Yadi se sentaba adelante de todo, el pelo le tapaba la mitad da la cara y la otra, apenas se veía detrás de los cuatro dedos flacos de la mano que sostenía el mentón. Sobre su espalda, acumuladas un montón de risas y bolitas de papel babosas de lxs mismxs de siempre. “Agotan”, decía de vez en cuando a sus compañerxs, que se la pasaban descansando a cuanto ser vivo les pasara por al lado.
-Profe, te quiero decir algo.
- Sí.
- Vos sabés lo que significan todas estas letras, ¿no? Me muestra un sticker con una banderita de colores y la sigla LGTTTBIQ+.
-Algo sé y lo que no, lo podemos investigar.
- Pero vos sabés cómo es que se llaman lxs que no se sienten así, mujer, yo me siento parecido a un varón o no sé, no me siento mujer, pero si más varón. No me gusta el fútbol, ni tampoco sé si me gustan las mujeres, me gustan un par de pibes del barrio. Pero yo no soy así, como mujer.
- Está muy bueno que te puedas preguntar todas esas cosas, Yadi. No te tenés que sentir mujer porque alguien te dijo alguna vez que lo sos.
- No, ya sé. Hay un lugar en la villa con unas pibas re piolas que me explicaron todo eso. Pero acá nadie habla de ese tema. Y estos idiotas se ríen todo el tiempo. Profe, ¿podes hacer algo con estos tarados?
- ¿Algo como seguir hablando?
- No, decía algo más jede. Pero ya fue, igual está bien porque vos sos la única acá que habla así y está bueno.
- ¿Así cómo?
- Conmigo.
La escritura es un espacio en el que nos encontramos. Una de las tantas veces que me encontré con el lenguaje inclusivo estaba escrito con X en un par de apuntes de ética de la Facultad de Filosofía y letras. En esos apuntes había una pregunta: ¿Qué hace vivible mi vida? La hace vivible que esas prohibiciones que conmueven nuestro cotidiano no resultan tan insoportables para hacerme dudar del hecho de seguir viviendo.
Luego de cursar esa materia nunca más volví a usar la “O” para escribir en clase, para enviar notas, para hacer carteles, para pronunciar discursos en los actos escolares, para hablar en las aulas de las escuelas primarias en las que trabajé.
¿Por qué? Porque no ser nombradx tal como unx elige, es insoportable. Yadi lo sabía bien, por eso me dice que yo hablo con elle. Y en esa respuesta no está simplemente la posibilidad de acercarme a hablar(le), está sentirse adentro del lenguaje. “Conmigo” es estar ahí, en la equis o en la e.
Muchxs pibxs del barrio Padre Ricciardelli (ex Villa 1-11-14) sienten una soledad irreparable cuando no encuentran en la escuela personas dispuestas a mirar y aprender cómo quieren ser miradxs y nombradxs. Hace un par de años atrás un pibe dejó de ir a clase porque la maestra de educación física no lo dejaba participar en las coreografías con sus compañeras. Para esa docente y para sus compañerxs, él tenía que jugar Fútbol, Handball. Si el pibe tenía ganas de hacer dibujos de colores con cintas en el aire, había que corregirlo. Tanto se tachó que no vino más, lo cambiaron de escuela.
Yadi se sentía más afuera que adentro del aula, a pocxs nos podía decir que quería ser nombradx de otro modo, no podía ejercer su derecho a la identidad. Hacer invisible se hace visible en un pupitre vacío, en las ausencias reiteradas en los registros de aula, en la mueca asidua de unx pibx que no tiene ganas de estar en clase.
Luego de leer la resolución del Gobierno de la Ciudad que prohíbe el uso del lenguaje inclusivo en el aula, muchxs compañerxs salimos a repudiarlo con fuerza. Lamentablemente, otrxs no. personajes públicxs y docentes opinan que es más importante hablar de las vacantes, de la pobreza en la que viven lxs pibxs. Muchxs me dicen que importa más alfabetizar y procurar que lxs niñxs no repitan o se vayan del sistema escolar. ¿Y qué implica perder un derecho más entre tantos?
No existe lenguaje sin aquellxs que lo hablamos. Hoy, lxs pibxs del barrio hablan con la E, escriben con la X. Existe un uso social de la lengua, un uso en el que existimos todxs nosotrxs. Eso está en nuestra currícula, nos preparamos como escritorxs, lectorxs, hablantes y oyentes, dentro de una comunidad, no afuera de ella. Prohibir una forma de nombrarnos es inculcar estigmatizaciones, segregar, discriminar. Prohibir una forma de nombrarnos con la bandera de la alfabetización, es erróneo. Un pibe que habla con la E, lo hace porque logra modificar una palabra recurriendo a su conocimiento (ta vez oculto) de los morfemas gramaticales de género. Decir esto importa, porque mucho se endilga a los sectores populares el “no saber leer”, “no están alfabetizadxs”, “desertan porque no pueden”. A veces la escuela no abraza, a veces, el lenguaje tampoco.
Por otro lado, pensar que los problemas de lxs pibxs que viven en la villa se ciñen a la falta de guita, a las necesidades básicas insatisfechas, a no acceder a vacantes, es tan miserable como opresivo. En la villa se ama, se llora, se patalea, se calcula la vida diaria, se desea y en ese desear existe el nombrarse a sí mismx. Por supuesto que el lenguaje inclusivo no resuelve los problemas universales de inclusión ni el estar debajo de la línea de pobreza. El lenguaje inclusivo garantiza que cada pibx sea nombradx según su identidad de género.
En este sentido, prohibir su uso no va a subir los niveles de asistencia a la escuela, ni logrará cataratas de sobresalientes en las evaluaciones Aprender de Prácticas del Lenguaje. Prohibirlo nos va a desencontrar con aquellxs que, como Yadi, sienten cobijo en esa x, tan solo porque en algún lugar, alguna vez, lxs nombran tal y como lo desean.
Nota al pie: El 23 de junio, el Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires, nos llama a certificar el derecho a la Educación Sexual Integral con una jornada cuyo temario es: “Géneros, estereotipos y la no discriminación.” Ojalá estas notas sirvan para repensar la resolución al interior y al exterior de las escuelas, de este modo, eso de la “no discriminación”, tendría un poco más de sentido.
*Los nombres de la experiencia áulica fueron modificados con el fin de proteger la integridad e intimidad de todas las personas.
**Integrante de la Red de Docentes, Familias y Organizaciones del Bajo Flores.