Apunto algunos datos, frases, decisiones. Que parecen fragmentarias, pero quizás funcionan como limaduras de hierro, se atraen, se modifican mutuamente, se reconocen afines, o provienen de una misma fuerza. Veamos esos apuntes.

Un dirigente de la derecha que construye su imagen con la apelación a la hostilidad absoluta, retoma la idea de “mi cuerpo es mío” para sostener la posibilidad de un mercado de compraventa de órganos. Quien no tenga nada que vender -o no pueda colocar ni siquiera su fuerza de trabajo en el mercado- sería libre de enajenar las partes de su cuerpo. Contra la lógica de la donación, gratuidad que busca la persistencia de una vida, aparece esta que es la del mejor postor y la del vendedor obligade.

Un empresario supermercadista, de larga prosapia, declaró entre risas que todos los días remarcan los precios. Hace algunos años, reconocía que nunca fue más exitoso que en el momento hiperinflacionario porque pagaba en dos meses lo comprado -que ahí solo valía chauchas y palitos-, y también podía gozar del sonido cotidiano de la máquina remarcadora. Explica, clarito, el mecanismo de desposesión ajena con el cual acumula. Habrá quien tenga que vender un riñón para comprar algo mejor que huesitos de pollo. Y guay que no se lo paguen a sesenta días.

Un grupo de abogados defensores de genocidas, plantea con argucias técnicas la reapertura de un juicio por un atentado realizado por Montoneros en 1976 y cuya prescripción ya fue declarada judicialmente. Prescripción obvia porque a diferencia de lo que ocurre con los casos de lesa humanidad, ellxs tenían el poder de Estado para investigar, juzgar y condenar a los responsables. Solo que en lugar de hacerlo, lxs secuestraron, torturaron y asesinaron. Ahora, quieren juzgar a ex militantes montonerxs sobrevivientes por haber pertenecido a la organización que llevó adelante el atentado. Se trata de producir una escena en la que se ponga en duda el principio fundamental que situó la experiencia democrática argentina: hay una especificidad criminal en el terrorismo de Estado, y el Nunca más debe ser forjado cotidianamente y funda la posibilidad de lo común.

El gobierno de la Ciudad de Buenos Aires prohibió el uso del lenguaje inclusivo en el sistema educativo, con el argumento rancio de que lxs pibxs tienen dificultades en la lecto escritura que podrían resolverse con un mayor apego a la monárquica y mercantil Real Academia Española. Borrar las letritas de alarma -porque la x o la e son esas señales imprescindibles con las cuales venimos a reconocer que el orden sexo-genérico binario no incluye a todxs- es equivalente al combate de la Argentina del Centenario contra la influencia de las lenguas migratorias o la persecusión, en la norma escolar, del voseo hasta la década de 1960. Formas reaccionarias que movilizan una lógica antiplebeya: se trata de condenar a lxs nuevxs sujetos, a su modo de decir, a su propia sensibilidad. Borrar de la lengua las marcas de las existencias.

¿Limaduras que se atraen? ¿Destellos de un mismo movimiento reaccionario, que va señalando los núcleos igualitaristas, los acuerdos que fueron surgiendo del movimiento social, las invenciones democráticas, para atacar y mellar? ¿Acuerdos sobre los que van confluyendo las derechas más extremas y las que andan haciendose las modernizantes, que hasta coquetean de a ratos con los feminismos liberales? No son lo mismo y sin embargo confluyen. No son lo mismo y la tarea política por lo tanto es doble. Por un lado, producir incisiones, separaciones, que puedan aislar los núcleos más reaccionarios. Por otro, pensar la otra confluencia, las semejanzas necesarias, las alianzas entre quienes sostienen la idea de derechos frente a la completa mercantilización -y no podemos separar esto de las luchas obreras, sindicales, y de la experiencia política del peronismo-; quienes asumen el compromiso por la verdad, la memoria y la justicia como constitutivo; y quienes afirman que una sociedad no puede ser un régimen normativo que excluya a lxs disidentes de la norma.

Cada una de estas posiciones requiere una discusión específica. Es claro, por ejemplo, respecto de las hipótesis lingüísticas y educativas del gobierno porteño. Pero no puede reducirse a un problema de expertxs, porque el corazón de la medida es político y su comprensión debe tramarse con los agravios que se despliegan contra todo esfuerzo igualitarista. Del mismo modo, no podemos discutir la brutal denegación mercantil de las existencias sin poner esa discusión sobre el plano mayor de lo que significa la privación de derechos a las personas, de derechos a la vida y a la existencia. Nuestra lengua, la lengua amasada en las luchas sociales, en el movimiento de derechos humanos, en los activismos feministas y queer, esa lengua es la que nos permite resistir, decirnos, reconocernos, construir una política de defensa frente a las derechas. Estamos ante nudos, cosas que se enlazan, acciones y ataques que en su formulación se complementan. Estamos ante unas derechas que se turnan: mientras unos corren el arco, los otros se preparan para patear. Y al hacerlo, habilitan cada vez más, en la lengua misma, modos de destituir lo humano y sus derechos, produciendo, por doquier, vidas que no son dignas de ser vividas.