“Creemos que si podemos atraer a un turismo y un público alternativos a los centros culturales tradicionales podremos sustentar nuestros espacios”, explica Mónica Szalkowicz, cuando cuenta a Página/12 sobre la incorporación de Tasting Tangos / Desgustando Tangos a la oferta de actividades que Luzuriaga Club Social (Luzuriaga 348) propone a los vecinos de Barracas, en el sur de la geografía porteña. El espectáculo se realiza todos los miércoles en dos funciones, a las 12.30 y a las 20.
Para Szalkowicz, el futuro de los espacios culturales independientes se cifra en la posibilidad de generar propuestas que se sustenten económicamente más allá de los bares que en muchos casos sirven para equilibrar cuentas. Por eso en Luzuriaga, señala, hay talleres de lunes a viernes (fileteado, teatro para niños y para adultos, yoga, canto, juegotecas, baile de tango, narración oral y armonía), espectáculos al mediodía y a la noche, y se preparan para presentar varias opciones en vacaciones de invierno. Además proponen ciclos como el Fogón surero, El Patio de Luzu y La tertulia.
Tasting tango se postula como un show de tango “not for export” (no para exportación) “donde el abrazo es el protagonista”, aunque incluye tragos, degustaciones de vino, tapeo y empanadas, además de la típica clase inicial de tango. Para la gestora del espacio, la clave está en lo “alternativo”. Por eso explica que “por turismo o público alternativo entendemos al que no busca lo tradicional, que no quiere ver un show for export con gente disfrazada bailando y un caballo sobre el escenario, sino lo que pasa de verdad en la noche porteña. El público alternativo busca eso: la verdad”.
Luzuriaga es uno de los tantos espacios que debió ingeniárselas para sobrevivir al parate pandémico y –casi igual de terrible- la lenta reapertura. ¿Cómo compaginar los imperativos financieros de un espacio lleno de gastos con la misión autoimpuesta de inclusión? Durante mucho tiempo, Luzuriaga Club Social salió a la calle. Primero, en la vereda se presentaban los grupos y la gente se congregaba en mesas o de pie. Luego, con aforo, apareció la posibilidad de desdoblar el acceso a los shows: con entrada paga dentro del local, con acceso a la gorra en el exterior (con transmisión en directo vía pantalla gigante). Este modelo mixto funcionó un buen tiempo, aunque ahora con el aforo a pleno y el frío que arremete las actividades se mantienen puertas adentro. Como otros, también ellos virtualizaron en su momento muchos talleres –lo cual interesó a muchos argentinos expatriados, cuentan- y prendieron sus equipos para que algunos solistas pudieran grabar allí y transmitirse por las redes.
“Durante 2021 logramos seguir en pie gracias a los subsidios de Nación –cuenta Szalkowicz-, y buscamos todas las alternativas posibles”. De lo aprendido en estos dos años de coronavirus, ella destaca dos cosas. Primero, la necesidad del apoyo estatal “pero sin dormirse en eso”. Y por otro lado, que “la salida es colectiva” y que fue crucial el encuentro con pares, con otros gestores culturales en situaciones similares, fortaleciendo espacios en común como MECA.
En esa línea, plantea, surge la idea de Tasting tango, en “la búsqueda de la industrialización de la cultura independiente”. Por eso en el espectáculo buscan “lo máximo posible incorporar productos alternativos y de productores independientes”, tanto en la comida (“en general serán de la Unión de Trabajadores de la Tierra”) como en los vinos que se degustarán (tres o cuatro cepas de firmas mendocinas, anticipan). “Encarar este camino que tiene que ver con lo que propone Cultura de la Nación”, dice. También destaca que “muchos de los parroquianos” del espacio son músicos de la Escuela de Música Popular de Avellaneda, y que con el aval de la institución esperan servir para dar espacios de trabajo y difusión a su arte.
Finalmente, el último desafío que encuentran los espacios culturales independientes o alternativos, plantea Szalkowicz, es cultural. “Hay un desafío que es que la gente no parece dispuesta a pagar la entrada por la cultura independiente pero sí en el circuito comercial. Por qué sucede eso me lo pregunté siempre, porque mi hijo es músico y también lo padece”. Antes de la pandemia, recuerda, podían permitirse hacer espectáculos a la gorra “porque no estaba la cultura de pagar entrada en un centro cultural independiente”. Pero la situación cambió. “Ahora tenés que cobrar una entrada porque sino no hay número que cierre para nadie. El desafío es cómo mantenés eso y la inclusión”. Eso es lo que quieren probar. Con tango.