Un cartel en la entrada de la escuela dice “Bienvenidxs a un nuevo año escolar”. La profe de primero agradece la presencia de los padres en el acto; aunque son casi todas madres. En el séptimo de la mañana discuten qué poner en la espalda del buzo de egresadxs. Una familia de 1° se presenta en la carpeta viajera con lenguaje inclusivo. La cartelera del pasillo empieza “Los chicos de 2do preparamos…”. Los carteles en la biblioteca están escritos con “e”. De un lado, los baños tienen cerámicos celestes y del otro, rosas. Una mamá de 6° escribe una nota porque le preocupa el uso de la “e” en el aula. Suena el timbre y 2° vuelve del recreo, se reparten problemas de Matemática “para resolver solo”. M. dice: “Seño, ¡esto es solo para los varones! No lo voy a hacer”. La docente sonríe: M. no se siente incluida en el enunciado, y un poco no quiere hacer la tarea. En el sexto de la tarde hay una piba trans.

¿Qué tenemos dos maestras para aportar a la discusión sobre el lenguaje? Tenemos escenas, problemas, dudas, deseos y una certeza: no hay “escuela”, hay escuelas en plural, distintas, con equipos docentes diversos y familias también diversas. Lo que todas las escuelas tienen en común es que al entrar encontramos un mundo distinto a casa, a veces muy distinto. Esa pluralidad es parte de la vida en democracia, es riqueza. Porque los conflictos están y van a surgir siempre, pero hay un espacio que se nos presta a estudiantes, docentes y familias para pensar esos problemas democráticamente. En la escuela, tomamos lo que ya existe en la sociedad y lo convertimos en materia de reflexión.

Cuando escribimos el cartel de “bienvenidxs” o le mandamos una notita a “las familias” y no a los padres, no estamos cambiando unas letras por otras, estamos cuidando las palabras porque esa es nuestra manera de cuidar la vida. Es decir, cuidar identidades, historias, preguntas, configuraciones familiares variadas, tratarlas dignamente y cuidar su existencia. ¿Cómo se puede prohibir lo que existe? Cuando prohibieron libros no molestaban los libros, sino sus autorxs y las personas a las que esas historias e ideas representaban. Si prohíben palabras que representan, que reconocen, que nombran y visibilizan, ¿qué molesta? ¿Las palabras o las identidades?

En la escuela tenemos la responsabilidad de ser un espacio que garantiza derechos. Y el derecho que está en discusión es el derecho a la identidad de género. ¿Cómo alojamos a las niñeces? ¿Cómo hacemos lugar a la pregunta? Lo que estamos pensando es cómo abrazar a lx niñx de 7 años que dice que no se siente varón y no quiere apurar una definición, simplemente encontró en un recreo la oportunidad para acercarse a su maestra y confiarle esto. Cómo alojar a las travestis chiquitas, para que reciban ternura en lugar de crueldad. Cómo escuchar a lxs pibxs que no se sienten mujer ni varón, ni “él” ni “ella”, o a lxs que sí saben, y están segurísimxs. En el universo de la a y la o no encajan todxs, a veces la x y la e son una bocanada de aire. Lxs pibxs están atravesando unos años constitutivos de sus subjetividades, transitando búsquedas y con algunas certezas en construcción. Cortar (o intentar cortar) la pregunta por la identidad es violento.

Porque ningún proyecto de educación transformador nace de las prohibiciones, cuidemos esa usina de pensamiento que tantas veces representa la escuela. Si prohibir lo que existe es su vereda, la nuestra es enseñar a pensar.

* Profesoras en Educación Primaria