Nadie sabe cuándo el círculo se convirtió en el símbolo de la cofradía. Hay quienes lo hacen aparecer en las márgenes africanas del Mediterráneo en épocas inmemoriales. Otros más sabios pugnan por declararlo nacido de algún pueblo semita, o en el oriente medio. El hallazgo reciente de círculos tallados sobre la piedra en las profundidades de una pirámide maya, ha cambiado la idea de que el símbolo era exclusivo del mundo antiguo. Delicadamente, esos rugosos círculos Mayas están unidos por una cuerda, o trenza, que los sostiene en un movimiento de giro. La pampa es ahora el lugar donde se estudia la aparición del símbolo, al ser inequívoca la relación de los bajorrelieves Maya, con una boleadora lanzada al viento contra guanacos en algún amanecer. Estas nuevas conjeturas, que alimentan la novedad de los eruditos, no opacan otras tesis. En Praga, el reloj astronómico que aún funciona, replica con exactitud en su esfera, las líneas semicirculares del símbolo de la cofradía; la bandera del Japón, lleva pintado el mismo rojo intenso que lo distingue. En Inglaterra, una moneda romana trabajada por el tiempo y el salitre quiere parecerse al emblema aunque la borrosidad la expone a una interpretación. Más interesante que el origen del símbolo, es la evolución misma de la cofradía. Numerosa o unánime en sus comienzos, se ha escondido bajo el anonimato de carecer de un sistema organizativo jerárquico. Tal vez los instantes de perplejidad irradiados por su ceremonia diaria hayan diluido ambiciones o promulgado el silencio.

La inequívoca frase que anunció el develamiento de la cofradía y su símbolo, en pocos minutos recorrió el mundo. Tras ella, muchas otras frases genuinas y no genuinas, aparecieron rápidamente intentando sepultar en el olvido a la primigenia; sin embargo la contundencia de esos sememas es de una calidad indestructible ante la memoria multitudinaria. Si por método se explicaran se perdería la esencia. Baste decir que reflejan el dolor de no poder olvidar un amor, o como establece la frase: "morir lentamente y al declinar cae el fulgor último de esperanza". Esa descripción ha cifrado la presencia de la cofradía entera. Las cifras, se sabe, descubren la realidad en un momento preciso, luego se olvidan de esa magia y restan sus símbolos a merced de los vientos. Lo notable, son los milenios de ostracismo realizando diariamente la misma ceremonia a la vista de todos. Tantas plegarias extáticas y diversas se han perdido en las incontables Arenas del Sahara, como en las extensiones de la Manchuria, o ante el filo de las cumbres andinas, en las populosas márgenes del Ganges, o en el mar que es la pampa y en el laberinto ascendente de las favelas. Posiblemente también el círculo haya sido dibujado luego de pronunciar cada una de esas plegarias.

En el giro de las esferas surge la vida. Verdad tan obvia en otras épocas, era considerado una herejía tal cual lo serán las ideas actuales. Lo obvio no es sin los develamientos, sin una previa oscuridad, o mejor sin la previa repetición de conceptos. Repite tanto el individuo como el conjunto. Nadie sobresale. Los eventos luminosos, que alteran las repeticiones, son por la fuerza del conjunto. Sin el conjunto no hay reacciones que iluminen los cambios. Toda la doctrina humana tal vez solo sea el salto, desde un ciclo repetitivo de realidad, a otras realidades apalancadas por el develamiento. No hay máquina más eficaz que esa. Las máquinas físicas, reproducen o repiten en su mecanismo, las luces iniciadas por un descubrimiento. Aquellas toscas piedras medianamente redondeadas a cincel, soportaban el vuelo aferradas a los tientos de cuero en busca del animal. El hombre que la lanzaba, veía girar cayendo la trayectoria, y de eso sacaba una distancia, un tiempo, una manera de ser. Esta conjetura no impide pensar que en esas circunstancias haya nacido el símbolo de la cofradía; tampoco invalida otras ideas o explicaciones ya que se trata de algo perdido en el tiempo. La cofradía venía siendo dramáticamente menos numerosa desde hace unos siglos. La salida del ostracismo, no ha sido la causa de su condena. Ya quedan pocos, muy pocos adherentes. Posiblemente dentro de unos años sean un grupo en extinción, y para el último de ellos, en el Amazonas o en el África así serán esos momentos: caerá rojiza la tarde; perplejo, no sabrá preguntarse porque ya nadie mira las puestas de sol sino es a través de una pantalla.