Néstor Marconi es una de las grandes figuras del tango. Su virtuosismo, tanto a nivel interpretativo como compositivo, lo convirtió en un referente del género. Integró la orquesta de José Basso, el sexteto de Enrique Mario Francini, el experimental Vanguatrío y el Nuevo Quinteto Real. Fue, además, partenaire del gran Roberto “Polaco” Goyeneche. A sus vitales 80 años, el mago del bandoneón recuerda los momentos más destacados de su legendaria carrera.
Nació en la comuna de Álvarez, provincia de Santa Fe, el 15 de junio de 1942. A los diez años comenzó a estudiar piano con el profesor Luis Milici. El entonces niño vislumbraba un futuro como concertista, pero el destino dio un giro cuando su padre le regaló un bandoneón. “El instrumento me atrapó por completo”, reconoce. De manera autodidacta, empezó a descubrir sus secretos. El aprendizaje se complementaba con discos de las orquestas de Pedro Laurenz, Aníbal Troilo y del “Quinteto Nuevo Tango” de Astor Piazzolla. En paralelo, aprendía teoría y solfeo con Alejandro Scheneider. A mediados de 1958, como miembro del combo de su maestro, debutó en LT3 Radio Cerealista. Durante aquellos tiempos, en la ciudad de Rosario, formó parte de los conjuntos de Raúl Bianchi, José Sala y Julio Conti. También integró “Los Cuatro Señores del Tango” donde recreaba piezas tradicionales como “Tierra querida”, de Julio De Caro.
Con apenas diecinueve años, se le presentó la oportunidad de su vida. En esos días, la orquesta de José Basso había llegado a Rosario para unas actuaciones. La alineación sufría la ausencia del bandoneonista Andrés Natale y era necesario encontrar un reemplazo. El cantor, Floreal Ruiz, fue a pedirle ayuda al locutor Aldo Aresi, quien recomendó a Marconi. “Realicé la audición ante Juan Carlos Bera, el primer fueye del conjunto”, recuerda. El joven fue incorporado con vistas a unos conciertos en el interior del país. Al finalizar la gira, el pianista le propuso sumarse a su combo. “¡Acepté de inmediato!”, rememora aún eufórico. El nuevo trabajo le implicó dejar su provincia natal para instalarse en la ciudad de Buenos Aires. “Pepe era muy popular. Su propuesta, de impronta troileana, seducía al público porque lo invitaba al baile”, explica. La agrupación ostentaba una apretada agenda de compromisos que incluía presentaciones en clubes de barrio y en escenarios como el cabaret Marabú. “El ritmo laboral era tremendo. Al principio estaba tan exhausto como aterrado”, admite. El santafesino dejó su huella en varias grabaciones de Basso. Entre ellas, las que figuran en los discos Paisaje de tango, de 1965, y Cada vez que me recuerdes, de 1966.
Finalizado el período con Basso, colaboró en proyectos de los pianistas Osvaldo Manzi y Lito Escarso. Luego, como miembro de la compañía del bailarín Juan Carlos Copes, recorrió varios países de Centroamérica. De regreso, se convirtió en músico estable de Caño 14. En aquél mítico local, formaría parte de las agrupaciones de Héctor Stamponi, Atilio Stampone y, nuevamente, de la de José Basso. Tiempo después, se incorporó al sexteto de Enrique Mario Francini. Junto al combo del violinista realizó conciertos, actuaciones televisivas y registró un elepé para el sello CBS. Su sonido del 70 era una clase magistral de tango, a través de diez relecturas de clásicos del género. Todas ideadas por Marconi. A más de medio siglo de su concepción, aquellas versiones siguen conmoviendo. “Fue mi primera producción de arreglos interesante. La escucho y todavía me gusta”, evalúa el bandoneonista. “El disco fue muy bien recibido y eso impulsó mi faceta de orquestador y compositor”, revela.
En paralelo a su labor con el violinista, alumbró un nuevo conjunto. Con el pianista Horacio Valente y el contrabajista Néstor Console, dio vida al Vanguatrío. El terceto solía presentarse en Malena al Sur, un local del barrio de San Telmo cuyo dueño era Lucio Demare. “Con el sexteto debía respetar una línea estilística. Con el trío, en cambio, tocaba como lo sentía”, confiesa. El proyecto quedó en suspenso cuando, a mediados de 1973, Marconi fue convocado para integrar una nueva encarnación de la orquesta de Enrique Mario Francini y Armando Pontier. Durante ese año, el combo realizó una gira por Japón y lanzó dos discos. El santafesino también era parte del Cuarteto Colángelo, con el que editó cuatro trabajos.
A principios de 1975, con José Acosta en reemplazo de Console, apareció el álbum debut del Vanguatrío. La placa contaba con osadas reversiones de perlas tangueras. “Hay piezas, como ‘Recuerdo” y ‘Chiqué’, que carecen de arreglos porque fueron improvisadas durante la grabación”, devela. La propuesta fue recibida con dureza por parte de sectores inclinados hacia una música más bailable. “Por el énfasis en la improvisación, nos calificaban de jazzeros”, asegura. “En realidad estábamos ejerciendo nuestra libertad creativa”. Al año siguiente, vio la luz su primera entrega solista. Cuarteto – Quinteto – Septimino traía gemas del 2x4 recreadas por un seleccionado de notables. Luego, esta vez con Console en el contrabajo, la tríada publicó su última producción. En 1977 puso su fueye en el segundo vinilo de Alas, grupo seminal del rock progresivo criollo. “Era una música muy compleja, por momentos, hasta dodecafónica”, precisa. “Fue toda una experiencia colaborar con aquellos notables instrumentistas”.
En agosto de 1983, en el barrio de Palermo, se inauguró el Café Homero. Desde el comienzo, y por más de una década, Marconi fue artista estable del lugar. Allí animaba las noches con un trío conformado por el pianista Osvaldo Tarantino y el contrabajista Ángel Ridolfi. Sobre aquellas tablas secundó, entre otros, a Rubén Juárez. “A veces cambiaba la letra de los tangos. En ´Melodía de arrabal’, por ejemplo, en vez de cantar ‘barrio plateado por la luna’, entonaba: ‘barrio pateado por Labruna”. “El público no se daba cuenta y nosotros nos moríamos de risa”, relata. En ese local ofreció conciertos junto a Roberto Goyeneche, a quien conocía desde la época de Caño 14. Cantor y bandoneonista participaron en Sur, película de Fernando “Pino” Solanas. La escena con el dúo ofrendando “La última curda” en una calle de Barracas es conmovedora. “El Polaco decía que yo no lo acompañaba sino que dialogaba con él”, detalla. “Jamás ensayábamos. Salíamos a escena y la magia fluía”, expresa.
A mediados de 1989, impulsado por el éxito del film, apareció Tangos del Sur. La placa traía un puñado de clásicos interpretados por el vocalista y arreglados por el santafesino. “¡Para definir la tonalidad de los temas, me los canturreó por teléfono!”, exclama. “Tenía una musicalidad tremenda”.
La década del ’90 fue muy ajetreada para el bandoneonista. Llevó por segunda vez a tierra nipona el espectáculo Tanguísimo, en el que dirigió a un octeto. Compuso la música de Un muro de silencio, film de Lita Stantic, y lanzó dos álbumes con su propio trío. Por esos años, comenzó a insertarse en el circuito internacional de la música clásica. En dicho ámbito, realizó presentaciones junto a las orquestas sinfónicas de Gotemburgo, Toulouse y Montreal, entre otras. Además, formó parte del Nuevo Quinteto Real. La agrupación, liderada por el pianista Horacio Salgán, la completaban el guitarrista Ubaldo de Lío, el violinista Antonio Agri y el contrabajista Omar Murtagh. Aquél conjunto de estrellas publicó, a finales de 1996, Timeless Tango. El cd contenía joyas como “Gallo ciego”, “Corralera” y “La llamó silbando”. “Horacio odiaba ensayar. Decía: ‘¿y si ensayamos después de tocar?’”, cuenta entre carcajadas. El autor de “A fuego lento” era sumamente expeditivo. “Traía un arreglo, lo tocábamos un par de veces y el tema estaba listo”, asevera. El combo (con Julio Peressini y Oscar Giunta en reemplazo de Agri y Murtagh) cerró su ciclo con otras dos grandes placas: Nuevo Quinteto Real y Tangos.
En los últimos veinte años de carrera, Marconi compartió escenarios con el compositor Lalo Schifrin, la pianista Martha Argerich y el violonchelista Yo – Yo Ma. Liderando diversas formaciones, participó de festivales en Francia, Suecia, Noruega y Alemania. Desde marzo de 2007, y por casi un lustro, fue director de la Orquesta Escuela de Tango, proyecto pedagógico en el que grandes maestros transmiten su conocimiento a noveles instrumentistas. “El tango no es una moda pasajera. Es una música perenne y universal”, sentencia. En junio de 2008 lanzó Tiempo esperado, álbum con himnos del 2x4 y temas propios a puro fueye. En marzo de 2014 fue el turno de Robustango, con piezas interpretadas como solista, en trío y en quinteto.
Su incesante actividad, que incluye la
codirección de la Orquesta de Tango de la Ciudad de Buenos Aires, sufrió una
merma a raíz del coronavirus. La pandemia lo obligó a cancelar presentaciones
en Europa y lo recluyó en su casa donde dio clases vía zoom y compuso nuevo
material. Superadas las restricciones sanitarias, regresó a las tablas con su
maestría intacta. “Si naciera de nuevo
volvería a estudiar música
y a tocar el bandoneón", reflexiona. "Lo haría
con más impulso aún”.