El Scold's bridle era una jaula de hierro que sujetaba la cabeza y tenía un trozo de metal que sostenía la lengua arriba del paladar. A veces este pedazo de metal tenía púas, produciendo una gran incomodidad y dolor. Principalmente, y a donde apuntaba el instrumento, quien tenía puesta la jaula estaba imposibilitada de hablar y expresarse con la voz. Y para ser más justa quedaba inhibida de enojarse. Así el varón podía pedir su Scolds Bridle si su esposa "lo regañaba".
De la misma manera que contestarle con enojo a un esposo, chismotear entre mujeres también se había convertido en una figura condenada principalmente en la época de Caza de Brujas. La filósofa italiana Silvia Federici sostiene que el Gossip (chisme) antes de de su expresión satírica y desvalorizante, producto del período de caza de brujas, significaba un fuerte lazo estrecho entre feminidades. Lazo producido también por sus actividades productivas en las zonas rurales y urbanas; gossip era aquel momento de circulación cooperativa de información.
Así, el habla femenina era considerada una amenaza para el espacio público. ¡No hablarás! ¡No discutirás! ¡No te enojarás! ¡No dirás lo que piensas!
¿Hay alguna relación entre estas prácticas de tortura para silenciar y las tecnologías de subjetivación erótico/afectivas de la feminidad en la actualidad? ¿ Es posible pescar en los imaginarios sociales, en las educaciones sentimentales, en las transmisiones de lenguaje, las consecuencias de estos dispositivos de tortura?
Dime cuando callas
Dudar de lo que se siente. Silenciar el propio sentir, distorsionarlo, no darle credibilidad, esto que me ocurre no es verdad, no quiero molestar, si digo lo que me pasa se va a enojar. No decir, porque seguro ante todo, la posibilidad de la locura: demasiado intensas, histéricas, enojonas, aguafiestas.
Totalmente amarrado al imperativo de familia heteronormada moderna, la voz de la feminidad todavía, y a pesar de las transformaciones feministas, sigue estando al servicio de no molestar, agradar y complacer. La voz es un cuerpo que ocupa un espacio y un tiempo, es la posibilidad próxima de lo público. Es la voz la que enuncia una emoción. Y enunciarla es colectivizarla, volverla visible. Es ponerla a confrontar, componer, resonar con los otros cuerpos, voces o emociones que habitan un lugar.
Las emociones estuvieron históricamente vinculadas a las feminidades, representadas estas, como "más cercanas" a la naturaleza y menos capaces del pensamiento, la voluntad y el juicio. Así la jerarquía entre emoción y pensamiento/razón, quedó totalmente enlazada a la división de lo privado/público. La capacidad de controlar y experimentar correctamente las emociones se convirtió en una cuestión evolutiva y política.
La emotividad se convirtió en el sinónimo de pasividad, locura, inferioridad, feminidad. Ser emotivx, sinónimo de que el propio juicio se ve afectado. Entonces ¡una jaula para lxs emotivxs!
¿De regañadoras a histéricas?
Entrando ya en el siglo XIX, la clínica psicoanalítica, justamente inscribió esa voz que enunciaba un afecto, encerrado bajo la llave de la jaula, y que enfermaba los cuerpos; (como a los de las llamadas histéricas de la época victoriana, quizás hijas directas de las regañadoras) en tanto algo a esuchar. Dandole un marco terapéutico dentro de un consultorio.
Por otro lado podemos pensar que si más que un consultorio y un diagnóstico, no se necesitaba hacer política en espacio público. Y ahí la complejidad de lo que fue el nacimiento y el uso de la clínica en relación a los debates por la politización de los malestares. ¡No hay que enjaular la emotividad, hay que curarla!
Lo importante acá es que, pensar lo sintomático como una respuesta a la opresión, interpela el concepto de normalidad, salud, verdad y poder en este caso en relación al género.
Hacerse preguntas, hacer feminismo
¿Dónde fueron a parar esas palabras de enojo frente a la opresión que sufrían los cuerpos en los dispositivos de poder heterocissexistas del maridaje? ¿Dónde quedaron esos chismes que mostraban fuertes lazos afectivos entre feminidades? La jaula como aquello que ordenó, separó y dividió la afectividad entre normal y excesiva. Y dejó en el closet las palabres políticas, los otros modos de expresarse, del amor, de juntarse, de quererse y de cuidarse.
¿De qué historias y acontecimientos está hecha la performatividad de género? ¿En qué puntos sigue impactando en la actualidad? ¿Una terapéutica para los enojos, los gritos, las subversiones? ¿O un territorio público en donde esa emotividad sea expresada como reclamo político?