Mary Anderson inventó el limpiaparabrisas. Cuentan que la idea se le ocurrió en 1902 después de pasar un invierno en New York con amigas. La circunstancia germinal la protagonizaron cabezas asomándose por las ventanillas en busca de la visibilidad negada y conductores que se bajaban del auto para limpiar el parabrisas con sus propias manos. Descifrar e intuir antes de acelerar, pensó Mary que no necesitaba saber manejar para darse cuenta de la intuición al volante.
Mary era rica, había heredado oro y joyas que una tía (a la que ella había cuidado en su lecho de muerte) guardaba en baúles secretos. Nació en Alabama, vivía con su madre y sus hermanas (su padre había muerto), y trabajaba en el circuito inmobiliario antes sumarle a su oficio su condición de legataria. Cuando a Mary se le ocurrió inventar el limpiaparabrisas ya se hablaba del "parabrisas dividido", un parabrisas que se abría parcialmente y que no tuvo mucho éxito, el contacto directo con la lluvia y con la nieve no ayudaba mucho a mejorar la visibilidad.
Mary pensó entonces en idear algo que resolviera el barrido sin tener que salir del auto. El prototipo diseñado fue un dispositivo revestido con goma, una especie de cuchilla, que se movía gracias a una palanca que se accionaba desde adentro, “el mecanismo simple y el diseño básico de Anderson se han mantenido prácticamente iguales, pero a diferencia de los limpiaparabrisas actuales, el de Anderson se podía quitar cuando no se lo necesitaba”.
Los inventos se anticipan, esa es su primera cualidad y la razón por la que soportan empecinamientos ajenos, la distorsión que se asoma desde su mal mayor y la falta de curiosidad cínica. Tarda el tiempo en hacer lo que nombra. Cuando Mary patentó el 10 de noviembre de 1903 su dispositivo de limpieza de ventanas (patente número 743,801), los autos no eran muy populares y las empresas -que argumentaban que el aparato ridículo iba a distraer al conductor- no creyeron en su valor comercial, aunque Henry Ford no dudó en usarlo (aparentemente sin que Mary obtuviera ningún crédito).
La patente de Mary expiró en 1920 sin renovación, en 1922 los Cadillac tenían limpiaparabrisas. Mary -que siguió trabajando en bienes raíces y administró un rancho y un viñedo en California- no recibió dinero por su invento. No se casó ni tuvo hijos. Cuando murió en su casa de verano en Tennessee a los ochenta y siete años, los obituarios nombraron al limpiaparabrisas. Desde hace algunos años, en las moradas de la diplomacia, el salón de la fama de los inventores y las efemérides recuperan su travesía junto a otras inventoras famosas y otras que no lo son tanto como Ruth Wakefield, la cocinera que inventó las galletitas con pepitas de chocolate porque se quedó sin chocolate en polvo.
“Habito en las canciones que
interpreto, la única lengua que verdaderamente poseo”, dijo una vez María
Callas y su decir se escurre en el lenguaje propio del invento que no empasta la
saliva ni la garganta. Y fue gracias a ese lenguaje que Mary Anderson supo que
podía oír con los ojos -como si fuera una revelación en Las doradas manzanas
del sol de Bradbury- cómo se movían detrás del vidrio las estrellas, el
viento, la lluvia y la nieve.