La subasta de la prenda se anunció por todo lo alto, programada para fines de mayo por la casa Bonhams, que esperaba se vendiera por 1,2 millones de dólares. Ninguna bicoca, pero hace sentido: se trata de un pedazo de historia del cine, siendo el ítem uno de los icónicos vestidos a cuadros, azul y blanco, usado por Judy Garland en el rol de Dorothy en El Mago de Oz, año 1939. La etiqueta interior, cosida, zanjaba cualquier duda; escrita a mano, llevaba anotado “Judy Garland 4223”. Asimismo, traía el “bolsillo secreto” donde la mítica actriz solía guardar un pañuelito, por si las dudas, en tan largas, arduas jornadas de rodaje.
Según especialistas, sería uno de los cuatro vestidos idénticos que alternaba la legendaria actriz -que el pasado 10 junio, dicho sea de paso, hubiera cumplido los 100 años-. Dado por perdido durante décadas, fue encontrado por azar en una caja de zapatos que juntaba polvo en la Catholic University of America el pasado año. Precisamente esta institución lo puso en subasta, a los fines de usar la guita para financiar su programa de teatro. Pero, a último momento, se truncó la cosa: una mujer interpuso una demanda, reclama que el vestido es suyo.
La demandante se llama Barbara Ann Hartke, y es la sobrina del sacerdote que -en su día- fue propietario de la prenda: el padre Gilbert Hartke, que enseñó en la mentada universidad entre los años 30 y los 70, y que contaba que una alumna (la también actriz Mercedes McCambridge, amiga de Garland) se la había obsequiado. Como pariente viva más cercana, Barbara dice ser la verdadera dueña, ya que no hay documentación que demuestre que su tío donó el vestido al centro educativo. El centro educativo, por su parte, explica que, siendo Hartke un cura dominicano, “había hecho un voto de nunca aceptar regalos a título personal” y, por lo tanto, el vestido no podía considerarse parte de su patrimonio.
Un entuerto que recién arranca, y que podría
complicarse más de la cuenta, dado que ninguno de los protagonistas está vivo
para testificar. Garland murió en el ’69, el cura teatrero en el ’86; y
McCambridge en el 2004. Y no hay, dicho sea de paso, ningún escrito que deje
constancia de los deseos del trío.