“Casi todos los standards de jazz fueron compuestos para films, desde los años '30 en adelante. No es nada subjetiva la cosa”. Inés Estévez se ríe cuando cambia la ecuación de la pregunta. La objetiva, porque tal iba en el sentido subjetivo del vínculo entre los dos artes que más ama en la vida, el cine y el jazz. La respuesta, entonces, hay que buscarla por otros lares. Por el de sus principios como cantante, por caso, y su posterior profesionalización. “Canto desde que tengo uso de razón, pero nunca imaginé que lo profesionalizaría”, admite ella, a punto de estrenar nuevo quinteto (Mariano Agustoni en piano, Ezequiel Dutil en contrabajo, Javier Martínez Vallejos en batería y Sebastián Valsecchi en guitarra) este sábado a las 20 horas en BeBop Club (Uriarte 1658). “Esta vez, quienes asistan al concierto se van a encontrar versiones de jazz más osadas, algunas más oscuras, y algunas decididamente frescas”, informa. “Pasa que me estoy atreviendo más a intervenir en los arreglos, y me está gustando el resultado. Además, tengo la suerte de tener una banda generosa y lábil”.
Pasado en limpio, lo que se van a encontrar quienes vayan a su encuentro en este recital que Inés plantea como un “direccionamiento” en su devenir musical, es con una pieza de Stevie Wonder “virada al reggae”, o algún standard clásico –cuyo nombre no revela- llevado al blues “más furioso”. “También habrá algo en portugués y algo en español, todo por supuesto atravesado por el tamiz del jazz. La idea de la propuesta es acompañar una puesta a punto para seguir la noche”, señala la cantante, actriz, escritora y mil cosas más nacida hace 57 años en Dolores.
La operación estética consiste entonces -teniendo en cuenta que se trata de un concierto vespertino- en bajar el volumen, las luces, los efectos y la tónica de las piezas en beneficio de un intimismo “variado y poderoso”, según sus palabras. “Durante la pandemia, cuando solo se podía tocar en exteriores y sin batería, descubrí la fineza y el poder de tornar la voz más suave y por delante de los demás sonidos. Eso disparó la nueva concepción a la que me estoy aproximando con miras al disco que se viene”, detalla Estévez, dejando entrever el continente estético que se apresta a mostrar.
Aunque canta desde muy chica, el desembarco profesional de Inés en el jazz tiene sus orígenes en 2015. Pero fue dos años después cuando armó su propia banda, y grabó el disco que la iba a posicionar vertiginosamente como una gran cantante del género, para algunos de las mejores. Aquel se llamó Nude, y le abrió puertas para cantar en los clubes y festivales más connotados del género en el Río de la Plata. “Veo hermoso a Nude hoy, considerando mi inexperiencia de entonces”, asegura. “Pero ahora estoy enfocada en encontrar mi propio sonido, en descubrir mi singularidad. Estuve experimentando con música de cine para explorar otros géneros, y también hicimos repertorios en español con la excusa de bossa nova y boleros, y nos permitimos licencias poéticas como versiones de hermosas canciones folclóricas, porque dentro del tamiz del jazz todo se puede”.
En su fase actoral, por su parte, la última película que rodó fue Ni héroe ni traidor. En ella, comparte protagónico con Juan Grandinetti, en favor de una dramática historia de vínculos humanos durante la Guerra de Malvinas. “Es de las películas más honestas en las que trabajé. El punto de vista sobre la guerra que ella conlleva era inexplorado y tremendamente cercano. Nada efectista y de una profundidad única”, define Estévez, que está a la espera del estreno de tres películas dirigidas –o codirigidas- por mujeres que la tienen como protagonista, y también de una miniserie pronto a ver la luz. “Me encanta actuar, lo disfruto mucho”.
-Sin embargo, tuviste una largo pausa sin actuar. Puntualmente entre 2004, después de hacer Ay Juancito, cuando habías pensado en abandonar la actuación para siempre, y el retorno al cine a través de El misterio de la felicidad, nueve años después. ¿Cómo te vuelve ese momento, hoy?
-En ese momento sentí que, dado el estallido de la hipercomunicación en el mundo y la fama erigiéndose como un valor en sí mismo, la actuación fue la expresión artística mas banalizada. Eso llevó a un deterioro del trato de la prensa para con quienes estábamos enfocados en el arte y no en la tapa de revista… un deterioro en los contenidos, quiero decir, que se tornaron efectistas y morbosos, asociado a un deterioro de mi amor por la profesión. Más tarde, sentí que todo aquello se había moderado y, gracias a la insistencia en algunas propuestas, me reincorporé nueve años más tarde.
-¿Por qué decidiste hacerlo con El misterio de la felicidad?
-Porque fue una propuesta que me eximía de responder a la prensa y además me daba tiempo para estar con mis hijas, muy pequeñas en ese entonces. Pero sobre todo porque era cine, cine de autor, que es el cine que disfruto hacer, y un personaje que me ofrecía crecimiento. Lo probé como un recreo y terminé recuperando el amor y la fe en este metier.
-Volviendo a tu fase musical, ¿qué factores te llevaron dedicarte a la música con más fuerza y dedicación, tal vez, que en otras disciplinas?
-Siempre digo que la música me reencontró a mí. De todas las diversificaciones que pretendía y finalmente plasmé, como escribir, dirigir y enseñar actuación, la única que no consideraba con seriedad era la música. Fueron acontecimientos afortunados por todos conocidos los que me acercaron a ella, y finalmente, luego de compartir el frente en formato dúo, me lancé casi empujada por las circunstancias a mi camino solista. Claro que al principio era todo abrumador y desconocido… por eso mi primer álbum se llama Nude, porque todo revestía el despojo, la novedad, la crudeza y la belleza de abrirse a un mundo desconocido, en estado de absoluta desnudez e inocencia, tal como le sucede a un recién nacido.