Tal como lo ha demostrado Maquiavelo el Poder por fuerte e intenso que sea si no sabe administrarse ingresa a un momento, solo un momento, de desintegración y falta de orientación.
Es lo que está ocurriendo en muchos lugares y en la derecha argentina en particular. Sus operaciones destituyentes se suceden sin interrupción alguna, sus operaciones mediáticas después del discurso del presidente Fernández en la OEA, profesan un anticomunismo rancio, ineficaz y muy gastado. En el mundo que se está gestando Venezuela ya no es lo que era.
En cierto modo comienza a haber un proceso de saturación en el discurso de la derecha ultraderechizada. Su sentido se agota en su permanente repetición, su composición narrativa se deshilacha, sus estrellas mediáticas empiezan a vivir permanentemente al borde del ataque de nervios. En sus simulacros no aparece nada que no sea una indignación infatuada.
Esto no significa que se haya ganado ninguna batalla por el sentido, pero al menos señala un impasse, un punto de inflexión, que debería aprovecharse con una nueva y mejor recomposición del Frente de Todos. Especialmente si el mismo sabe combinar con sentido realista a los poderes corporativos que se enfrenta, con ciertas medidas drásticas que la urgencia de la desigualdad impone.
Es una gran oportunidad para mostrar que el debate interno del Frente de Todos, no es una mera interna de su realidad política sino el lugar donde se discute un proyecto de transformación nacional. Si el Frente de Todos se sitúa en el verdadero desafío del presente puede llegar a unas PASO muy importantes, que transformen el momento polémico y disruptivo que lo atravesó, en una energía vital imprescindible.
Ahora es el momento de derrotar el espíritu cínico y nihilista de las derechas reaccionarias. A partir de aquí comienza un nuevo tiempo renovador al que tiene que acompañar un ejercicio efectivo de la justicia social.