El discurso de Alberto Fernández en Los Ángeles, en esa Cumbre de las Américas Que le Importan a los Estados Unidos, llama a unas reflexiones que, quizás, exceden al marco diplomático.
La intervención presidencial no es pasión de multitudes, claro está.
Los argentinos tienen sufrimientos y preocupaciones inmensamente más importantes, perentorias, que prestarle interés a lo dicho en un foro internacional depreciado. Casi circunscripto a las urgencias del Partido Demócrata estadounidense.
Como lo escribió Atilio Borón en este diario, el telón de fondo de esa presunta Cumbre es una caída prácticamente vertical de la popularidad de Joe Biden. Son los interrogantes sobre su capacidad mental para seguir en el cargo. Es una desastrosa política exterior que, en vez de procurar un arreglo de la crisis en Ucrania, alimenta la escalada del conflicto para beneficio de los halcones del complejo industrial-militar de la Casa Blanca. Es la demencial incoherencia de la política hacia China, advertida hace pocas semanas nada menos que por Henry Kissinger. Y son los resquemores del partido de Biden ante el temor de que retorne un “Trump recargado”, frente al cual “no existe liderazgo alternativo entre los demócratas”.
Para reiterar, queda señalado que nada de todo eso interesa en el plano local. Ni central ni lejanamente, si es que hablamos de las grandes mayorías.
Pero tampoco quita que el discurso del Presidente tuvo características notables, en forma y fondo. En la convicción para expresarse y en el contenido que certificó esa contundencia.
Y además, o antes, si fuera que sólo debe hablarse de lo que le importa a “la gente”, en modo coyuntural, estaríamos fritos. No habría debate ni marcación posible, o probable, sobre grandes temáticas que deben adelantarse al presente perpetuo, agotador, angustiante, que motoriza el neoliberalismo.
Si algo identificó a la etapa kirchnerista, tanto con Néstor como con Cristina, fue justamente la construcción de un relato hacia futuro, al margen de que mientras tanto se resolvieran algunas cuestiones de urgencia cotidiana.
Cuando CFK plantea que debe resolverse el drama político, económico y cultural de que Argentina tenga un régimen bimonetario, que hace atravesar por las expectativas con el dólar todo su andamiaje estructural; o cuando cita la premura de reformar un Poder Judicial de dinastía y pensamiento oligárquico, no habla de la coyuntura. Proyecta el imperativo de modificarla, con sentido de estadista.
Que solamente se promueva el arrebato analítico, las frases ampulosas, la emoción y las soluciones que podrían darse en un periquete, es una necesidad de los sectores más tilingos y reaccionarios. Se comprueba todos los días, o a cada rato, en los paneles televisivos de griterío superpuesto; en la violencia de las redes; en el facilismo demagógico de tantos foros.
No es una característica exclusiva de la derecha. Hacia izquierda hay también algunos o demasiados especímenes que gustan del fulbito, para que apenas se solace la tribuna adicta.
El Presidente dijo en su discurso, en la cancha del Imperio, cosas que por algo desataron la furia de los medios dominantes. Y algunos resentimientos en parte de la tropa nac&pop, porque no termina de tolerar que “el tibio” haya hervido, o calentado, siquiera discursivamente.
Le buscan el pelo al huevo, como si se tratara de que jamás debe haber un elogio sincero, a secas, despojado de prejuicios: que el discurso estuvo acordado, que era mejor la inasistencia, que no habló de esto o de lo otro.
Tienen sus razones, por supuesto, debido a que con las solas palabras no basta. Pero las palabras son asimismo lo que traza, o debería trazar, una suma de gestos y compromisos de ideario en general. Y hacia la interna agotadora del Gobierno, en particular.
Repasando, Fernández lamentó que no estuvieran presentes todos los que debían estar, en referencia a la exclusión de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Previno que a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), en cuyo nombre habló como presidente pro témpore, le hubiese gustado otra Cumbre. Acusó que “ser anfitrión no otorga capacidad de veto”. Condenó la política de bloqueos implementada históricamente por Washington. Criticó al FMI por el “endeudamiento insostenible” que intentó favorecer al gobierno de Macri. Y en un pasaje fortísimo, directamente imputó a la OEA ser el “gendarme que facilitó un golpe de Estado en Bolivia”.
Hubo más. Mucho más, nucleado por el peso promedio de la deuda externa regional. La informalidad laboral. La reducción en 15 años de las expectativas de vida de los pueblos humildes en la zona, respecto de quienes nacen en barrios acomodados. La afirmación de que no hay teoría del derrame de riqueza que haya funcionado.
¿Un discurso de este tipo --insistamos: de visitante, plantado frente al Presidente de los Estados Unidos por más desvalorizado que esté-- no debería renovar la confianza en que el Frente de Todos tiene todavía un piso de acuerdo ideológico, básico, como para lidiar contra enemigos y adversarios obvios?
La propia Cristina, y varios miembros de la coalición gobernante, y referentes de la militancia, dejaron trascender su aplauso por la calidad y especificidad de la alocución presidencial.
¿No debiera ser la auto-comprobación, siquiera simbólica, de que lo que une es más grande que lo que separa?
Estos días, para variar, son ratificatorios de la pulsión de odio --y operaciones-- que la derecha esparce a diestra y siniestra.
Sus cámaras judiciales reinstalan la teoría de los dos demonios, ensambladas con la prédica mediática que, a la par, propagandiza a un tipo capaz de decir que la venta de órganos es un mercado como cualquier otro --¿por qué no lo sería volver a la esclavitud, ya que estamos?-- y que debe valer el derecho de elegir morirse de hambre (se le fue tanto la mano, ya se dijo, como para que se espanten sus mismos aliados cambiemitas; no por no coincidir, sino en función de no quedar pegados).
Por igual vía, la Justicia de “ellos”, Comodoro Py, clausuró la causa Operación Olivos (la que debía investigar los encuentros de Macri con jueces adictos, para sustanciar expedientes contra Cristina y otros funcionarios).
Federico Braun, titular de La Anónima o “ladrónima”, en el panel de empresarios organizado por Clarín & Cía, indicó alegremente que su trabajo consiste en remarcar precios de manera cotidiana.
El gobierno porteño, con la vocería de su ministra de Educación a más de Larreta, que denominan “español” al idioma castellano, anuncia que prohíbe el uso del lenguaje inclusivo en las escuelas. Y lo peor es que el progresismo cae en la trampa de debatir acerca de eso.
¿Tan difícil es percatarse de que es una desviación temática?
Tienen la seguridad de ser impunes. De poder decir lo que viniere sin amenaza de sanción social.
O más aún: la seguridad de que bardear con lo que fuere les allega votos.
La única excepción especulativa fue que, en tándem, Macri y Aranguren (Juan José, ex presidente de la filial doméstica de Shell, quien sin ningún problema pasó a ministro de Energía apenas asumió el PRO) advirtieron que es mejor no judicializar ni meterse con lo de Kulfas, Vaca Muerta y el gasoducto.
No sea cosa de que se perjudique el emprendimiento del “populismo” que habrá de beneficiarlos a ellos, cuando ganen las elecciones si es que el FdT continúa disgregándose gracias a sus chiquitajes.