Tremendo viaje se pegó Santiago Córdoba, aquí baterista de Violentango. Ya se había mudado de Madrid a Berlín -donde lo habían llamado para realizar una instalación sonora en el festival Fusion- cuando le llegó la oportunidad de hacer una residencia artística en Calcuta, junto a los Bauls of Bengal, agrupación de músicos de la tribu homónima. Era diciembre de 2017 y, ni bien fue convocado, embaló bombo leguero, teclado y loopera, y partió rumbo a la India. Allí, lo cobijó gente de la organización Banglanatak, y puso manos a la obra: armar un repertorio con los Bauls cuyo destino, en principio, era hacer cuatro conciertos junto a ellos.

“Fue un viaje alucinante e intenso. Cuando llegué a Calcuta, fue un shock cultural muy fuerte. Ni bien te bajás del avión, te encontrás con un gran caos organizado. Para donde mires hay una multitud, construcciones, puestos de comida callejera, vehículos que no paran de tocar bocina. Desde ese detalle, muy sonoro por cierto, hasta la explosión de colores y aromas, todo te impacta”, cuenta el músico, habitual colaborador de Los Espíritus y Poseidótica. “La verdad, es hermoso llegar a un lugar en donde todo es tan diferente a nuestra manera de ver y convivir”.

En lo musical, tal impacto se trasladó sin filtros a instrumentos que el músico no había visto, escuchado y tocado jamás. El que más lo sorprendió fue el ektara, cuyo armado está dado por una calabaza hueca y una cuerda que se toca con una piedra “como si fuera una púa”. Pero también se dejó llevar por los misterios del dhol. “Este es de la familia del tabla, pero parece un bombo que se toca de los dos lados… Tiene un sonido grave muy intenso”, explica.

La curiosidad de Arias por la cultura hindú y sus músicas fue in crescendo, a tal punto que los cuatro conciertos pactados terminaron quedando chicos, y sumó la idea de grabar un disco allí. Entonces, alquiló un estudio, se encerró con los Bauls dos días, se tocaron todo, y así parió Doroja, tercer disco de su cosecha solista, que le terminó publicando en vinilo y CD el sello inglés Earthly Measures. El álbum se compone de ocho piezas, cuyos nombres dan cuenta del cruce de culturas: “Bole Koshe Manush K Ki”, “Manush Gache Ekbar”, “Tigres en Fuga”, “Guru Krishna Namer”. Y así. “Hay algunos temas que son cantos tradicionales de los Bauls reversionados con mi sonido. Uno de ellos, “Alga roilo Ghorer Doroja”, es un canto popular que habla de la filosofía Baul y cuenta que las puertas que tiene el ser humano son todos los agujeros del cuerpo, y que es a través de ellos que uno se expresa. También hay otros temas que compusimos directamente en el estudio, partiendo de improvisaciones; ellos armando la letra en el momento y luego yo aportando lo mío. El disco parte de la onda y la fluidez que logramos tener con los músicos”, evoca Córdoba.

El disfrute musical también consistió en el trueque de instrumentos: “Di mi bombo leguero y me dieron un dubki, que es una especie de pandeiro bengalí”, cuenta el percusionista, totalmente satisfecho por el exótico péndulo musical entre ritmos y melodía hindúes -el jhumur, por caso- con folklores latinoamericanos y texturas electrónicas. “La verdad es que no costó nada acercar culturas. Una vez abierto el portal a ese idioma universal llamado música, ya estábamos dentro del mismo mundo, porque en el fondo todos somos como primos. La música es la misma sangre que llevamos todos”.

Doroja significa precisamente "portal". Ese portal astral que abrió Córdoba con los músicos bengalíes para unir mundos. Para hacer dialogar el occidente del bombo leguero con el oriente del dotara -algo así como un charango hindú-, y las cuerdas, los vientos, las tablas, el bajo y la trompeta que aportaron tiempo después Matías Romero, Guilherme Peluci, Daniel Guedes, Ángel Calvo y Walter Boide, estos dos últimos, compañeros de Córdoba en Poseidótica. “Los Bauls no solo no conocían el bombo legüero sino que no sabían nada de la cultura argentina, ni yo conocía nada de su cultura”, admite el músico. “Pero lo interesante de lo que pasó es que una vez que ellos empezaron a tocar sus melodías con sus instrumentos típicos, me di cuenta de que el patrón rítmico de ellos era muy parecido al de la chacarera. Entonces, les mostré que nosotros teníamos ritmos muy parecidos a los suyos, y fue entonces cuando el percusionista de ellos agarró el legüero y empezó a tocar sus ritmos con él como si fuese suyo, y yo agarré el dubki”.

La biografía ampliada del ecléctico Santiago da que, además de su estadía fija en Violentango, o intermitente en Los Espíritus, Nde Ramírez y Poseidótica, lleva en su mochila de acciones estéticas la realización de la banda sonora de la obra de teatro A Ticket to Atlantis; giras varias por Europa; y los dos discos solistas que anteceden a Doroja: Corso, de 2015, y En Otros Lugares, 2019. “Esos discos fueron más de experimentar solo, en mi cuarto, con tiempo y música instrumental compuesta desde la imagen. En Doroja, en cambio, no sólo me lancé a hacer canciones con letra, cosa que nunca había hecho antes (y además en otro idioma), sino que también fue la primera vez que grabé un disco con un grupo ya armado, y algunos temas que ya estaban escritos. Esta vez, mi trabajo fue sentarme a experimentar sobre ese material, y poder aportar, desde mi experiencia, el sonido que estaba buscando. Además, fue un disco que tardé muchos años en terminar. Empezó con las grabaciones que conté, en 2017. Después volví a Buenos Aires pero estaba lanzando mi segundo disco, y Doroja tuvo que esperar, hasta que recién en 2019 pude empezar a trabajarlo seriamente. Fue en 2020, durante la pandemia, cuando tuve el tiempo necesario para terminarlo”.