Y un día sucedió… La Generación Z descubrió a Kate Bush y, en un santiamén, la convirtió en un fenómeno viral. O más bien, viralizó su magnífica canción Running Up That Hill, que hoy en día -casi 4 décadas después de su lanzamiento- es el tema del momento. Está por doquier, amplificada su segunda vida en redes sociales, donde la eligen millones como banda sonora de clips de TikTok e Instagram. Asimismo, festivales de música del globo la ponen entre performances, DJs en fiestas, y otras voces se animan con covers. Kim Petras, por ejemplo, estuvo rápida de reflejos y ya sacó una versión en clave electro-pop, mientras Halsey la interpretó en un reciente concierto de Nueva York frente a una joven multitud que, obviamente, se sabía la letra de principio a fin.
“Ni siquiera los nuevos trabajos de Harry Styles o Bad Bunny pueden frenar el ascenso de Running Up That Hill a lo más alto en las listas globales de iTunes y Spotify”, señala el periodismo especializado desde hace días, mirando con azoro y alegría cómo los rankings interplanetarios están encabezados por esta joya de 1985. No es para menos: ni otros éxitos de tiempos pretéritos resucitados -como Dreams de Fleetwood Mac o Where Is My Mind de Pixies- habían llegado tan lejos.
El comienzo del resurgimiento: la serie Stranger things
Y todo gracias a la nueva temporada de Stranger Things, la serie de terror/sci-fi que transcurre en los 80s y que, para una escena especialmente dramática, tuvo la picardía de usar el track. Una pieza que, walkman mediante, cumple un papel crucial (digamos -hablando mal y pronto- que efectivamente “la música salva”). Los hermanos Matt y Ross Duffer, creadores del programa, le habían pedido a su supervisora musical, la laureada Nora Felder, que encontrara la canción perfecta para ese momento de la historia. Y a ella no solo se le ocurrió el título: estuvo tramitando los permisos desde antes de la pandemia.
Letrista y compositora consumada y, a la vez, reverenciada, Bush es muy cuidadosa con su obra y, pese a ver Stranger Things, solo dio el visto bueno tras leer una descripción pormenorizada de los momentos en los que sonaría y las razones por las que los Duffer creían que Running Up That Hill era la adecuada. El resto, como bien es sabido, es historia. De reaparición y gloria. Porque, aunque notoriamente reservada, KB publicó un inhabitual mensaje donde se mostraba agradecida y encantada con el renovado interés de audiencias neófitas por el que fuese el primer adelanto de su quinto álbum de estudio, Hounds of Love, lanzado hacia fines del ’85. Una composición que, por aquellos días, clasificó rápidamente en listas europeas, llegando a alcanzar el podio en países como Reino Unido y Alemania.
Así las cosas, convertida un inesperado ícono de la Gen Z, “difícilmente la nueva ola de fama la presione en lo más mínimo para publicar material nuevo”, apuntan quienes la siguen desde los años 70s. Sus pausas, después de todo, son famosas por durar ¡hasta décadas!, y solo la inspiración la arrima a la sala de grabación.
Una estrella que sabe cuidar su imagen
Sucede que esta discreta artista inglesa -tenida como una de las más influyentes y respetadas del último medio siglo, eternamente envuelta en un halo de mística intrigante, imposible de imaginar en la era de la sobreexposición internetiana- siempre ha hecho las cosas a su modo. Nombrada Comandante del Imperio Británico por la Reina Isabel en 2013, se ha vuelto una leyenda viva -casi onírica- a fuerza de mostrarse a cuentagotas. Una manera de dejar hablar a la música y solo a la música.
No emitió palabra cuando, cuatro años atrás, editó su catálogo completo de canciones en versión remasterizada en una fastuosa edición que incluía rarezas y composiciones inéditas. Tampoco ofreció notas ni antes ni después de la seguidilla de conciertos que realizó en el Hammersmith Apollo de Londres en 2014. Aunque, bueno, ni falta le hizo promocionar esas 22 fechas: las entradas volaron en apenas 15 minutos. Normal: era su vuelta al escenario después de… 35 años.
El show -conceptual- se llamó Before the Dawn y fue aclamado tanto por el público como por la crítica, que en su mayoría suscribió al deseo de esta cantante, pianista, productora, compositora: KB pidió que ni filmaran ni sacaran fotos porque “quiero tener contacto con ustedes, la gente, no con sus iphones, ipads, cámaras”. Hubo personas que atravesaron varios continentes por verla en tan histórico día, y no es lo más curioso que puede endilgarse a sus fans (con decir que, desde hace una década, en varias ciudades del mundo hay quienes se reúnen anualmente para recrear la danza interpretativa de Bush en el videoclip de otro de sus grandes hits, Wuthering Heights).
Retomando los 22 conciertos, Kate ciertamente estuvo a la altura de los anhelos, a juzgar por el alud de comentarios elogiosos. Y eso que las expectativas estaban por el techo, tratándose de un retorno improbable. “Para alguien que ha renegado de los vivos toda su vida, sí que da shows excelentes”, anotaría más tarde un cronista inglés de The Guardian, exultante aún tras dejarse hechizar durante las casi 3 horas de concierto. Destacó, entre otras cosas, la voz impoluta de Kate, la agilidad y gracia de los movimientos de la reina en escena…
Rara avis desde los inicios de su carrera, Catherine “Kate” Bush nació el 30 de julio de 1958 en Bexleyheath, un pueblito de Kent, hija de un médico y pianista aficionado inglés y de una enfermera y bailarina irlandesa, que inculcaron tempranamente a sus chicuelos el amor por las artes. La menor de tres hermanos, KB era todavía pequeña cuando empezó a tocar el piano en el granero -acondicionado- de la idílica casa campestre en la que se crió. También tomaba clases de violín (y karate), y pronto empezó a componer sus propios temas. De hecho, siendo adolescente ya tenía cientos de canciones. Algunas las había presentado en un demo a discográficas que la bocharon sin contemplación. Hasta que, a través de un amigo en común, conoció a David Gilmour, guitarrista de Pink Floyd, que quedó tan impresionado por el talento de esta chica de entonces 16 pirulos que quiso darle una mano, y la contactó con EMI. El sello la fichó y, en un raro gesto para la industria, le pagó un cuantioso anticipo para que pudiera estudiar (danza interpretativa y mimo) y grabar maquetas (unas 120), sin apuros, hasta que alcanzara la mayoría de edad.
Entonces, en 1978, lanzó el adelanto de su disco debut: el extraordinario Wuthering Heights (inspirado, por supuesto, en la novela Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë, de 1847), que raudamente escaló al puesto 1 de los charts de Reino Unido. Un hito a todas las luces: era la primera vez que una mujer alcanzaba esa posición con un tema de propia autoría. Al poco tiempo, salió The Kick Inside, su primer álbum, que dejaba más claro que agua filtrada cuan fuera de serie era la emergente muchacha.
En palabras del crítico de música inglés Alexis Petridis, “las 13 pistas -escritas durante su adolescencia- hablaban de dolores menstruales, de masturbación, y el tema que da nombre al LP contaba la historia de una mujer que se suicida tras quedar embarazada de su propio hermano. No hace falta aclarar que no eran tópicos precisamente habituales entre cantautoras con discos de platino hace casi 50 años”. Entre sus influencias, la joven Bush mencionaba a Bowie, Elton John, Roy Harper pero -desde el vamos- no sonaba como nadie más que sí misma. Volviéndose una influencia incombustible para venideras generaciones de artistas: desde Tori Amos hasta Björk, desde Bat for Lashes hasta Florence & The Machine, desde Joanna Newsom hasta St. Vincent; en fin, inabarcable el etcétera.
Por su propia naturaleza esquiva, tan renuente a los focos como a ceder el control creativo de su obra, Kate Bush (a la que se acredita como una de las primeras en usar micrófono inalámbrico en escena, a los fines de moverse libremente mientras desplegaba sus aullidos encantadores) devino un enigma. Claro que un enigma sin sustancia no es nada, “y ninguna figura de los últimos 50 años de la música encapsula mejor la magia del genio solitario que ella. Desde que tomó la audaz decisión después de solo seis semanas de gira, en 1979, de no volver a tocar en vivo, siguió siendo una fuente inagotable de avant pop inventivo y una presencia esporádica, atípica. Bush se ha marcado un modelo de artista autónoma, que crea obras maestras a su propio ritmo y en sus propios términos, permitiéndose que el trabajo fluya a lo largo de su vida, no abarrotar de vida los huecos que deja el laburo”, reza NME a cuento de una artista que, increíblemente, solo tiene 10 álbumes de estudio en su haber. Entre ellos, Lionheart, Never for Ever, The Dreaming, el mencionado Hounds of Love, The Sensual World, The Red Shoes…
LPs con canciones como Kashka From Baghdad, tributo a una pareja gay que vive su amor en secreto; o The Sensual World, una loa al hedonismo que bebe de la Molly Bloom del Ulises de Joyce. No son raros los guiños en sus composiciones, donde lo mismo le ha servido de musa un lavarropas que la extraña historia de un psicoanalista austríaco-estadounidense, Wilhelm Reich, que aseguraba haber inventado una máquina capaz de crear lluvia. Referencias cinematográficas, por lo pronto, hay unas cuantas: a El resplandor (en el track Get Out of My House); al film gótico de terror The Innocents (asimismo inspirado en Otra vuelta de tuerca, de Henry James, en la canción The Infant Kiss); a Las zapatillas rojas, de Emeric Pressburger y Michael Powell (en, claramente, The Red Shoes); a La novia vestía de negro, de François Truffaut (en el tema The Wedding List), por poner unos pocos ejemplos. En resumidas cuentas, razones sobran para redescubrir su música. Y a ella misma, aunque ser centro de atención no le robe suspiros.