A la memoria de Guillermo “Vasco” Urzagasti (productor de La Argentina y su fábrica de fútbol)

Parece imposible domesticar al mercado y mucho menos humanizarlo. La trituradora que todo convierte en mercancía ni siquiera repara en la niñez. Tampoco en sus sueños, un norte que a menudo suele ser una pelota y el lugar donde divertirse con ella. El reino de la libertad humana ejercida al aire libre, como decía Albert Camus. Este domingo, 12 de junio, es el día mundial contra el trabajo infantil. Dante Panzeri reflexionaba: “El hombre que juega no puede jugar porque trabaja”. Su concepto aplica también a la infancia. A ese momento temprano de la vida en que la vida es una hoja en el viento y muchos adultos anteponen sus expectativas a las de sus hijos.

Hay un dato que retuerce el estómago. En este momento hay casi 160 millones de menores que labran la tierra, se hunden en las minas, se duermen sobre una máquina textil, viven en condiciones medievales o son una pieza seriada de las factorías futbolísticas. Desde la América profunda al África del ultraje. Pibes que vieron pasar de largo el mundo de los asombros para convertirse en miniaturas deportivas. Jugadores de metegol que manipulan los grandes para metabolizar sus propias frustraciones. Argentina tiene sus propias miserias acentuadas porque es exportador de talentos.

En mayo pasado un chico de 14 años fue abandonado por su pseudo-representante en las calles de Mar del Plata. Le había prometido probarse en Aldosivi después de un largo viaje desde Rosario. Pero terminó en un hogar de menores. No fue el primer pibe defraudado en nombre del fútbol ni será el último.

El título de un libro publicado en el 2000, La infancia hecha pelota, de Sandra Comisso y Carlos Benítez, prologado por Roberto Fontanarrosa, es una definición precisa sobre ese mundo. También lo es el documental de Sergio Iglesias, La Argentina y su fábrica de fútbol, de 2007. Un fresco de época. Una película que no perdió vigencia quince años después. Describe el entramado de las relaciones entre detectores de talentos, entrenadores, padres, madres, niños, árbitros y el entorno que los rodea, siempre exigente para esos locos bajitos que corren detrás de una pelota con poesía y música de Joan Manuel Serrat.

Fernando Signorini, uno de los profesionales que mejor conoció a Diego Maradona, es un referente en este tipo de problemáticas que hablan de la sociedad a partir de su mercado de fútbol infantil. “A los padres siempre se me ocurre hacerles una pregunta: ¿Para qué tuvieron hijos? ¿Para hacer que cumplan con las expectativas que ellos tienen o para dejarlos ser? La sociedad misma está metida en un gravísimo problema. Tratar de llegar de cualquier manera a que el chico se transforme en alguien que les pueda solucionar los problemas materiales. Entrenar es educar y el hecho de llegar a ser un gran deportista no es una obligación, es una posibilidad”, dice uno de los mentores del proyecto Villas Unidas. Esa idea vanguardista que lanzó en febrero de 2019 con el apoyo de César Luis Menotti: “Los derechos federativos de los chicos que surjan de ahí van a ser de la villa, y cuando vengan a buscarlos los clubes europeos por un probable derecho de formación, no van a poder hacer lo que quieran”.

La metáfora de la cantera aplicada al fútbol –la primera Masía del Barcelona, por ejemplo, se abrió en 1979– es una pasmosa realidad en los socavones de las minas africanas, donde domina la mano de obra infantil. Una parte considerable de los menores explotados del mundo (72 millones) se concentra en ese continente. De los casi 160 millones de niños victimizados el 50 por ciento tiene entre 5 y 11 años; el 28 por ciento se ubica en el grupo de 12 a 14 años y el 24 % está entre los 15 y 17 años. Los varones representan el 58% del total de ambos sexos afectados por el trabajo infantil.

En La infancia hecha pelota, sus autores se plantean: “¿Será posible que un chico que no llega a los 10 años pueda soportar la carga de ser el sostén económico de una familia jugando al fútbol? ¿Qué diferencia hay entre eso y la explotación de menores y el trabajo infantil?"

Las preguntas pueden tener respuestas obvias pero quienes toman decisiones en el mundo del fútbol no las contestan. La deshumanización del mercado consume bienes y también vidas. Es el caso de dos futbolistas muy jóvenes que se suicidaron en 2020 después de que sus clubes los dejaran libres. Primero fue el arquerito de Colón de Santa Fe, Alexis Ferlini. Según su padre Ariel “lo dejaron libre sin darle tiempo a que fichara para otro club, cuando había interesados en él”. Leandro Latorre jugaba en las divisiones inferiores de Aldosivi. Su mamá Andrea recordó este año lo que pasó: “Se dio en plena cuarentena, el 4 de agosto de 2020. Nos dejó una carta y audios en el teléfono. En la carta expresa poco, sí en los audios. En estos él les saca la culpa a todos, pero hace alusión al gran dolor que tenía por lo que le había pasado en Aldosivi, por cómo se sentía”.

Signorini reivindica aquella frase del Flaco Menotti que dice del fútbol: “es una maravillosa excusa para ser feliz”. Pero eso – agrega él – “no puede ser un argumento alienante que después haga recurrir a estos chicos a los terapeutas para que les solucionen problemas. Se evitarían si el deporte y el fútbol fueran concebidos de otra manera. Hay que ayudar al chico a que mañana sea mejor que hoy y no solamente como deportista”. El psicólogo Marcelo Roffé, un especialista en el campo del deporte – trabajó en las divisiones inferiores de Ferro entre 1995 y 2000- , escribió: “Si usted quiere un campeón en su casa, vaya y entrénese. Mientras tanto deje que su hijo juegue y disfrute en paz”.

Si los menores entienden al juego como un trabajo, como una obligación regulada por resultados y rendimientos, los mercachifles de ilusiones verán buena parte de su camino despejado. La niñez nunca debería ser un producto de mercado. Pasó casi un siglo desde la Declaración de los Derechos del Niño de 1924 votada en Ginebra por la Sociedad de las Naciones, antecedente inmediato de la ONU. Esa proclama dice que los menores no tendrían que ser sometidos a ningún tipo de explotación. El fútbol es un campo fértil para esas prácticas cuando se desvirtúa y el juego deja entrar por la ventana al negocio de pantalones cortos. Los fondos buitre revolotean cada vez más cerca. Sus millones no valen más que una infancia.

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