En un texto importante para la recepción internacional de Borges, “La utopía literaria”, Gérard Genette comenta algunos aspectos de la singular posición del autor ante la literatura y en particular, el principio que lo lleva a considerar que “el tiempo de las obras no es el tiempo definido de la escritura”. A la literatura se la imagina como un gigantesco corpus de textos en el que las obras dialogan entre sí en “un espacio homogéneo y reversible en el que las particularidades individuales y los datos cronológicos no tienen cabida”. Genette considera esta visión como un “mito” (es decir, “una determinación profunda del pensamiento”) que pone en duda el “postulado conforme al cual una obra está esencialmente determinada por su autor y en consecuencia lo expresa”. En cambio, Borges propugna una concepción del “todo literario” según la cual la cronología y el vínculo del parentesco del autor con su obra se anulan; por consiguiente, en este espacio saturado de escritura “la influencia de Kafka sobre Cervantes no es menor que la influencia de Cervantes sobre Kafka”. La literatura está vista como un campo flexible, un espacio curvo en el que las relaciones más inesperadas y los encuentros más paradójicos son, a cada instante, posibles.

Como puede constatarse, Genette lee en Borges lo que remite a las grandes preocupaciones teóricas de los años sesenta en Francia, por ejemplo, la puesta en duda de la función del autor o la dimensión intertextual de toda escritura; unos años después, Genette publica un libro sobre el tema intitulado Palimpsestos –el término “palimpsesto” figura en el cuento de Borges para describir las relaciones del texto de Cervantes con el de Menard- en el que prolonga su lectura del argentino señalando en particular la reivindicación de una autonomía del sentido de las obras con respecto a su contexto de producción y a las intenciones de sus autores. Gracias a ésta y a otras lecturas distanciadas del cuento, Menard se convierte en una figura legendaria de cierta manera de leer, una manera que es equivalente, si no superior, a la escritura, lo que tiene innumerables ramificaciones en la obra.

El lector, para Borges en 1939, es ante todo el que llega después, cuando todo ya está hecho, todo ya está escrito, y es el que recorre, melancólicamente, los monumentos del pasado –posición que en este aspecto se opone a la creencia heroica en una fundación-. En este sentido, el lector es una figura filial. Borges, en “Pierre Menard”, cambia la negatividad en creatividad y expone la impotencia de la escritura moderna como punto de partida para idear una visión insólita de cualquier innovación. El hijo puede seguir escribiendo porque es en la repetición en donde reside la originalidad; para él, la novedad es el Quijote. A pesar de las barreras infranqueables de una sucesión generacional y del tiempo ineluctable, un autor contemporáneo, un autor argentino, puede elevarse a la altura de las grandes figuras de la historia literaria, puede organizar fantasías que borran las diferencias y que postulan una equivalencia virtual entre todos los escritores del pasado y del presente.

No hay duda de que la utopía así descrita, la de una literatura liberada de la intención del autor y de las circunstancias de escritura, una utopía aureolada de pudor, es atractiva y tuvo abundantes repercusiones en las décadas siguientes. Sin embargo, también puede verse en ella una posición narcisista, la que de alguna manera contradice uno de sus rasgos aparentemente fundamentales. Anzieu (1989), en el prólogo de un libro que analiza la biografía de Borges desde un punto de vista psicoanalítico, considera que el narcisismo es el contenido profundo de la obra, ya que contiene un inventario de “sus figuras, sus creencias, sus razonamientos típicos”, como, por ejemplo, la fascinación por la imagen especular (doble, reflejo, eco, simetría invertida, horror de los espejos) o por el círculo (que gira sobre sí mismo y se piensa como el centro del universo). Lo mismo sucede con ciertos enunciados: para que uno viva el otro tiene que morir, un hombre es todos los hombres, hay un lugar que condensa todos los lugares, las diferencias se anulan. O con ciertos ideales: crear una nueva lengua, fabricar otras sociedades y otros mundos, reunir en una única biblioteca todos los libros escritos y por escribir, escaparle al coito y a las generaciones para engendrarse a sí mismo. Si todos los hombres son un solo hombre y si no son nadie, incluyendo a los autores canónicos, la posición filial se desdobla en una apuesta narcisista: puedo ser Cervantes (y, en otros textos de Borges, puedo ser Homero o Shakespeare); puedo ser todos los grandes hombres de la historia que no son, ellos tampoco, nadie.

Por lo tanto, la ambivalencia domina: el escritor que niega su originalidad, que se somete a la repetición en tanto paradigma mayor de la creación, que rinde homenaje a sus mayores, que se pone en escena en tanto bibliotecario o infinito lector, que rechaza la idea de una tradición establecida e inmóvil es el mismo escritor que va a lograr instalarse en el centro de una nueva tradición. Borges transforma una coordenada personal , tanto biográfica como fantasmática, en una encrucijada cultural de envergadura. La originalidad imposible, el "todo ya está escrito", la visión desencantada y escéptica de los escritores del siglo XX, la manera de insertarse en un mundo saturado de signos y de tradiciones se ponen en juego, cifrados, en un destino individual. La posición filial conlleva una estructura simbólica que le permite al autor situarse en la historia de la cultura.

Borges retoma entonces las transformaciones legendarias entre maestros y discípulos y pasa de un período de oposición generacional o enfrentamientos parricidas a un dispositivo mucho más complejo, eficaz, matizado. Pierre Menard es una figura que representa, que que desplaza las aporías de la literatura moderna y los desafíos de la influencia, de la intertextualidad, de la originalidad. Significa más que las peripecias del cuento en el que aparece y más que una autorrepresentación sesgada del propio Borges; en ese sentido Menard se asemeja al K. de Kafka. Crear semejantes figuras es, sin lugar a dudas, la marca de un gran escritor. Borges, en tanto hijo, logra por fin su anhelada mutación.       


Fragmento de Borges: la reinvención de la literatura del docente y crítico Julio Premat, quien propone un recorrido panorámico por la obra y los principales tópicos de Jorge Luis Borges.  Acaba de publicar Paidos.