Fines de los noventa. Ernesto Sábato había visto El experimento Damanthal cuando le dedicó una carta a su director, Javier Margulis: "Su obra fue una experiencia reveladora, pocas veces sentí el infierno representado con tanta lucidez. Me pareció una aparición de esos mundos de Kafka". A 25 años de su estreno, este espectáculo que tiene como ejes la verdad y la realidad ha vuelto a la cartelera en una sala independiente que abrió poco antes de la pandemia, Mil80. "Más que una obra de teatro es una montaña rusa", define Margulis, muy contento por contar con un espacio propio que le permite experimentar alrededor de la imagen, su gran obsesión.
El experimento... se estrenó en 1997 de la mano de la compañía La Damanthal Klinike. Fue el séptimo de una serie de espectáculos que el creador hizo en el marco de una investigación en el lenguaje de la imagen. Su estilo quedó delineado también en piezas como Ritual de comediantes o el Instante de oro: tiempos ralentados y escenas planteadas como composiciones de pintura, con el texto ocupando el mismo lugar que otros elementos. Describe el director: "Los actores no hablan, hay texto en off, mucha música e imágenes, y 100 movimientos de luz en 50 minutos. Son imperceptibles, porque el espectáculo está editado cinematográficamente. El espectador queda como hipnotizado y se deja llevar por lo que ocurre dentro de su cabeza".
Eso es lo central en términos de forma. Con respecto al tema, se plantea una reconstrucción biográfica en torno a Alfred Damanthal, científico francés, contemporáneo de Charcot, Freud y Jung, quien investiga sobre las funciones del cerebro con el objeto de modificar la memoria. La obra -o montaña rusa- es una experiencia vivencial sobre la manipulación de la información. Ha girado por Brasil, Venezuela, México y Estados Unidos. También por el país. "En 2001 estrenamos en el Centro Cultural Borges, después de eso hubo alguna gira hasta que paramos porque no teníamos dónde hacerlo. Una característica es el dispositivo escénico, que es muy complejo de trasladar y no lo soporta cualquier sala. En 2019 volvimos con el espectáculo en Buenos Aires", relata Margulis, director de La muerte y la doncella y Bastarda sin nombre.
Mil80 llamó a la sala que adquirió después de vender un departamento que le quedaba grande porque sus hijos ya son grandes. Ahora vive arriba del teatro. Casi que lo compró especialmente para hacer "Damanthal", por sus requisitos de puesta. En 2019 hubo 100 funciones de la obra, que ahora puede verse los sábados a las 20.30, en Muñecas 1080 (Villa Crespo). Actúan Franco Camilato, Daniel Corey López, Mario di Nicola, Javier Ulises Maestro, Alejandro Mazza, Leonel Montero, Gabriela Ramos y Alejandro Spangaro.
Por otro lado, los jueves a las 20.30 en el mismo espacio, el director presenta 2 cortas 2, espectáculo que incluye dos obras breves, una de su autoría y la otra de Pedro Gudensen. Actúan Cristina Fridman y Carlo Ini. En Fuga de Alcatrazele, una madre judía escapa del geriátrico en plena pandemia y llega de sorpresa a la casa de su hijo menor en el momento menos oportuno. Tras un intervalo en el que se sirve un vaso de sopa caliente comienza Penumbras, la historia de una "nena" de 60 años que decide festejar su cumpleaños alquilando a un doble de Sandro para que pase la noche con ella.
-¿Por qué necesitabas trabajar en tu propia sala?
-Me interesa especialmente el tema plástico, visual, espacial, para cualquier tipo de trabajo que haga. Trabajo mucho con un lenguaje que no me gusta llamar teatro de imagen, pero tiene que ver con ella. No descarta el texto, pero es un elemento más dentro de otros de la puesta y la estructura. Me interesa que el espectador no se distraiga con cosas que no lo involucren. Hay que sacarlo de un estado habitual en el que reflexiona mientras mira. Quiero que mirar sea contemplar. Me resulta difícil hacer esto si no cuento con la posibilidad de trabajar mucho tiempo en un espacio. Así que mientras no tengo una convocatoria de hacer espectáculos de otra gente fantaseo con crear los míos y necesito sí o sí un espacio propio. Experimento y necesito elementos. Por ejemplo: en ningún espacio me dejan experimentar con la luz. No puedo prender ninguna consola porque me cobran. Tengo un técnico, pero para mis ensayos y pruebas trabajo con las luces. Esto, a esta altura de mi vida, es una enorme felicidad.
-¿Cómo surge en los noventa la historia de Damanthal?
-Estaba trabajando en una investigación sobre la familia y Freud. De repente empecé a orientarlo mucho hacia un personaje que manipulaba el cerebro de sus pacientes. Entonces empecé con ese criterio a juntar mucho material que tenía acerca de la comunicación, la lectura, la escritura, la palabra. Y armé este espectáculo en el que el libro tiene un protagonismo muy especial como objeto: se operan libros como bisturíes, se recortan palabras y se meten en la boca de un paciente... Hay mucha imagen que tiene que ver con el vínculo entre el libro y las personas y con esta idea de Damanthal de injertar en el cerebro de la gente buenos recuerdos. Su intención era buena pero trabajaba con pacientes que se ofrecían a cambio de comida. Armo una biografía de este personaje pensando en que quiero que el espectador sea sujeto del experimento. La realidad real me obsesionó toda la vida.
-¿Por qué la obra sigue vigente a 25 años del estreno?
-Recién en estos momentos se empieza a cuestionar desde los mismos medios que la realidad tiene muchas aristas y depende de quién la mire y cuente. Hace 25 años no era tan común hablar de eso. La vigencia está, además, en que aún sigue sorprendiendo. No hay espectáculos de este tipo; no se han hecho. No tiene nada que ver con el teatro que hacían Omar Pacheco o Alberto Félix Aberto. Ellos eran muy cuidadosos de la imagen pero no la utilizaban como lenguaje como yo la comprendo. Relato con las imágenes. Aún las palabras son imágenes: la función no es literal, es poética. No llamo a mi teatro "teatro de imagen" porque todo teatro lo es, pero el lenguaje que utilizo es la gramática de la imagen. Siempre es nuevo: la gente no ha visto nunca nada igual. Y la temática no deja de tener actualidad. Cada vez cobra más importancia el tema de la manipulación de la información. Si bien no es directa la lectura, que es la que me motivó, traté de que estuviera incluida.
-¿Cómo es para los actores ponerse al servicio de este relato tan complejo en términos de puesta?
-Tienen un trabajo muy fino de entrenamiento, muy exigente. Soy muy obsesivo y lo saben. Me respetan por eso. Les interesa que sea así. Soy muy rompepelotas (risas). Exijo mucho pero somos compañeros, amigos; no soy autoritario. Les gusta este rigor. Saben que la consecuencia es lo que reciben del público: más allá del aplauso, se queda a conversar con ellos, a conocerlos, hacerles una devolución. Me interesa conmover y conmocionar, que toda la estructura del espectador se movilice, que no salga como si no hubiera pasado nada. Con este espectáculo lo sigo logrando y no tiene expectativas de terminarse.