El presidente estadounidense Joe Biden no ganó ni jugando de local. La IX Cumbre de las Américas quedó descangayada por las exclusiones de Cuba, Nicaragua y Venezuela decididas por el anfitrión… unilateral y por ende autoritariamente. Otro revés para los dueños de casa: la decisión soberana, el faltazo, de los presidentes de México y Bolivia entre otros. En ese contexto cobran relieve la postura y el excelente discurso de Alberto Fernández en su doble rol de presidente argentino y titular de la Celac. Fernández fustigó las exclusiones, los bloqueos a Cuba y Venezuela, el golpe de Estado en Bolivia, a las autoridades y las políticas del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Organización de Estados Americanos (OEA). Una presentación estudiada, profesional, sin improvisaciones ni estridencias, tan ajustada al corto tiempo pautado como contundente.
La derecha política argentina, la mediática y varios voceros periodísticos de la Embajada cuestionaron que Fernández no hiciera la venia, que formulara planteos que no se concretarán de la noche a la mañana. Se equivocan o juegan para el otro equipo. Para eso fue, para eso dividió tareas con su colega mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO). La intervención de AF es congruente con la mejor tradición nacional popular en política internacional. Y con sus antecedentes. Defendió la vida del expresidente boliviano Evo Morales, ayudó a organizar su salida cuando los golpistas lo perseguían y le otorgó asilo (noble institución hispanoamericana). También visitó al expresidente brasileño Luis Lula da Silva en la cárcel.
La localía de la Cumbre es parte de la herencia que Biden recibió de su predecesor en la Casa Blanca, Donald Trump. El académico Juan Gabriel Tokatlian publicó un notable artículo en “Nueva Sociedad” (“La Cumbre de las Américas y el «síndrome de la superpotencia frustrada”) anticipando el fracaso antes de su concreción. El vicerrector de la Universidad Torcuato Di Tella, recorre la historia de las Cumbres, una práctica inteligente desechada por la mayoría de los comentaristas criollos. Puntualiza: “Aún es un misterio por qué el gobierno de Donald Trump solicitó, en la VIII Cumbre de 2018 reunida en Lima y a la cual el mandatario estadounidense no asistió, ser sede de la siguiente cita. La mezcla de desdén, destrato y desprecio que mostró su administración hacia América Latina solo puede llevar a una conjetura: de haber sido reelecto presidente, este cónclave habría sido un ejercicio para disciplinar la región y avanzar en su proyecto reaccionario con el acompañamiento de algunos mandatarios del área”. Más claro, imposible.
Biden llegó a la Casa Blanca en tiempo de pandemia, aciago para la mayoría de los oficialismos del planeta en elecciones presidenciales. Es contra factual, no se puede probar, pero resulta verosímil que la crisis sanitaria lo favoreció para superar a Trump e impedir la reelección. En todo caso, Trump era favorito antes.
Biden topa con otra contingencia única, la guerra entre Rusia y Ucrania, que motiva un viraje en su (geo) política mundial. El conflicto permite al presidente desangelado y a su país en retroceso intentar revivir viejos tiempos. Con numerosas variantes, claro.
Estados Unidos se postula como líder mundial de una coalición bienhechora de países democráticos que confronta con las autocracias, encabezadas por Rusia. China, que le compite por la hegemonía económica, cae en la volteada. El “Eje del mal” permite resucitar a la Organización del Atlántico Norte (OTAN), invertir miles de millones de dólares en armas para Ucrania, cosechar el apoyo de la Unión Europea (UE). Mentor de una retirada entre torpe y vergonzosa de Afganistán, Biden reformula el esquema de conflictos anteriores. Estados Unidos comanda la “guerra económica” (institución que no existe en el Derecho Internacional vigente), la provisión de armas, el relato. Pero acoge a pocos ucranianos migrantes comparado con la UE y no envía soldados. En criollo, los muertos los ponen Ucrania y Rusia en proporciones distintas.
El hipotético reverdecer de los yanquis depende de que la guerra termine con una derrota catastrófica de Rusia o con la muerte del premier Vladimir Putin, perspectivas consideradas improbables por casi todos los intérpretes anche los gringos. Ese destino manifiesto se enuncia con énfasis. El second best se silencia porque queda feo: es que la guerra se prolongue mucho tiempo, instalando un nuevo statu quo con la coalición occidental y Estados Unidos como vanguardia. Una real politik siniestra pero no innovadora para los Estados Unidos.
Las consecuencias de la guerra en la economía mundial. su impacto en provisión y precio de alimentos y energía, el crecimiento de la inflación obran como contrapeso, en sube y baja. En el ínterin, Biden retoma el tópico de la política exterior estadounidense, la Cruzada contra el Mal, como lo hiciera el expresidente George Bush Jr. a principios de siglo. Algunos de ustedes eran chicos, otros tienen memoria corta, evoquemos ese pasado cercano a vuelo de pájaro.
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Las Torres, el ALCA y otras peripecias: Beneficiado por el azar-Covid o no, Biden venció en buena ley a Trump, quien denuncia fraude y desconoce la derrota. George Bush Jr. llegó a Washington en condiciones harto diferentes. Su victoria electoral sobre el candidato demócrata Al Gore era dudosa por decir lo mínimo. El escrutinio se judicializó, la Corte Suprema se valió de un VAR polémico para consagrar a Bush. El 11 de septiembre de 2001 al producirse el atentado terrorista contra las Torres Gemelas, Bush era un prospecto flojo de presidente, de endeble legitimidad de origen y mediocre en el ejercicio del mando.
La crisis significó una oportunidad, para recalcular, ponerse al mando de la Nación, empoderarlo. Un Comandante en Jefe tonante prometió retaliación en todo el globo. Cambió la legislación penal, destruyendo garantías constitucionales: detenciones sin proceso, encarcelamientos sin condena, persecuciones por portación de aspecto, chauvinismo, racismo. El sistema político se degradó.
Pero “la gente” acompañaba, la imagen del mandatario crecía. En el entusiasmo, su gobierno denunció la existencia de armas de destrucción masiva en Irak, le declaró la guerra. Se notaba desde el vamos, tiempo después se confirmó; la acusación era falsa. Gran Bretaña, el aliado histórico y España (una innovación del presidente de derecha José María Aznar) se sumaron a la movida. Por primera vez en la historia de Occidente se produjeron manifestaciones masivas antibélicas en los tres estados agresores contra la ofensiva. Una fracción rotunda de sus sociedades civiles les dio la espalda. Las grandes protestas referidas a Vietnam habían demorado mucho más. De cualquier modo, Bush viajó en tren bala a la reelección (en la que se impuso sin VAR capcioso) y sus ínfulas crecían.
El Partido Popular español caería en las elecciones como correlato de las mentiras sobre el atentado en Atocha. El primer ministro británico Tony Blair corporizó una versión de la decadencia de las familias progresistas o socialdemócratas europeas. Su antecesora, Margaret Thatcher lo describió mejor que nadie. Cuando se le preguntaba acerca de su mayor éxito, replicaba: “Tony Blair y el Nuevo Laborismo. Obligamos a nuestros oponentes a cambiar de opinión”. Renunciaron a las diferencias, se mimetizaron con el adversario, todavía pagan el precio de esa decadencia.
En América del Sur tras el fracaso de los modelos neoconservadores iban prosperando gobiernos populares de distintas características. Los favorecían la crisis del neoliberalismo, las reacciones ciudadanas, una situación económica propicia. La simultaneidad siempre expresa algo, no solo afinidades. Hugo Chávez primereó en Venezuela. En 2003 Lula da Silva y Néstor Kirchner arrancaron su mandatos, que tendrían años de continuidad. Ampliaciones de derechos, mejoras en el nivel de vida, crecimiento del PBI. Y una estabilidad democrática incomparable que la Vulgata desconoce.
La Cumbre de Mar del Plata coincidió con el trance más dichoso de Bush. Con destreza y buen manejo diplomático Lula, Kirchner y Chávez consolidaron una minoría intensa que pudo frenar la formación del ALCA. El argentino y el brasileño hicieron punta. Se suele olvidar que persuadieron al presidente uruguayo Tabaré Vázquez, un demócrata moderado por antonomasia y al paraguayo Nicanor Duarte Frutos, un mandatario de derecha. El Mercosur en pleno dijo “No al ALCA”, dato retaceado por la historia oficial pro yanqui.
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Bolivia, siempre en jaque: Suele comentarse que la concentración estadounidense en Medio Oriente ayudó al despliegue sudamericano. Es una explicación factible, a condición de no exagerarla. El Departamento de Estado sostuvo el bloqueo contra Cuba, tuvo en jaque a Venezuela. Siempre asedió y atacó a Evo Morales y su movimiento.
Cuando Evo estaba en el llano confundían (por mala fe o ignorancia) a un líder cocalero con un narcotraficante. Cuando comenzó a construir su ciclo presidencial “expertos” estadounidenses vaticinaban anomia, inestabilidad institucional y hasta guerra civil. Confundirían deseos con realidad o vaya a saber uno. Fue al revés: Morales construyó un ciclo de estabilidad, reparación histórica, recuperación de resortes básicos de la economía. Paz regional. La Casa Blanca prohijó acciones desestabilizadoras violentas de la derecha boliviana.
El golpe de Estado de 2019 no nace de gajo ni rompe continuidades… por el contrario acentúa conductas instaladas. Seguir negando ese golpe es jactancia de las derechas continentales. Las investigaciones ulteriores verifican su existencia. El resultado de la elección de Luis Arce como presidente (en una contienda con proscripción de Evo y cancha inclinada en contra) comprueba, de otra manera, la vigente popularidad del MAS.
La participación del gobierno del expresidente Mauricio Macri mandando armas a los golpistas está acreditada desde una perspectiva política. Sobran evidencias y hasta confesiones. Las causas judiciales deben seguir su parsimonioso curso, en materia penal rige la presunción de inocencia… Las valoraciones políticas se miden con otros parámetros. La conducta de los cambiemitas fue vergonzosa. Ostensible la complicidad de la OEA y su demiurgo, el impresentable Luis Almagro, un empleado lamebotas con oficina, corazón y billetera en Washington. El golpe se consumó a sangre y fuego, masacres incluidas.
La designación del ultraderechista estadounidense Mauricio Claver Carone al frente del BID podría lucir como más leve en materia de derechos humanos. Pero forma parte de las prácticas de Trump: violar un acuerdo de años acerca de la titularidad en el organismo, siempre en manos de los países situados al sur del Río Bravo. Claver es un incordio para Biden, está acusado de actos de corrupción, es lugarteniente de Trump. Biden no puede removerlo pero tampoco bancarlo con entusiasmo. Claver Carone confesó haber fomentado el ruinoso acuerdo de la Argentina con el Fondo Monetario Internacional (FMI) para facilitar la reelección de Macri.
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Los paracaídas de oro: Con las leyes antiterroristas Estados Unidos dilapidó el prestigio de baluarte democrático. Conservaba poco, desde ya. El historiador Eric Hobsbawm escribió que en el siglo XXI la política yanqui es más impopular que la de toda su historia anterior…. probablemente que la de cualquier otra potencia en toda la historia humana. Solo se impone por la fuerza armada o la prepotencia económica.
China desafía la hegemonía económica, compite sin apelar a la violencia armada. Es la preocupación principal de la Casa Blanca. El secretario de Estado Anthony Blinken habló sobre eso en su primera conversación con el excanciller Felipe Solá, en abril de 2021.
Washington no acepta que ya no domina el mundo ni la caída de su reputación. La pifia cuando describe su “imagen corporal”, puesto en sentido figurado. Tokatlian lo describe así: “Estados Unidos pretende la primacía (primacy): Washington no acepta ni tolera la existencia de una potencia de igual talla. Con George W. Bush esa primacía fue agresiva, bajo Barack Obama fue recalibrada y bajo Donald Trump fue ofuscada; con Joe Biden asistimos a una primacía deteriorada o la gestión hacia la región ha tenido más continuidad que cambio, una suerte de «trumpismo soft».
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Capitalismo y democracia: La principal potencia capitalista no es ejemplo ni faro. La coexistencia entre capitalismo y democracia se descompensa año tras año en detrimento de ésta última. La tendencia preexistente fue agravada tras la bancarrota de Lehman Brothers en 2008. Bajo el apotegma “too big to fail” (demasiado grande para caer) los gobiernos de los países centrales volcaron fortunas para auxiliar a la gran banca y al sistema financiero desamparando a la gente común. Hubo demagogia y asistencialismo sí: para los más ricos.
El periódico francés de izquierda Libération se permitió ironizar: “el viejo Keynes –se congratula—se toma una revancha amarga y explosiva. Llegó la hora de reconocer públicamente que el gasto público no es siempre un despilfarro (sirve, en todo caso, para salvar al sistema bancario de su perdición). Es hora de admitir que la reglamentación no es diabólica, sobre todo cuando tiene por finalidad prevenir las ‘crisis sistémicas”. Es un sarcasmo crítico, se subraya… no una risa cínica como la de Federico Braun, el capo de La Anónima.
Estadistas europeos acuñaron la expresión “paracaídas de oro” para simbolizar el salvataje de los dueños de las grandes riquezas. Rezongaron... igual los salvaron.
El episodio constituyó un hito del avance de los sectores financieros sobre los productivos y sobre los pueblos. La desigualdad se potenció, la insatisfacción ciudadana creció. En 2016 el Norte prodigó dos acontecimientos que convulsionaron al sistema “por derecha” y (ojo) convalidados por el voto. Impredecibles, medio caóticos: el Brexit y la elección de Trump.
La pandemia y la guerra en Ucrania ahondan incertidumbres, desigualdades, pobrezas, insolidaridades. Fea la etapa, tremendas sus proyecciones.
Promover la multipolaridad en ese cuadro es defensa propia, de países menos poderosos.
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Cierre precario: Rusia invadió Ucrania, el gobierno argentino expresó con razón que violó los principios de integridad territorial y de libre determinación de los pueblos. Pero la guerra escaló, sus enemigos cometen tropelías a diario, contratan mercenarios, arman a los ucranianos. Medran con las sanciones económicas a los “oligarcas” rusos. Excitan reacciones culturales antirrusas enfermas, hasta ridículas. Los traficantes de armas, las corporaciones financieras medran.
Suponer que la Argentina debe encolumnarse con un bando, como hizo el presidente Carlos Menem en los 90, es renegar de principios fundacionales. Y de paso, abrir una caja de Pandora.
Exigir que en una Cumbre regional se multipliquen las tendencias a las exclusiones, los muros, las divisiones entre réprobos y elegidos sería una opción odiosa, auto destructiva, ideológica al mango.
Dentro de lo escaso disponible, el presidente argentino escogió el discurso correcto y hasta necesario. Las correlaciones de fuerzas no cambian de milagro con eso pero se dio un paso racional, en el mejor rumbo posible.