Este país canta, más de una vez cada año, el desafiante tercer verso del Himno Nacional que le dice a la Patria y al mundo entero, y con orgullo: "Oíd el ruido de rotas cadenas". Así simbolizó Vicente López y Planes la irrupción de lo que sería "una nueva y gloriosa Nación", independiente y libre de dominios extranjeros. Por eso importa evocar esos versos ahora, cuando la Argentina está encadenada completamente, condicionada y limitada para toda decisión soberana.
Si todo Estado formalmente constituido tiene capacidad de ejercer autoridad absoluta dentro de su territorio, eso es lo que se ha perdido en nuestro país, donde las cadenas no están rotas y en cambio maniatan, descomponen y ensombrecen el presente y el futuro de 47 millones de habitantes.
Estas reflexiones derivan de la asombrosa cantidad y variedad de señalamientos espontáneos que recibe esta columna acerca de la penetración extranjera en el territorio nacional, así como la explotación desmesurada y sin control de los bienes naturales que atesora toda la geografía argentina y que ni el Estado Nacional ni el de las 23 provincias federadas controla verdadera ni debidamente.
La salida ilegal de riquezas es una especie de crimen de lesa sociedad, que crece día a día y estimula la desprotección y el saqueo. Así se advierte en las muchas denuncias que llegan a este columna, como la de la ingeniera Alejandra Portatadino, fueguina y trabajadora en los astilleros Tandanor, quien advierte con crudeza: "Las corporaciones activaron sus mecanismos de defensa. Ahora actúan en el Centro de Armadores Fluviales y Marítimos (CAFM), que componen entre otras compañías Cargill, UABL (empresa norteamericana), Conay (compañía de navegación), Hidrovías de Brasil, Glocal South América (MSG Mercosur Shuttle Group). Utilizan banderas de los países a conveniencia, pero detrás de las cuales se ocultan fuerzas coloniales que saquean América Latina. Repiten el modelo aplicado en África, donde utilizaron históricamente la esclavitud y la violencia; en los años 70 del siglo 20 golpes de Estado y gobiernos títeres; y ya en este siglo lawfare y control de la información". Un drama que se agrava, dice, porque por tener menos recursos naturales y mucha población, para ellos estos son temas de supervivencia, porque si no fuera por América Latina, África, Asia y Oceanía, Europa pasaría hambre. Los mayores tenedores de reservas en oro –el Reino Unido y Francia– no son productores de oro. Así la explotación incontrolada en la Patagonia se ve clarísima".
Otro lector que pide reserva de nombre, técnico del INTA con más de 30 años de vida y trabajo en el Sur, informa que "durante más de un siglo Inglaterra ejerció firme control sobre el ecológicamente difícil ambiente patagónico, apenas disimulado por la cooperación argentina. Y eso se tradujo en el no registrado egreso de lanas para la industria textil británica desde establecimientos ganaderos ubicados en sitios aislados y desde puertos argentinos". Una práctica, sostiene, que no hay constancias de que haya terminado porque la Argentina eso no lo controla.
Por su parte, un pequeño empresario santacruceño señala que "desde hace más de un siglo una superficie mayor al millón de hectáreas pertenece a ignotas sociedades británicas. Son campos caracterizados por su feracidad y su ubicación de importancia político-estratégica. Por ejemplo, el extremo sudeste del continente sudamericano, donde se inicia el Estrecho de Magallanes, al menos hasta finales del siglo pasado estuvo ocupado por dos grandes estancias, y hoy el extremo norte de la parte argentina de la isla de Tierra del Fuego pertenece a una gran estancia también de capital británico".
Frente a la cantidad y variedad de informes, comentarios y señalamientos –algunos anónimos por confeso temor a represalias– lo primero y más obvio sería admitir que la República Argentina y su pueblo, en general, ignoran casi todo acerca de la Patagonia y la Tierra del Fuego, y ni se diga de las Islas del Atlántico Sur. Y es presumible, además, que quizás ni el Ejército ni la Marina ni la Fuerza Aérea argentinas, ahora en democracia, tengan cabal conocimiento de todo ello. Lo que sería gravísimo por doble razón: si no lo saben, por no saberlo; pero también por los reconocidos entrenamientos británicos y estadounidenses a militares argentinos.
Lo cierto es que, en forma autoritaria y hasta grosera, entidades y corporaciones extranjeras asistidas por cipayos locales, están destruyendo porciones de la Cordillera de los Andes en varias provincias, mediante la extracción de oro, plata, cobre, litio y otros minerales, y a la vez envenenando ríos y lagos con cianuro. Y ni se diga la pampa petrolera excepcional que tiene la Argentina en Vaca Muerta, que es la 2ª reserva mundial de gas y la 4ª de petróleo en un territorio que es una vez y media toda la provincia de Tucumán. Y cuyo cuidado no es enteramente argentino porque YPF tiene sólo el 42 por ciento del área, la petrolera estatal neuquina el 12 por ciento, y el 46 por ciento restante se distribuye entre ExxonMobil, Pan American Energy, Petronas, Pluspetrol, Shell, Tecpetrol y Wintershall, entre otras.
Desde luego que este texto sólo procura enterar a la ciudadanía. Porque de lo que se trata es de hacer comprender, de una vez, que el fiel conocimiento de la verdadera entrega fáctica de nuestro país es esencial como punto de partida decisivo para detener la entrega y el saqueo.
Lo que es urgente y hoy depende dramáticamente de la recuperación de la Soberanía en el Paraná y la puesta en funcionamiento del Canal Magdalena, que, si operaran bajo control soberano de esta república, pagarían dos veces la llamada "deuda" externa y quedarían vueltos. Y nadie se sorprenda, porque sobran estudios responsables que lo afirman y explican. Si sólo el comercio exterior que navega por el Paraná estuviera en manos del Estado y el Pueblo argentinos, en menos de 10 años se pagaría toda esa maldita deuda y sin el hambre de millones.
Por eso la tarea es simple, en esencia: empezar ya mismo a frenar tanta neocolonización estúpida; acabar con la sumisión de dirigencias cipayas que hasta se han infiltrado en la reserva maravillosa que eran las Universidades Públicas; e intervenir y cortar de una vez las redes de corrupción de funcionarios y jueces impresentables cuya vista gorda y descuido de los bienes públicos son ya, en muchísimos casos, traición a la Patria.
Los peligros que hoy corre nuestra república son de todo orden y toda urgencia: ambiental por el arrasamiento; y territorial porque pueden partirnos el país en dos o tres territorios. Y esto no es fantasía; es sencillamente posible dada la inacción de los gobiernos, la ferocidad in-comunicacional, la frivolidad imperante en la Capital del país y las estúpidas reproducciones de ciertas burguesías provincianas.
Sabido es que las grandes corporaciones tienen todo el poder para hacerlo, y además siguen adueñándose de nuestra tierra mediante latifundios mal disimulados y propiedades anonimizadas y que no pagan impuestos. Por eso no hay un catastro nacional en este país.
Dígase si no es hora, entonces, de que como reza el Himno Nacional oiga el mundo –bien fuerte– el ruido de las rotas cadenas de la República Argentina.