No me interesan las discusiones y creo, como Deleuze, que ya es bastante difícil plantear un problema que nos atañe y tratar de entender las respuestas que se han esbozado al respecto. En ese espíritu crítico, y con todo respeto, quisiera señalar un contrapunto en torno a una cuestión delicada que siento no estamos pensando adecuadamente: el problema de la violencia sexual.

En un post reciente, Jorge Alemán escribe: “El machismo es la mascarada que encubre que el deseo masculino pasa por sus horas más bajas, impotencia, narcisismo apático, confusión con respecto a su propia elección, disputa con las mujeres por el lugar que causa el deseo del Otro, en definitiva una ‘desvirilizacion’ creciente. La que no solo no es incompatible con la violencia contra las mujeres sino que está directamente relacionada con la misma. Como de costumbre, la impotencia que los invade intenta resolverse inútilmente con el ejercicio cruel del Poder de la fuerza”.

Entiendo que sigue un razonamiento similar al de Rita Segato, contra el sentido común dominante: la violencia sexual de los hombres para con las mujeres no es producto de un deseo viril exacerbado, sino síntoma de impotencia y reafirmación entre los propios de una identidad puesta en peligro. Sin embargo, si el señalamiento de Segato nos advertía sobre la cuestión del poder en juego, antes que el deseo sexual, la hipótesis de Alemán parece reafirmar ciertos atributos del deseo masculino ligados a la virilidad mientras que sustancializa el poder. Su concepción del poder ligado a la fuerza es prefoucaultiano: no lo entiende como relación social que puede ser subvertida, y por eso su propuesta ante la violencia parece desear una vuelta a los valores tradicionales donde el hombre era investido de ciertos atributos característicos e indisputables.

Según el diccionario, la virilidad es “el conjunto de características que se atribuyen tradicionalmente a un varón u hombre adulto, como la energía, el valor, la entereza, etc.” Una condición que se alcanza a cierta edad y luego declina. No estoy seguro que la energía, el valor o la entereza sean propiamente masculinos y adultos, los he encontrado distribuidos en seres de los más diversos géneros, especies y edades. Por eso, quizá lo propio del hombre tradicional sea más bien el esfuerzo denodado por alcanzar la virilidad y la preocupación constante por su declive. Por tanto, al contrario, lo mejor sería no esforzarse tanto en pos de ello y reconocer que esos valores que se le atribuyen "tradicionalmente" pueden ser portados por cualquiera.

La violencia contra las mujeres no responde a la supuesta “desvirilización” del hombre sino a la dificultad de reconocer la contingencia de los rasgos que valen en medio de relaciones de poder que tienden a rigidizarse, empobrecerse, y excluir a otrxs del juego posible de subversiones. No tendríamos que proponer entonces una vuelta imposible a la virilidad del hombre que portaría esos caracteres exclusivos, sino aceptar que la energía, el valor o la entereza pueden ser rasgos distintivos de cualquier ser y oportunos según las circunstancias (no esencializados).

Sigamos pensando cómo hacer para que los modos de ser encuentren articulaciones no exclusivas sino singulares, que puedan ser sostenidas entre todxs sin homogeneizaciones; donde las relaciones de poder puedan ser subvertidas y no ignoradas; así como los modos de saber compartidos y puestos en cuestión cada vez que se presenta el caso.

Roque Farrán es filósofo, escritor, investigador del Conicet.