecha a la “derecha mainstream” encarnada en los dirigentes del PRO implica un efecto sistémico que alcanza a todo el arco político: “Impacta, también, en la centro izquierda, que es donde gusta asentarse el kirchnerismo. Hoy vemos que sectores que están dentro de esa alianza y otros que ya quedaron por fuera pueden hablar con un nivel de radicalización que era impensado hace unos años”, evaluó el investigador.

La “batalla cultural” de la derecha

En las salas más importantes, con auditorios completos y mucha gente afuera, Milei, Agustín Laje y Nicolás Márquez –los dos últimos, intelectuales de los sectores autodenominados “libertarios”– presentaron sus obras durante la última Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. El campo editorial es, junto a las redes sociales, uno de los frentes de combate con más actividad en el marco de la batalla cultural librada por la derecha de la derecha.

En las presentaciones, los disertantes tienen la guardia alta: el prejuicio de que la Feria es un territorio copado por el progresismo afila los discursos y enerva a los asistentes. Ezequiel Saferstein, doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA) e investigador en el CONICET, estuvo ahí. “Es interesante ver las presentaciones, a los discursos los domina la sensación de ‘estar ocupando un espacio’ en la Feria, librando la batalla cultural”, describió al ser consultado por este suplemento.

Saferstein dedicó su investigación doctoral al estudio del libro como objeto y a los modos de producción, circulación y difusión que tienen en el campo cultural argentino. Poco a poco, el foco de su interés se fue concentrando en los denominados best sellers políticos, obras “escritas por periodistas, intelectuales, historiadores y divulgadores, que vienen creciendo desde el inicio de la democracia y que tuvieron mucha fuerza durante el menemismo y luego durante el kirchnerismo”, detalló el investigador del CONICET en el Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (CeDInCI/UNSAM). Los recorridos analíticos de Saferstein por el mercado editorial se condensan en ¿Cómo se fabrica un best seller político?, un examen de la trastienda de los éxitos editoriales y de su capacidad de incidir en el debate público, que expone el importante rol de los editores a la hora de proponer libros y formar lectores.

Ezequiel Saferstein.

Durante las últimas décadas, puede hablarse de tres tendencias predominantes en cuanto a temas de libros políticos, con una clara inclinación hacia el conservadurismo: libros sobre el ser nacional, sobre el “¿qué nos pasa a los argentinos?”, de masiva circulación luego de la crisis de 2001; libros sobre corrupción, un boom durante el menemismo y kirchnerismo y, finalmente, publicaciones referidas a los años setenta, sobre todo con perspectivas revisionistas de derecha que desarrollan una literatura crítica de los organismos de derechos humanos y rescatan la visión “procesista” de ese momento histórico.

La cantidad y el alcance de las obras de este tipo dan cuenta de una disputa simbólica que se conecta con una avanzada política. “Esta batalla cultural está teniendo efectos. Estamos todo el tiempo hablando de Milei. Pudo correr el límite de la agenda hacia sus propuestas: si el Estado debe existir o no, si los derechos adquiridos son legítimos o no. Es algo que se está discutiendo”, expuso Saferstein, docente de grado y posgrado en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.

Para el investigador, “una vez ganada la batalla cultural puede darse la batalla política”. En ese sentido, subrayó que Milei ya está armando su fuerza nacional, con vistas a las elecciones de 2023, a través conversaciones y acuerdos con representantes de los sectores de la derecha tradicional en Tucumán, Buenos Aires y La Pampa, entre otras provincias.

Empresas educativas

A finales del año pasado, Milei calificó a la educación pública como una “máquina de lavar cerebros” y propuso un sistema de vouchers para que cada ciudadano elija la institución a la que asistir, no sin antes aclarar que todas serían aranceladas.

La propuesta no es una excentricidad del economista, sino que expresa una particular forma de concebir a la educación con “criterios empresariales y marketineros”, según Verónica Giordano, investigadora del CONICET con sede en el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (IELAC) de la UBA.

Coautora con Waldo Ansaldi de América Latina. La construcción del orden, Giordano se dedica al análisis de las relaciones entre derechas, democracia y construcción de hegemonía en el sur del continente. Sus trabajos incluyen, además, observaciones acerca de la construcción de agenda de género por parte de estos movimientos y sobre el papel de las mujeres dentro de estas estructuras partidarias.

Al igual que Vicente, la investigadora propone que a partir de los noventa –puntualmente luego de 1989, año bisagra por la caída del Muro de Berlín, la consolidación del neoliberalismo y el bicentenario de la Revolución Francesa– la nueva derecha se adhiere “al compromiso de la construcción democrática”.

“Esa era su novedad: abrazadas al neoliberalismo, estas estructuras interpretaron que el estado burocrático autoritario era demasiado invasivo, demasiado grande, corrupto y obsoleto. A esto se lo llamó ‘nueva derecha’, en singular”, clarificó la directora de la Maestría en Estudios Sociales Latinoamericanos (UBA) en diálogo con este suplemento.

Verónica Giordano.

En el siglo XXI, asistimos a la proliferación de “nuevas derechas, en plural”, espacios que disuelven la oposición binaria entre compromiso democrático y estado autoritario, y compiten entre sí desde múltiples sectores.

La inmersión en la sociedad de control, una vez superada la instancia disciplinaria de las instituciones totales, pone en escena una novedosa forma de gestión del orden que tiene como uno de sus blancos predilectos a la educación y como una de sus puntas de lanza en nuestro país a Soledad Acuña, ministra de Educación en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

“Esta forma de gestionar las instituciones está vinculada a imaginarios de la derecha empresarial, del management, del trabajo en red y en equipo. No sólo es una forma de ejercer el poder, sino que es la manera en la que están enseñando a vivir y eso es problemático, sobre todo, cuando son gobierno nacional, pero también es problemático cuando están en el poder en cualquiera de sus instancias”, profundizó Giordano.

Esta impronta de “escuela-empresa” se pone de relieve en el sistema de pasantías incluido en el diseño curricular “Secundaria del Futuro”, puesto en marcha a partir de este año por la administración de Horacio Rodríguez Larreta. “Así como se los alimenta con comida chatarra, a los chicos hoy les dan trabajo chatarra. De los grupos que ingresan a la pasantía se seleccionan algunos alumnos a los que se les da un cuidado especial para construir liderazgos”, expuso la investigadora.

Sortear la alteridad

Vicente cita al antropólogo Clifford Geertz a la hora de justificar la importancia de estudiar a las derechas: “Hay que aprender a captar aquello a lo que no podemos sumarnos”. El investigador propone no “patologizar” a sus actores ni sobrepolitizar o subpolitizar a estas tendencias. “A partir de eso, no moralizar, no pensarlas en términos morales, pero sí entender que hay una ética política en las distintas derechas. Tampoco hay que extrañar, en el sentido de no ver con extrañamiento a estos espacios”, concluyó.

El descrédito a los valores que promueven estos discursos, por radicalizados o impracticables que parezcan, suma menos que la comprensión del locus enunciativo desde donde se promulgan. “Debemos prestarles atención desde una lógica comprensiva, sin subestimarlos ni ridiculizarlos”, advirtió Saferstein.

Por su parte, Giordano indicó que no se puede combatir a estos modelos “sin una forma de organización que habilite algo distinto” a las instituciones o espacios de la sociedad tradicional. Los sindicatos y el campo artístico son dos espacios que “pueden agenciar esa resistencia”, sugirió.