“Desde la primera visita al Varadero te sientes atraído por él. Raimundo es de mediana altura, complexión atlética, piernas y brazos musculosos, pelo castaño áspero y erizado, pecho velludo, mostazo silvestre. Su rostro es duro, pero enérgico; sus ojos centelleantes y oscuros, el conjunto de su persona y figura irradia un poderoso magnetismo animal”.
De esta manera describe Juan Goytisolo (1931-2017) a una de sus más inolvidables pasiones amorosas en Coto vedado (1985), su extraordinaria autobiografía. Raimundo es, en efecto, un hombre duro, un buscavidas del Varadero, un chiringuito cercano a la Barceloneta. Para Goytisolo, Raimundo encarna no solo el deseo erótico sino también la absoluta marginalidad: no sabe leer ni escribir, carece de familia regular y domicilio fijo, no se conoce casi nada de su pasado salvo que pasó una temporada en prisión. Raimundo no cederá a los intentos de seducción de Goytisolo que incluyen hasta fingirse borracho para tumbarse a su lado en la cama, y sin embargo se volverá su amigo. Por poco tiempo. Los años que siguen el lumpen deambulará -más vale agonizará- por tabernas y cafés hasta morir borracho. Sin embargo el hecho de que Raymundo haya pasado por la vida de Goytisolo tendrán mucho que ver con el nacimiento del artista, el nacimiento de una nueva conciencia social en el autor y una defensa a ultranza de la disidencia y de lo outsider: en efecto, nunca se sintió cómodo ni se ubicó en ninguna identidad, ideología o militancia.
Goytisolo nació en el seno de una familia burguesa muy conservadora cuyo padre tenía una fobia visceral a los homosexuales y refería con satisfacción que Mussolini mandaba fusilar sin contemplaciones “a todos los maricones’”. Aun así el escritor centrará su deseo en los hombres pero no cualquiera sino los muchachos viriles del proletariado y el lumpen. Jamás se sentirá atraído por escritores, intelectuales o todo lo que se parezca a burguesía y buenas maneras. Siempre señaló que los callejeos por el barrio proletario no sólo se limitaron a contentar su sexo sino que a la vez avivaron su percepción de las cosas, lo obligaron a contemplar otras parcelas de realidad.
A pesar de que Coto Vedado es uno de los textos más bellos del género y testimonio ineludible para pensar la vida de los homosexuales en Barcelona en el siglo XX, el escritor nunca adhirió a ninguna propuesta militante. “Algunos me reprochan dentro del movimiento gay el que no haya transformado mi homosexualidad en un instrumento político de combate (…) no me ha interesado nunca este tipo de militancia (…) Solo me ha interesado lo que yo llamo la Zona Sotádica y nunca me he acostado con homosexuales, sino con heterosexuales que ocasionalmente pueden ser bisexuales”, señaló en una ocasión refiriéndose a la hipótesis. Siempre polémico, como suele suceder con estos extraordinarios personajes que se colocan al margen desde ya que sus puntos de vista solían ser necesarios para pensar y criticar las afirmaciones más contundentes que necesitan las identidades y las militancias para legitimarse.
Goytisolo murió el pasado 4 de junio a los 86 años. Su tumba fue colocada al lado de la de Jean Genet (1910-1986) en un cementerio en Larrache, una ciudad al norte de Marruecos. Con Genet vivió buenos y algún que otro momento incómodo y fue quien le abrió todo un universo a través de la literatura: el de la cárcel. “Me excitó fuertemente su descripción de las mariconas asistiendo a la misa, maquilladas, con mantilla y peineta; el de la muchachita ciega, conducida allí por su madre los días de visita para mamar la pija a los presos por un puñado de reales”, rememora Goytisolo en su autobiografía. Con Genet compartió también sin duda el elogio eterno de lo marginal, el gusto por el Barrio Chino y los caminos oscuros de la Barceloneta de otras épocas, los correteos por los barrios obreros, las trasnoches en bares sórdidos, tugurios, y prostíbulos. Esos lugares han sido la patria, la identidad y la militancia de Goytisolo.