Camino por una ciudad sin calma, mis ojos se detienen en un ritmo cotidiano que parece indiferente a las balas que suenan un poco más lejos, allá donde la ciudad no entra en los mapas turísticos ni las postales. ¿Cómo vivir en esa disociación? Los días son cortos y cada quien anda por la calle como puede en las largas horas de oscuridad. Te abracé en la noche, la canción de Fernando Cabrera, suena en versión de Sandra Mihanovich.
Salir a caminar se convierte, casi, en otro privilegio. Y las sensaciones se sostienen en las canciones, que me anclan por un rato al momento de disfrute que implica poner el talón en el piso, levantar el pie hasta que sólo los dedos quedan apoyados, hacer un paso, impulsarse. Caminar sola, una canción de Julieta Venegas recién lanzada, habla del miedo de salir a caminar sola para ahí. A cada paso, una cantidad de pensamientos que se enredan y desenredan.
Si camino, me resulta imposible mantener la concentración, las ideas viajan al ritmo de los pies. Me distraen las preocupaciones por un futuro incierto, o ciertamente horrible, y de vez en cuando me asaltan recuerdos. “Tendremos suerte si aprendemos/ que no hay ningún rincón/ que no hay ningún atracadero/ que pueda disolver/ en su escondite lo que fuimos/ el tiempo está después”. Junio es para mí un mes asociado a pérdidas definitivas, de esas que te dan vuelta la vida, y esos versos de El tiempo está después, de Fernando Cabrera le dan espesor a la sensación de irremediable. ¿Será por eso que el frío siempre me recuerda que vivimos a la intemperie?
El placer de repetir, la niña que fui me grita "otra vez", como pedía cada vez que mi tío me hacía la calesita. O cada vez que se terminaba el cuento. Lo digo cuando termina la canción, que me inunda los ojos cada vez que la escucho. Y la repetición nunca es la misma. La disfruto en la voz de Liliana Herrero, la busco por Jorge Drexler, la encuentro por Perota Chingó, quiero evadirme con la música. ¿Cómo puede decirme tantas cosas diferentes la misma canción? Me quiero quedar un ratito en el universo Cabrera, siento que mis pasos me permiten estar en la lona del desatino, y la voz de Ana Prada me lleva a Dulzura Distante.
Caminar y escuchar música, una hermosa forma de olvidar el incendio de cada día, ni siquiera tengo el consuelo de haber escrito semejante belleza: “tan débil soy, que cantar es mi mano alzada y por eso canto”, es que no vocalizo, pero sí puedo escuchar Canto Versos, de Jorge Fandermole. ¿Cuánta música necesito para vivir? Toda la que pueda escuchar, porque esos acordes que me acompañan en la caminata se convierten en un bálsamo, también en inspiración y posibilidad de imaginar mundos más amables.
"Yo canto versos, de furia y fe, pa’ que me ayuden a estar de pie", dice Jorge en el auricular, y yo pienso en qué hacer en esta tierra incendiada, sobre todo si no sé cantar. Lo vuelvo a escuchar, esta vez por Marta Gómez. Los pensamientos me llevan a la carta de las organizaciones educativas y sociales de barrio Ludueña. Empezó a circular el sábado pasado, con el objetivo de obtener adhesiones. Piden urgente un plan de acción, claman para que no sea costumbre despedir a les pibes baleados, que no se hable de muertes sino de asesinatos. Quieren sacudir la indiferencia. ¿Ludueña? Una barriada de la ciudad de Rosario donde hubo 14 homicidios en lo que va de 2022. Una zona repleta de organizaciones sociales, comedores, escuelas. Pero también de desigualdades. “El barrio es víctima tanto de la violencia generada por los tiroteos, como de la violencia provocada por el olvido de políticas públicas básicas, las cuales se padecen desde hace tiempo”, dicen estas organizaciones que ponen el cuerpo día a día, y cíclicamente se encuentran en abrazos desesperados.
El sacerdote Edgardo Montaldo fue el artífice de buena parte de las construcciones sociales de ese barrio. ¿Un cura? Sí, un sacerdote tercermundista, pequeño, desgarbado, pelo largo, una presencia permanente. Una especie de duende. Las compañeras de la organización feminista Desde el pie crecieron en esos pliegues. Claudio “Pocho” Lepratti levantaba sus ladrillos por ahí, hoy sostenidos a pura fuerza por muchos de los pibes -y las pibas- que formaron parte de La Vagancia y otros grupos de adolescentes que creó el militante social inmortalizado por León Gieco como El ángel de la bicicleta.
Uno de los pibes que estuvo en La Vagancia es Varón Fernández, hoy cantante, me gusta escucharlo mientras camino: Barro y Luz es uno de sus temas. A Varón lo encontré en la presentación del libro ¿Quién cavó estas tumbas?, de Martín Stoianovich, una crónica minuciosa y sensible de la violencia urbana en la ciudad.
Varón canta La Chirusa y el Conejo. Yo escucho música, y lxs pibxs siguen allí, en Ludueña, en todos los barrios de la ciudad, sin calma y sin futuro. "’Fueron dos víctimas esta vez, podrían haber sido más’, dijeron sobre la muerte de quien conocían como ‘Huguito’, el 29 de mayo, en un tiroteo. Se había criado en el barrio y fue velado en la capilla Santa Rita, donde participaba de actividades al igual que en el espacio ‘La Hormigonera’, de la organización ‘Hormigas de Barrio’, leo en una nota de Martín.
¿Cómo escribir de otra cosa en esta ciudad? ¿Cómo transitar las calles por las zonas donde las balas no se escuchan -todavía- sin pensar que muchas otras personas deben cerrar sus puertas, encerrar a sus hijes, quedarse adentro para esquivarlas?
A principios de los años 90, Edgardo Montaldo llevaba sus hojas de papel escritas con sus ideas, sus pensamientos, sus manifiestos y sus urgencias, al viejo edificio de Rosario 12. Si cierro los ojos, puedo recordar su letra temblorosa. Fue hace mucho tiempo, pero aun así, siento cómo te tomaba las manos al hablar. Traía sus escritos, yo los recibía, y él me contaba de los estragos que estaba haciendo la droga en un barrio popular donde el trabajo había desaparecido y los lazos sociales se rompían velozmente. La voz vibrante, la urgencia ante la catástrofe social que se vivía. Edgardo murió el 25 de diciembre de 2016. Las organizaciones que firmaron la carta la titularon “Caminando el legado de Edgardo Montaldo”. ¿Recordar a un sacerdote en un suplemento feminista? Perdonen la licencia, no hay contradicción. No sé qué diría del lenguaje inclusivo, pero seguramente andaría escuchando lo que piden les pibxs. Hago sonar El necio en mi playlist. “Yo me muero como viví”, canta Silvio.
¿Para qué escribir de lo que pienso mientras camino? Quizás para recordar que los dolores estaban allí, latentes, y ahora estallan. Para hacer honor a una historia que también es mía, para encontrar la forma de recoger el piolín de la esperanza, para imaginar futuros menos apocalípticos o simplemente, porque “este tiempo nos pertenece”, como dice la canción Siganme los buenos, de Aterciopelados y Bomba Estéreo. Temas repetidos en una columna que también repite sus obsesiones y un final con deseo ferviente: que la próxima columna nos encuentre con Francia Márquez como vicepresidenta de Colombia.
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