Ni solo una modernización de la universidad ni un cambio en los planes de estudio; tampoco una transformación puramente pedagógica. O sí, esos cambios también, pero empujados por un impulso revolucionario que desborda el reformismo descafeinado al que lo ha arrumbado ciertas corrientes historiográficas. A 80 años de su muerte, el legado subversivo de Deodoro Roca late bajo la recitación conservadora que lo canta únicamente como autor del Manifiesto Liminar y referente de la Reforma Universitaria de 1918. Su herencia constituye un acervo democrático para las universidades públicas ante la amenaza del capitalismo académico.

Del lado de los obreros, latinoamericanista, antiimperialista y enfrentado con el fascismo y el clericalismo, el horizonte revolucionario de este “señorito” cordobés, traidor a su clase, es rescatado por el doctor en Filosofía Diego Tatián, docente e investigador de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC): “Es importante reactivar estas ideas. Sobre todo hoy, cuando parece haber una derrota de la universidad como mecanismo interruptor del neoliberalismo y avanza a convertirse en un elemento más del mercado de los saberes”.

Roca tenía 27 años cuando inmortalizó las formas y el contenido de la insurrección en ciernes en el Manifiesto Liminar: «La rebeldía estalla ahora en Córdoba y es violenta»; «Los actos de violencia, de los cuales nos responsabilizamos íntegramente, se cumplían como en el ejercicio de puras ideas». No era el registro literario de una fiebre juvenil. Este pensador incómodo llegará a la década del treinta del siglo XX convencido del fracaso del movimiento reformista y apostando a la imposibilidad de su éxito a no ser que se apoye en una revolución social, más profunda y extensa.

Esa palabra, “revolución”, minaba el ideario de los jóvenes del 18 –aparece siete veces de diferentes maneras– y expandía el eco de las revueltas rusa y mexicana, de las que eran admiradores. Roca había tenido acercamientos con los movimientos anarquistas y comunistas, y en 1927, en ocasión de la ejecución de Sacco y Vanzetti se proclamó en contra de la justicia de clase, «una máquina que tritura incontables vidas oscuras»

Su compromiso social sorprende aún más a la luz de su pertenencia a “una clase patricia”, según Tatián. “Roca conocía muy bien de lo que hablaba y a lo que criticaba. Era un verdadero tránsfuga de su clase; no era lo que después se va a llamar un ‘cabecita negra’, era un ‘señorito’”, aclaró el filósofo en diálogo con el Suplemento Universidad.

Antes de convertirse en referente del movimiento estudiantil, Roca había estudiado en el histórico Colegio Nacional de Monserrat y luego se recibió de abogado en la UNC, en donde presidió el Centro de Estudiantes de Derecho a comienzos de la década de 1910. Más allá del Manifiesto Liminar, cuya autoría no se había hecho pública en aquel momento, el referente estudiantil no publicó nada en vida.

Tatián, junto con Guillermo Vázquez, recopiló sus textos dispersos y publicó Deodoro Roca. Obra reunida, cuatro tomos que recorren la producción política, militante y crítica del pensador cordobés. Textos poco visitados a pesar de la vindicación positiva que desde todo el arco político se tiene de Roca.

“Si uno lee a Deodoro, hay cosas que están muy claras. A mí me gusta pensar en una ‘incomodidad de la herencia’, porque hay un ocultamiento de todo lo que designa y quiere poner en marcha”, puntualizó Tatián.

La trinchera cordobesa

Cuna de dos de las revueltas populares más importantes de la historia argentina del siglo XX –la Reforma Universitaria y el Cordobazo–, la provincia mediterránea era, al momento del estallido estudiantil, uno de los blasones clericales más importantes del país. Roca nació en Córdoba en 1890 y formó parte de una generación que intentó quebrar con el conservadurismo precedente. «Vengo de Córdoba, vengo de una trinchera», dirá en uno de sus textos, reivindicando esa insurrección.

Sin embargo, para Tatián, su propuesta fue “apropiada por un cierto cordobesismo y eso funciona como una manera de neutralizar su carácter revulsivo. Es como un ardid cultural de una ciudad contra la que fue hecha la reforma y contra la que fue hecho el Cordobazo. Son episodios contra el carácter conservador de la provincia, que ya Sarmiento describía en el Facundo y que hoy tiene su manifestación más rutilante”.

Se puede hablar, como siempre que hay un legado en juego, de una disputa. Sobre la figura y la obra de Roca domina una referencia revestida de solemnidad y vacía de contenido que obliga a quienes conciben a la reforma con “un sino diferente a esta neutralización” a una tarea de revitalización que “ponga en marcha una transformación social y libre una batalla cultural”, según Tatián.

“Córdoba fue y sigue siendo una ciudad muy centrada en sus propias tradiciones, en sus sistemas de poder vernáculos que impiden que nada brote, que nada crezca y que nada los perturbe. Estos importantes acontecimientos históricos hoy son utilizados casi como atractivos turísticos”, explicó el investigador.

Una reserva para la universidad pública

Tatián invita a pensar las palabras con las que suele vincularse a la universidad: ciencia, excelencia, competencia, innovación. Todas orbitan en la semántica de la empresa y construyen un vocabulario bancarizado que designa a la universidad como un apéndice del mercado capitalista. “Reponer el pensamiento de Deodoro significa visibilizar una crítica radical muy fuerte a la conversión neoliberal de las instituciones”, subrayó.

En oposición a la atenuación conservadora que monumentaliza en el bronce a un Roca moderado y reformista –en el sentido más ligero de la expresión–, Tatián aboga por una recuperación de la crítica cultural y social del pensador, a la que considera como una reserva para la universidad pública bajo la amenaza de un “capitalismo académico”.

Esa batalla simbólica, sugirió, podría organizarse en torno a la idea de gratuidad y a la vieja tradición que unía a las universidades populares con las universidades reformistas. Frente a la mercantilización neoliberal, la defensa de la gratuidad frente a discursos de derecha que pregonan la privatización del sistema universitario puede encontrar una piedra fundante en la obra de Roca, quien ya pugnaba por la eliminación tarifaria en 1918 y cuya moción perdió por pocos votos en la asamblea donde fue discutida. La aprobación de la iniciativa sucedería recién en 1949, siete años después de su muerte, el 7 de junio de 1942.

Tatián sintetizó: “La Reforma debe ser objeto de un trabajo que la actualice y no tanto de una recitación conservadora que la confíe a la Historia. Esa sería una buena manera de honrar a Deodoro y no hacer de esta fecha una simple efeméride”.