El ojo mocho de Clara no implica que alguien le estampó un golpe. El maquillaje negro que le da un rictus clownesco es la imagen de una agresión que no siempre se hace tan palpable, que en muchos casos no asume formas tan directas pero que debe ser graficada bajo la forma de un daño físico para que resulte comprensible.
En Clara la expresividad se inspira en una bronca que a ella “le viene” como una manifestación interna del cuerpo que debe volcar en acciones concretas. Hay en Carolina Guevara una gestualidad propia del varieté y del comic que funciona como una respuesta física ante la absurdidad de ese entorno que la señala como loca, que lee su comportamiento aislado de esa crueldad que ella recibe sin pausa.
Clara está en el momento glorioso donde una mujer decide corregir esa rutina de la humillación tolerada como un ingrediente de la normalidad. Pero como Guevara compone a su personaje desde un humor desencajado y lúcido, la intervención sobre lo real tendrá algo de delirio, de estimulante fantasía.
En Los golpes de Clara la comicidad no le da al dolor un tono leve, no sirve como evasión. Con inteligencia tanto Guevara como Leandro Rosati desde la dirección ven en ese componente paródico una potencia combativa. Deprimirse es un lujo demasiado inalcanzable para Clara. Con dos hijxs, separada y sin trabajo no puede quedarse quieta. El ritmo siempre al acecho, propio de la boxeadora en que se ha convertido, habla de una necesidad de trabajar sobre el agravio tanto para atrapar al ejecutivo toca-culos como para increpar al ex por la cuota de alimentos. Hay en el trabajo actoral de Guevara un llamado permanente a la resolución, una urgencia por estar entrenadas, adelantarse y enfrenar.
La dramaturgia de Guevara y Rosati identifica el machismo en tipologías que se construyen desde cierta pasividad, como una estrategia más imperceptible al momento de imponer su voluntad, especialmente en la descripción del ex marido de Clara, un militante de izquierda que utiliza su devoción por las reuniones políticas para desentenderse de sus responsabilidades. A esta actitud Clara opone un armado solidario entre mujeres. Si ese maltrato es una ideología individualista que desanima y aísla, en esta historia la capacidad política femenina pasa por la destreza colectiva.
La estructura de la obra articula los despidos recientes en las oficinas del Estado, donde las principales sacrificadas han sido las mujeres, con el manoseo callejero o la impericia de su ex y los poquísimos días que le dedica a lxs hijxs. En estos casos la caracterización de Guevara asume las muletillas discursivas que sostienen estas prácticas para revisarlas desde un humor impactante, donde la técnica es una metralla para ver la ridiculez de la argumentación que se usa contra las mujeres en esa guerra de posiciones donde los roles se cuestionan.
La risa que viene de la platea funciona como una identificación que se alimenta del talante de Clara cuando descarga su ferocidad en el puching ball pero que después se afirma en una mirada social. Así como Guevara hace de la violencia un mecanismo complejo que siempre intenta encerrar a la mujer en la culpa, también se hace cargo de las contradicciones de la resistencia. Devolver la violencia es una opción desechada porque produce una caricatura, un ser de una pieza. Clara da un paso superador cuando interpreta ese rap luminoso que hace de la furia una radiación creativa pero siempre conserva esa prestancia pugilística que la cultura machista identifica como exclusiva de los hombres y que a ella le calza preciosa. ~
Los golpes de Clara se presenta los sábados a las 20.30 en el Centro Cultural de la Cooperación.