Wet Sand 7 Puntos
Georgia/Suiza, 2021.
Dirección: Elene Naveriani.
Guion: E. Naveriani y Sandro Naveriani.
Duración: 114 minutos.
Intérpretes: Gia Agumava, Megi Kobaladze, Bebe Seshitasvili, Giorgi Tsereteli.
Estreno exclusivamente en la plataforma Mubi.
“Garrincha se murió, Garrincha se murió”, canta alegremente un grupo de niños en la playa, mientras uno de ellos afloja una de sus muñecas. La historia no transcurre en Brasil a comienzos de los 80, sino en la Georgia contemporánea. A lo que aluden los niños es seguramente a un sobrenombre heredado de sus mayores. El hombre que se murió sufría de una cojera, producto del accidente que lo obligó a abandonar la pesca, y alguien lo habrá asociado con la pierna derecha del recordado crack brasileño, que era seis centímetros más corta que la izquierda. Eliko se suicidó, en verdad, después de dejar una carta envuelta junto a una botella de vino. Dirigida, se supone, a algún amigo íntimo. “Era muy delicado”, comenta entre risas una mala lengua del pueblito pesquero, donde por lo visto nunca oyeron hablar de homofobia. La modernidad tarda en llegar a los pueblos chicos.
Presentada en competencia en la última edición del Festival de Locarno, la segunda película de la realizadora georgiana Elene Naveriani es una miniatura que aborda sus temas y personajes siempre de modo elíptico, dando la mínima cantidad de información necesaria. El secreto comunitario, el pueblo chico infierno grande, la oposición entre la urbe moderna y el pueblo que atrasa no son “temas nuevos”. Lo distinto es la forma de encararlos, siempre mediante apuntes neutros y sesgados, nunca el trazo completo. Dos vecinos juegan backgammon, todos los días desde hace 20 años, en el Wet Sand, el barcito sobre la playa del que es propietario el melancólico Amnon (Gia Agumava), a quien se ve frecuentemente contemplando el Mar Negro, en silencio y sosteniendo una taza de té. La joven Fleshka (Megi Kobaladze), cuya inadaptación al entorno se revela en un entusiasmo se diría que demasiado grande para un vecindario tan chico, parece ser la mejor, la única amiga de Amnon. Es definitivamente distinta: ante un comentario misógino da vuelta un vaso de cerveza, desafiante, sobre uno de los eternos jugadores de backgammon. Tres vecinas, rígidamente paradas una al lado de otra, hacen alusiones envenenadas al suicidado. La televisión informa sobre la celebración del Día de la Familia, antes Día Internacional contra la Homofobia y la Transfobia, presidido por un patriarca tan decrépito que parece a punto de morirse.
Hay una razón para la melancolía de Amnon, que sólo Moe comprenderá. El cabello muy corto teñido de rubio y una camisa de un amarillo demasiado rabioso para ese lugar, Moe (Bebe Sesitashvili), que en medio de ese paraje parece una paracaidista recién caída, es la nieta de Eliko, llegada de Tbilisi por aviso de Amnon. No del todo cómoda, seguramente porque venir a enterrar al abuelo le recuerda a su madre más de lo que ella quisiera, Moe es un pedazo de modernidad en ese rincón perdido del planeta. Su mutismo e inmutabilidad hacen de ella algo parecido al personaje de un comic, como encerrada y fija dentro de los límites del cuadrito. Su presencia encandila a Fleshka, la hace descubrir su sexualidad. Ahora Amnon y ellas constituyen una comunidad dentro de otra: sin perder su infinita tristeza, los momentos junto a ellas son los únicos en los que él se relaja un poco, y sonríe. Pero Amnon es un trágico, quizás dispuesto a hacer lo que hasta ahora no se animó: yacer junto a su amado Eliko.