Un hombre mayor y un chico observan atentamente los límites del frondoso bosque, en una zona alejada de los centros urbanos de Île-de-France, la populosa Región Parisina de la República Francesa. El hombre eleva los binoculares y pide silencio. La cámara que registra esas imágenes alinea su mirada con la de los humanos y allí, en el fondo, casi como una miniatura, puede adivinarse la silueta de un ciervo, inmóvil y atento. Sólo cerca del final de Nous ("Nosotros"), la nueva película de la documentalista francesa de origen senegalés Alice Diop, el espectador tendrá un sentido cabal de los motivos y actividades del particular dúo. Entre ambas escenas, la que abre y cierra el film, la directora de La permanence acompaña ida y vuelta el recorrido de la red ferroviaria conocida como RER B, que atraviesa la región metropolitana parisina siguiendo un eje norte-sur (o viceversa), recorriendo 80 kilómetros desde el Aeropuerto Charles de Gaulle hasta Saint-Rémy-lès-Chevreuse. Una excusa para reflejar en la pantalla las vidas de un grupo de habitantes, disímiles en edad, sexo, origen y clase social, aunque Diop parece interesada más que nada en las clases trabajadoras, sin desmedro de esa pequeña burguesía en una versión cada vez más desdibujada y esforzada. Y, de paso, reflexionar sobre su propia historia como hija de inmigrantes africanos y representante de una primera generación de franceses.
Ganadora del premio mayor en la sección Encounters del Festival de Berlín, Nous es la última apuesta de una cineasta que, desde su debut en 2005, ha venido construyendo una filmografía consistente y poderosa. Su estreno en la plataforma MUBI el próximo 29 de junio estará acompañada de títulos previos como La mort de Danton, Vers la tendresse y la ya mencionada La permanence.
En el sitio web de Athénaïse, la productora boutique responsable del proyecto, Alice Diop explica que el origen de Nous tiene un componente trágico. “Al día siguiente de la marcha del 11 de enero de 2015, que reunió a dos millones de personas, tras los atentados de Charlie Hebdo y la toma de rehenes en Porte de Vincennes, el diario Libération tituló, exaltado: ‘Somos un pueblo’. Yo, que curiosamente me había sentido sola en esta multitud, me preguntaba quién era esa ‘gente’ de la que hablaba el periódico. Creo que el deseo de esta película parte de esa pregunta, formulada en circunstancias funestas: ¿qué es ese ‘nosotros’?”. Ese sentimiento colectivo, que suele surgir luego de desastres naturales o humanos, o bien ante un evento cultural o deportivo de envergadura, es lo que pone en tensión el film de Diop. Un “nosotros” que está conformado por una miríada de individualidades e idiosincrasias. ¿Qué tienen en común un inmigrante de Mali, mecánico de profesión, que no regresa a su país desde hace varios lustros y debe comunicarse con su madre telefónicamente mientras manipula objetos debajo del capot de un auto, con los habitantes de otras partes de Francia que visitan la Basílica de Saint-Denis durante una misa con altos componentes de espectáculo turístico? Entre uno y otro segmento, Diop pone el cuerpo y habla en primera persona desde la voz en off, mientras describe las primeras imágenes que tomó en formato hogareño, en 1995. Los primeros pasos en la búsqueda del registro de lo real que guiarían su futura carrera.
“Mi madre aparece brevemente, casi siempre en un costado del cuadro”, afirma antes de ofrecer un fragmento de varios minutos de conversación con su padre, en el cual el hombre rememora su llegada a Marsella en 1966 desde Dakar, en un barco. “En esa época era imposible, por lo caro, viajar en avión”. Más tarde, la directora recordará el momento en el cual le confesó a su padre que, a diferencia de ellos, no desea que su cuerpo sea enterrado en Senegal. “Quiero que mis restos estén cerca de mis hijos, no en un país lejano”. “Nosotros” es un concepto vago, menos atado a la cultura de origen que a una idea de cercanía con los propios.
Siguiendo a su hermana, una enfermera que cuida a ancianos, Alice Diop registra recuerdos de otras épocas. Una mujer recupera la historia del noviazgo con quien luego sería su marido, años después del fin de la guerra. La memoria personal está ligada a la colectiva, y un recorrido por el Museo de la Shoah de Drancy permite reflexionar sobre los hechos acontecidos en ese campo de concentración, el más grande de Francia, ubicado a apenas diez quilómetros de París, donde 70.000 ciudadanos judíos fueron encerrados antes de ser deportados a Auschwitz. Mutante, el nous del título vuelve a adoptar otras formas, mientras el pasado se liga inevitablemente con el presente. “La película intenta afirmar que ese ‘nosotros’ es tanto una pregunta como una duda, una afirmación o un proyecto en construcción”, escribe Diop en un intento por resumir las intenciones. “Si hay muchos mundos que viven limitando unos con otros, la película desea tejer un vínculo, un camino entre esas islas”. Es verano y los planos de un grupo de chicos jugando al aire libre se complementan con un trío de muchachas conversando sobre hombres y amoríos. Diop se sienta a conversar con el escritor Pierre Bergounioux, le hace leer unas líneas de sus textos autobiográficos, momento en el cual confiesa su fascinación por el libro Les Passagers du Roissy Express, de François Maspero, marcado por un recorrido sobre los vagones de la RER B, otra de las influencias mayores de Nous. La inmigración en la Región Parisina está íntimamente ligada al uso de esa línea de trenes, y en la charla se destaca la necesidad de la literatura (y del cine) de atestiguar la vida de los “pequeños habitantes”, lejos de reyes, mandatarios y generales.
Sobre el final, un grupo definitivamente anacrónico de hombres y mujeres participa de una caza con sabuesos, tal y como se la practicaba siglos atrás. Allí reaparecen el hombre mayor y el niño del comienzo, dedicados a avistar alces disponibles para la práctica del deporte. Una costumbre de alcurnia, de clases acomodadas, de la cual ambos participan a la distancia, como simples empleados. Ellos también, como los inmigrantes subsaharianos y la mujer anciana que recuerda su gran amor, forman parte de ese “nosotros”. También los jóvenes que escuchan irónicamente a Édith Piaf, sin caer en la cuenta de que ese París que parece de museo también forma parte de su esencia, de un ADN colectivo conformado por millones de identidades únicas.