En abril de 2017, las publicaciones de moda se hicieron eco del nuevo diseño del actual diseñador de Balenciaga, Demna Gvasaglia: una recreación de la democrática bolsa azul de compras de la firma Ikea cotizada en 1700 euros. El disparate de marketing que ilustra los actuales modos de la moda según las nuevas camadas de diseñadores coincide con la celebración del centenario del diseñador español Cristóbal Balenciaga: la efeméride se hace eco del paso de un siglo desde que abriera su primera tienda en San Sebastián y en la Calle Vergara. La fanfarria se traslada a tres ejes celebratorios de su estilo apodado “el milagro Balenciaga” tanto por sus sublimes técnicas de corte que admitieron que modelase tweeds, gabardinas y satenes con la precisión de un cirujano y favoreciendo todas las siluetas, remite a la realización de tres muestras referidas a sus creaciones.
Por un lado la que exhibe el Museo Bourdelle de París y en el contexto de un año consagrado a la moda y los tonos de España denominada “Balenciaga y sus ropas negras” y curada por los expertos del Palacio Galliera: rescata las distintas aplicaciones del color negro a las siluetas, de 1947, la silueta globo o balloon de 1950, las túnicas de 1955 y el vestido sack de 1957, pero también túnicas, boleros y mantillas, vestidos de cóctel y moños de terciopelo y bordados. El segundo eje celebratorio se traslada al Victoria & Albert Museum en Londres, que desde fines de mayo exhibe “Balenciaga: Shaping Fashion”, una gran muestra que se concentra en el último tramo de su trabajo, fechado entre 1950 y 1960 y caracterizado por el desarrollo de túnicas y de sacos que aún siguen vigentes en las morfologías del siglo 21.
El tercer eje y temática de esta columna se centra en el Museo Balenciaga situado en el País Vasco y donde oficia de curador el eximio diseñador Pierre Cardin. Allí, hasta enero de 2018 se exhibe “Rachel L. Mellon Collection”, una muestra consagrada al fondo de placard que el modisto creó por encargo de una sus clientas más fieles, la norteamericana Rachel Lambert Mellon (1910-2014) más conocida por el sobrenombre Bunny y que según destacó en su testamento al morir a los 103 años, los Balenciaga’s de su acervo debían ser donados al Museo Balenciaga de Guetaria.
Bunny fue la heredera de la fortuna de la empresa Gillette y de los creadores del enjuage bucal Listerine, se interesó por coleccionar herramientas para trabajar en sus jardines pero también en coleccionar trajes Balenciaga. Como la muestra el retrato de Cartier Bresson, vistió blusas Balenciaga para ocuparse de su jardín y también del diseño de rosales para sus amigos Jackie y John Kennedy en la Casa Blanca.
La muestra que reúne su colección de moda cimentada en una década, exhibe noventa de las cuatrocientas prendas que donó. Durante diez años Bunny Mellon, quien fue amiga del diseñador, le encomendó su vestuario. La donación de su guardarropa admite ciento veinte trajes de día, cincuenta abrigos, cuarenta vestidos de cóctel, veinticinco vestidos para fiesta, treinta piezas de lencería, veinte deshabillés, diez conjuntos para usar en el jardín, doscientos pañuelos y treinta y dos sombreros. Además reúne 155 bocetos trazados por Balenciaga para ella y un intercambio epistolar referido a la moda y que documenta su amistad entre 1956 y 1968. La primera tienda Balenciaga llevó el nombre Eisa, en homenaje a la madre modista del creador, y una modista de esa firma aportó una historia que ilustra la devoción de Bunny Mellon por las ropas del español. “Ella viajaba en su avión privado para ver la presentación de las colecciones de Balenciaga, aunque el taller tenía un maniquí con sus medidas. Y cuando en 1967 vio en el taller los uniformes para azafatas de Air France que le encomendaron al modisto desde la línea áerea, le suplicó que le hiciera un modelo igual. Algo desconcertado, Balenciaga le interrogó: ¿Pero cómo vas a llevar el mismo abrigo que las azafatas? Y ella respondió ¿por qué no? Si en mi avión no viajan las azafatas de Air France.”