Usaba yo el mingitorio de un baño público cuando un hombre se paró a mi lado, casi codo a codo, como hermanados en la necesidad fisiológica y haciendo uso de su libre derecho a la micción. Lo curioso no era dos hombres en un baño, sino que ninguno respetara un cartelote que decía: “Mantenga la distancia social de dos metros”.
Finalizadas ambas urgencias, cada uno fue a un lavabo a higienizarse. Allí había otro cartel: “Utilice barbijo o tapabocas”. Pero ninguno de los dos lo llevaba. La escena terminó con un escueto saludo de despedida del primero que se retiró del baño.
¿Qué estaba pasando? Era obvio que los dos carteles eran viejos y obsoletos y estaban ahí desde la crisis del coronavirus. Ya no servían pero nadie había creído necesario quitarlos. Entonces vale la pregunta: ¿Cuántos carteles viejos, obsoletos, innecesarios, aún están marcando el ritmo de la vida de la humanidad?
¿Cuántas palabras se han vuelto viejas, en carteles y no tanto, indicándonos peligros que ya no existen o que cambiaron tanto que ya no vale la pena cuidarse de ellos tal como los conocimos? ¿Y cuántos peligros nuevos no tiene un cartel que nos indiquen precaución?
Es cierto que nadie respeta los carteles que se ven caídos y sucios, al estilo de “Cuidado con el perro”. Apenas reconocemos la vejez de la alerta, sabemos, intuimos, sospechamos, que ese perro ya se murió y que el peligro desapareció.
Y a la vez entendemos (aunque no podamos definirlo) que ciertos peligros, quizá los más severos, y seguramente los más novedosos, no tienen carteles de alerta. Nadie ha tenido el tiempo de ponerlos. O peor aún: nadie ha entendido en profundidad ese peligro que se cierne sobre nosotros.
Ustedes me dirán: ¿Y qué importancia tiene eso? La importancia reside en que si los carteles de peligro son incorrectos los análisis también lo serán. Esto vale para los gobiernos, los medios, los intelectuales y para la gente de a pie, es decir nosotros. Y si no hay análisis correctos de la realidad, cualquiera sea, no hay posibilidades de crear remedios, soluciones, aspirar a una vida mejor.
Va un ejemplo nuestro de cada día. Intelectuales y periodistas agitan el cartel de “Cuidado con el capitalismo”. Yo mismo (modestamente) lo he hecho. Hoy, ese cartel ya no sirve para entender esta nueva versión del sistema, que incluye neoliberalismo feroz, guerras reales y guerras económicas, capitalismo financiero y timbas off-shore, criptomonedas una más dudosa que la otra y el avance de los medios y de las redes sobre las subjetividades de las personas.
Capitalismo que, a pesar de los numerosos carteles de alerta, ya nos olvidamos de combatir de tan endeudados que estamos con las herramientas disponibles (tarjetas, billeteras virtuales, etc.), y de tan fascinados que nos sentimos con tantas cosas para comprar, de tan encandilados con las novedades que este sistema inventa a cada rato.
Un capitalismo que si necesita ser ecológico, lo es. Si necesita poner dinero en buenas causas lo hará, y si no basta, inventará las causas (y los carteles) para que la mayoría de nosotros creamos que lo que a ellos les interesa parezca bueno, por ejemplo, que poner dinero para armar a Ucrania en una guerra es una causa… por la paz.
También los carteles alertando sobre el colonialismo y el imperialismo están rotos y sucios de tierra, y en muchos casos han sido reemplazados por carteles que alertan sobre el calentamiento global, la corrección política y temas que afectan a minorías muy minoritarias. Carteles, carteles, carteles…
Así se hace cada día más difícil combatir a los problemas. Porque los carteles señalando ciertos problemas no están más. O han estado tanto tiempo ahí que yo no les prestamos atención. O están escritos con palabras viejas, tanto que ya no nos dicen nada. Carteles viejos, obsoletos, inútiles. Esta realidad vale también para muchos libros, para muchas consignas políticas, para muchos eslóganes.
Esto lo saben muy bien los que lucran con la confusión. Saben que el mundo se ha vuelto cada vez más difícil de entender. Ya no solo para los que no leen libros y se informan exclusivamente con la televisión, sino para todos, incluidos nosotros.
Hay otra realidad. En un mundo confuso, y sabedores de que muchos carteles son obsoletos, aprovechan/amos para no respetar ninguno. Y daaaleeee…, parecen/mos decir. “Fumar es perjudicial para la salud”, dicen los paquetes de cigarrillos ante la pasividad de los fumadores. “El silencio es salud” se lee en un mundo que cada vez busca aturdirse más. “No pisar el césped”, reza el cartel en una ciudad donde pisar el césped es la única posibilidad de vivir dos segundos de contacto con la naturaleza.
Otros carteles simplemente no se pueden respetar porque la desesperación es más grande que la precaución. Como cuando te duele la muela y te metés adentro el primer remedio que encontrás aunque el “cartel” diga que está vencido. No creo que ningún africano que intenta huir de la pobreza le preste atención a un hipotético cartel frente al Mediterráneo que diga “Cruzar el mar en patera puede llevar a la muerte”.
Es lógico que no se lleguen a cambiar los carteles a la misma velocidad a la que cambian las cosas. Y es razonable que alguien piense que es mejor dejar los carteles por si el mal vuelve, como uno que dice “Cuidado con las pirañas” frente a un río que ya se secó y que ya ni siquiera es río. Pero, el río puede reaparecer con las lluvias, y con él las pirañas. Entonces mejor dejar el cartel, que calma culpas futuras de tragedias futuras.
Cómo hacer entonces para saber cuáles son los carteles que importan y cuáles no, querrán saber ustedes. Bueno, supongo que ayudaría estar más atentos, esforzarse por leer mejor entrelíneas, exigir claridad a nuestros dirigentes e intelectuales, etc.
Pero tal como vienen las cosas, y sabiendo que hoy los humanos opinamos aún sobre lo que ignoramos por completo, quizá sea hora de que los carteles vengan en blanco para que uno los vaya llenando a medida que va viviendo. Así el mundo nos daría la razón, aunque le estemos pifiando feo.