No importaba cómo sonaban los Sex Pistols. Sólo importaba cómo se veían.

Pistol, la serie de seis episodios de Disney+ (que en la Argentina se verá a través de la plataforma Star+, en fecha aún a definir) sobre el salvaje ascenso e incendiaria caída de la más notoria banda punk, está plagada de esa clase de afirmaciones engañosamente jactanciosas. "No estamos por la música", dice luego de uno de los primeros shows el guitarrista Steve Jones, cuyo libro de memorias Lonely Boy (2016) sirvió de base a la miniserie. "Estamos por el caos".

Ese sentimiento es repetido tan a menudo por tantas personas -por Sid Vicious, por Johnny Rotten, por el maquiavélico manager Malcolm McLaren- que eventualmente emerge como el poco correcto manifiesto de la banda. Para bien y para mal, también puede haber sido el principio que guió al director Danny Boyle para su ambicioso y ocasionalmente exhuberante retrato de una historia que ya ha sido contada para la pantalla algunas veces antes, de manera más notable en el oscuro film de culto Sid & Nancy.

En esta versión, el adolescente de clase trabajadora Steve, interpretado con una tormentosa combinación de entusiasmo y desaliento por Toby Wallace, testimonia el nacimiento de Sex Pistols en Londres en los años '70. No es el compañero de banda que desearía la mayoría -su padrastro lo desprecia, él es funcionalmente iletrado- pero sí uno con la audacia para robar el equipamiento que necesitan del teatro Odeon. 

Aún así, es fácil imaginar que el grupo nunca se hubiera graduado de los ensayos de garage si no hubiera sido por la diseñadora de moda Vivienne Westwood (Talulah Riley), que se deslumbra con Steve aun cuando éste intenta robar en su tienda. El oportunista novio de Vivienne, Malcolm, atisba un roñoso encanto en Steve que encaja perfecto con la desesperanza de una Inglaterra sumida en la austeridad. "Los rufianes como vos me excitan", declara Malcolm, interpretado con un sinuoso encanto matizado por un tono lánguido por Thomas Brodie-Sangster (Gambito de dama).

Nunca queda claro cuán seriamente se toma Malcolm sus políticas anti-establishment y antifascistas; lo cierto es que ve allí una oportunidad para sacarle rédito al momento. Así trae a Johnny Rotten (Anson Boon), quien nunca cantó antes, para ocupar el lugar de frontman, y más tarde a Sid Vicious (Louis Partridge, de Enola Holmes), quien nunca antes tocó el bajo, para reemplazar al primer bajista, el único tipo de la banda que puede tocar correctamente su instrumento.

Boyle nunca aterriza su avión en el asunto de la autenticidad de Sex Pistols, que tuvo sus raíces en el origen de clase trabajadora de sus integrantes; pero encuentra su expresión en un sonido brutal y la imagen anarquista diseñada por Malcolm. Con toda probabilidad, la verdad está en el insatisfactorio espacio gris que evoca Boyle. Los Pistols estaban haciendo cultura al mismo tiempo que reaccionaban a ella. Malcolm fue atraído por ellos porque no tenía nada más que valiera la pena, una condición que cambió en el instante en que accedió a apoyarlos.

El mayor problema es que la serie nunca alcanza la arrolladora marcha que generalmente se asocia a los Sex Pistols o al punk rock, o incluso la sostenida extravagancia que suele esperarse a causa de otras producciones de Danny Boyle, como Trainspotting o ¿Quién quiere ser millonario?. Las escenas de performance son las que más se acercan a eso. Boon captura y representa muy bien la amenazadora intensidad del cantante, y aunque Partridge no puede igualar la ferocidad de Gary Oldman en Sid & Nancy, su Sid es más juvenil, más vulnerable.

Los Sex Pistols han sido celebrados como pioneros rupturistas y condenados como demonios -en un episodio célebre, la BBC se negó a difundir el single “God Save the Queen”, ni siquiera cuando llegó al número 1 de los rankings-, pero aquí son también básicamente unos pibes. Sydney Chandler resulta especialmente conmovedora como una Chrissie Hynde previa a Pretenders que se niega a volver a su hogar en Ohio hasta no convertirse en una estrella. En la mayoría de la serie, los Pistols se sienten más como unos fugitivos que como estrellas de rock.

La acción aparece salpicada de granuladas imágenes de archivo (una Reina que saluda, escenas de trabajadores en huelga y otras de violencia policial) que fijan de manera eficiente el clima de la serie. Pero el retrato de esta ficción sobre el punk rock en sí -filtrado por el lente de las maquinaciones de Malcolm e incluso, por momentos, por la vanidad de los chicos en la banda- se siente más como una imagen que como un espíritu, un escape más que un modo de vida. A diferencia de la música que lo inspiró, Pistol nunca llega a agarrar al espectador por el cuello.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.