Cuando la conocí, Alejandra aparentaba ser una mujer atontada por el bienestar. Ostentaba con vanidad sus virtudes a los cuatro vientos, "Salud, dinero y placer". Cosmopolita, liberal y freudiana, decía  conocer la mitología griega y el horóscopo chino como la palma de su mano. Maquillada como para un desfile de Mary Kay, visitaba mi habitáculo adornado con papeles pintados con el fin de consumir revistas de la farándula  cual ansiolíticos sin recetas, prospectos adjuntos  ni efectos colaterales. "La nada avanza, dijo Charlie, admiro a quienes pueden escribirla, fotografiarla y editarla", solía repetir mientras recogía material gráfico mecánicamente. Atravesados por realidades diferentes, en ocasiones pensé que lo único que nos unía era nuestra pasión hacia la música urbana. Cual enciclopedia humana almacenaba  datos, nombres y fechas de los orígenes del rock nacional. En sus dilatados discursos eran infaltables las citas de distintas estrofas de  canciones populares como evangelista recitando pasajes de la biblia de memoria. "Gozar, es tan parecido al amor./ Gozar es tan diferente al dolor", solía usar como coro para su disertación sobre las relaciones sin compromiso, base firme de una juventud eterna, eliminación de arrugas y un estado de ánimo radiante siempre listo para viajar por el mundo sin mochila, obligaciones ni contrapeso. "Dicen que viajando se fortalece el corazón"... "Lito sí que la tiene clara, en todos estos años me he dado el gusto de dar varias vueltas al mundo". Viajera solitaria durante su juventud, en su madurez trabaja como guía turística de amigas divorciadas con quienes recorre lugares varias veces visitados. En alguna ocasión me atreví a preguntarle por una palabra esquiva, que parecía no tener lugar en sus clases sobre la buena vida, el goce y la plenitud. Le pregunté si alguna vez había conocido al amor. Después de un espeso silencio producido por mi interrogatorio, mi vecina intentó no dejarme  dudas con su filosa respuesta. "En esta vida, nadie se salva de cumplir años, tampoco de enamorarse. Ambas duelen. De ninguna se habla. Las dos se ocultan. Pero la verdadera felicidad se alcanza, estimado diariero, cuando una misma se da cuenta de haber perdido irremediablemente la felicidad soñada, la idealizada. Es allí cuando se comienza a vivir la vida sin miedos ni culpas, se abre la mente para disfrutar de los pequeños goces, los más perdurables y necesarios. Libertad no sólo rima con soledad. A veces son sinónimos. En mi departamento no tengo perros, gatos ni plantas con el único fin de  no esclavizarme, mire si voy a vivir con un hombre. A nuestra edad, un marido se siente útil en una casa cuando corta el pasto o hace algún  asado, habitando un primer piso, sólo lograría deprimirlo. Ustedes  fueron educados en forma estructurada, debiendo cumplir una rutina diaria, compuesta de costumbres continuas. En caso de no poder lograrlo, entonces les pasa lo que dice León, se vuelven Viejos, solos y borrachos". La última vez que la vi feliz fue unos días antes de su viaje a China. "No se olvide de guardarme las revistas más tontas que salgan. Usted sabe. Así a la vuelta me pego una sobredosis", fue su último pedido antes de marcharse cantando "Y leo revistas /en la tempestad". Juro que no la reconocí. Como una sombra erecta luciendo lentes oscuros y un húmedo pañuelo blanco en su mano derecha se presentó en el kiosco después de dos meses. Pensé lo peor, una enfermedad, un accidente. "Estoy destruida, llegué y no estaba... Un vacío enorme se adueñó de mi pecho. No puedo vivir sin Ificles".  Mi pensamiento en voz alta, sonó como una pregunta: "Pensé que vivía sola". "Vivo sola", me contestó elevando el tono. "Ificles era el árbol de la puerta de mi edificio. Un paraíso, mi paraíso. Sus ramas me protegían, me esperaban, escuchaban mis quejas, mis miedos, todos mis sueños. No había secretos entre nosotros. Como serpiente de metal que soy, vivía enroscada en su madera. Sin el canto de los pájaros que lo habitaban todo me resulta hostil. Sabía que estaba enfermo e intenté curarlo, pero el miedo de la panadera de enfrente pudo más. La municipalidad hizo su trabajo. Dios sabe por qué hace las cosas. No hubiera soportado ver su tronco, seccionado en varias partes, partir en camiones hacia el olvido. No soporto la realidad asfaltada. Nada soy sin su compañía. Decidí iniciar mi duelo en otra casa. Tal vez algún día regrese. Gracias por todo". Tres atados de publicaciones banales junto a un brote de hortensia trasplantado dos veces en macetas más grandes, materializan mi espera. Aprendí a dialogar con mis plantas desde que dejé de asistir a los asados de los jueves con los muchachos. Mientras corto el césped me gusta detenerme a charlar con la planta madre. Como toda mentira me regala flores de vez en cuando, más nunca frutos. Amenizo mi vigilia pensando el nombre con el que bautizará a su nueva amiga. ¿Afrodita, Hera, Pandora? Para mí sería un honor que la llamara igual a la que me aguarda diariamente en el lugar más sombrío de mi patio trasero. Pensándolo bien, no es nada feo el nombre Soledad.

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