Desde Barcelona
UNO Rodríguez & Hijo pactan ver juntos la cuarta temporada de Stranger Things. Serie ideal --con ola de calor afuera-- para establecer vínculo paterno/filial con la nostalgia por la adolescencia del primero (Rodríguez) fundiéndose con la presente pero próxima a ser nostálgica adolescencia del segundo (hijo de Rodríguez). Allí, los '80s como nuevos '60s: otra Tierra Prometida que no cumplió pero que aun así parece tanto más atractiva y exótica con su profusión de bicicletas y cercanía física en directo y ausencia de distanciadores teléfonos móviles. Aunque, en verdad, la nostalgia a la que apela la cuarta temporada de Stranger Things es la que ya se siente por la primera temporada de Stranger Things; cuando este astuto remedo de Stephen King en general y de Ojos de fuego e It en particular parecía algo refrescante y sus actores entonces casi niños tanto más simpáticos que las caricaturas de sí mismos en las que se han convertido tratando de pasar por más jóvenes de lo que ya son a este lado de sus personajes. Y, oh, de pronto ese sonido inesperado pero a la vez tan conocido y reconocido por Rodríguez: percusión tribal primero y después sintético sonido entre elástico y pegajoso. Y Rodríguez se acuerda de que, en su momento, cuando escuchó esa canción por primera vez, mediados de 1985, se preocupó por averiguar que se había utilizado allí algo llamado LinnDrum y algo llamado Fairlight CMI para arropar a esa voz que más que cantar invocaba e invitaba a correr colina arriba para hacer un impactante pacto con Dios. Y ahí estaba Rodríguez, impactado. Y tantos años después sigue estando.
DOS Porque la voz de entonces es la misma voz de ahora: la de Kate Bush entonando la plegaria-marcha de "Running Up That Hill (A Deal With God)" y abriendo uno de esos álbumes eternamente modernos pero al mismo tiempo tan de su tiempo: Hounds of Love. Uno de esos contados especímenes en la historia del rock'n'pop (donde todo cada vez dura menos y pasa más rápido) que se mantiene fresco y sin arrugas y, sí, cada uno tiene el suyo ya sea The Beatles o Wish You Were Here o Tusk o Remain in Light o Piano Bar o For Emma, Forever Ago. Y no se parecen en casi nada entre ellos, pero todos sí tienen algo en común: desde su bautizo, giran sin edad y no envejecen pero sí maduran y crecen frescos mientras añejan. Clásicos futuristas. Y así Rodríguez vuelve a exclamar "¡Wow!" (título de otra canción de Bush) como si fuese la primera vez al volver a escuchar "Running Up That Hill" en Stranger Things. Y se dice que hace mucho que no la escuchaba pero que, también, no hacía falta: porque nunca no ha dejado de oírla.
TRES Y en Stranger Things la canción de la gótica en serio y feminista de verdad y CBE y tesoro nacional británico Kate Bush (hit artístico en su momento, desbancador del 1 en ventas del Like a Virgin de Madonna y ahora retorno reloaded y triunfal a lo más descargado de las listas) no suena como apenas música de fondo sino que es parte importante de la trama. Es el mantra/talismán en walkman que salva a Max de sucumbir al monstruoso Henry Creel/One/Vecna. Pero todo eso ahora es poco importante, porque lo que en verdad importa es que el hijo de Rodríguez le pregunta a Rodríguez qué/quién es esa canción y la voz que la canta. Y, ah, hace tanto que Rodríguez no "conecta" con su hijo. Así que se aferra con fuerza a este cable y empieza a hablar y no para y va a buscar sus cds de Kate Bush y el VHS con sus videos giratorios y se los muestra. Y le cuenta que Bush tiene canciones sobre lo de Emily Brontë y lo de James Mathew Barrie y lo de Henry James y lo de James Joyce. Y sobre Juana de Arco y Delius y Wilhelm Reich y Harry Houdini. Y sobre un feto en el útero durante un amanecer nuclear y sobre una orgásmica lavadora de ropa y sobre el espectro de Elvis fundiéndose con el de Charles Foster Kane y sobre el número Pi y sobre todos y cada uno de los nombre de la nieve. Y sobre estar perdida en el océano de la noche o reencontrarse a lo largo de un día en tierra firme. Y canciones sobre cómo ser invisible pero a la vez omnipresente, como Kate Bush... Y le pasa a su hijo su ejemplar How to Be Invisible (con todas las letras de Bush prologadas por su fan/colaborador David Mitchell) y la biografía firmada por Graeme Thomson (Under the Ivy: The Life and Music of Kate Bush) y todos esos números de Mojo y Uncut con Kate Bush en portada. Y le explica que de lo que trata/canta "Running Up That Hill" es de una deseada comunión/intercambio de cuerpos/mentes entre hombres y mujeres, mientras hacen el amor, para así finalmente comprenderse y contenerse los unos a las otras. Pero, ay, nada parece interesarle a su hijo de ese pasado suyo. Así que contraataca con presente en el que la canción de Bush ha resucitado (y corre y sube más rápido en iTunes y en Spotify) entre lo nuevo de esas cosas, para Rodríguez, más enrarecidas que raras y nada extrañables de Bad Bunny y Jack Harlow y Lizzo y Harry Styles y de (Rodríguez contiene arrebato de furia cuando su hijo le dice que Bush "la copia y la roba") Rosalía. Y enseguida abundan artículos de prensa explicando quién era/es Kate Bush (como si se tratase de regenerado dinosaurio jurásico) y súbitos covers de la canción. Y, tal vez, alguien ya esté ordenando álbum homenaje reclutando a muy deudoras de Bush como Tori Amos, Lady Gaga, Florence and The Machine, Joanna Newsom, Fever Ray, Bat for Lashes y acaso su mejor alumna Regina Spektor y al flamante fantasma de Julee Cruise (RIP); pero, también, a Yoko Ono, Annie Lennox, Sinnéad O’Connor, Natalie Merchant, Laurie Anderson, Suzanne Vega, Aimee Mann, Fionna Apple, Britney Spears (sus “Toxic” y “Womanizer” remiten a la Kate Bush más crazy-poppy), Natalia Lafourcade, Shakira y, por favor, interceptar a Björk y que no entre, ¿sí?
CUATRO Y enseguida, Rodríguez comienza a sentirse raro. Y su alegría inicial por el retorno de Kate Bush alcanzando a nuevas generaciones se torna un tanto triste y cuestionante al entender que lo de "Running Up That Hill" no es más que degenerada atención veloz y parcial y trending y efímera y como de más sonámbulas que soñadoras y tan arreables ovejas eléctricas. Comprende que algo que él considera atemporal para otros no es otra cosa que sabor de la semana a probar mientras ya se mira de reojo qué otra cosa hay o habrá en la carta y, sí, que pase la próxima retro-novedad. Vislumbra que su hijo ya se está olvidando de Kate Bush (quien, fan de Stranger Things, autorizó uso de la canción y dijo estar justificada y merecidamente satisfecha con su resurrección aunque la sepa inmortal) y que seguramente esa canción no volverá a oírse en la segunda parte de la cuarta temporada. O tal vez sí; pero a su hijo ya no le sonará igual y ya la sentirá como parte de un pasado tan breve como pasajero y que, seguro, de aquí a casi cuarenta años, no recordará haber oído jamás o, apenas, en un episodio de una serie cuyo nombre era... era...
Así, esto podría haber sido un pequeño ensayo/reflexión acerca de cómo el divino y ascendente Gran Cielo del Arte se las arregla para trascender décadas y edades y unir en un pacto a un padre con su hijo.
Pero no.
Dios no existe.
O, peor aún, no oye a Rodríguez corriendo colina abajo porque está muy ocupado escuchando a Kate Bush de nuevo y desde y para siempre en lo más alto.